He vuelto a echar una mirada sobre Inquisiciones. En estos días me ha dado por leer o releer varios textos que se publicaron en Argentina alrededor de 1926. Mi interés por este año es puramente filológico. Pero volvamos a Borges.
Me ha sido agradable volver a ese Borges que preludia al de las décadas posteriores. He leído varios textos de los incluidos en Inquisiciones. Tal vez, escriba algo de algunos de ellos. Pero hoy, quiero solamente comentar las siguientes palabras, que alguna vez había leído, pero que simplemente les pasé por encima. Esta vez, me he quedado rumiándolas:
El otro aspecto interesante de esa cita es que el autor, en su función de prologuista deja de serlo para convertirse en un primer casi leyente de su obra. No lee ya buscando perfeccionar el texto, sino despedirlo. Sin embargo, jamás podría ser una auténtico lector, pues no podría aspirar al asombro y a la ensoñación que produce el descubrir o construir el texto. Su mirada privilegiada, y cegata a la vez, se lo impiden.
Por otra parte, confieso que me ha chocado la predilección borgeana por el arcaísmo "leyente" en vez de lector. En Inquisiciones lo usa varias veces. Y me pregunto por qué. Hice una búsqueda en CORDE, y contasté que hay veintiocho casos registrados de la palabra en los cuatro siglos anteriores a Borges, y seis entre 1900-1925.
Son sólo un puñado los escritos en los que aparece "leyente". Sin embargo, me llamó la atención que uno de ellos sea de Diego Torres de Villarroel (1693-1770). Borges menciona el texto en cuestión, y reseña su obra en Inquisiciones. ¿Coincidencia?
En estas cosillas, pierdo yo mi tiempo este viernes por la tarde. Mentirías si les dijera que no disfruto estas nimiedades literarias.
Me ha sido agradable volver a ese Borges que preludia al de las décadas posteriores. He leído varios textos de los incluidos en Inquisiciones. Tal vez, escriba algo de algunos de ellos. Pero hoy, quiero solamente comentar las siguientes palabras, que alguna vez había leído, pero que simplemente les pasé por encima. Esta vez, me he quedado rumiándolas:
"La prefación es aquel rato del libro en que el autor es menos autor. Es ya casi un leyente y goza de los derechos de tal: alejamiento, sorna y elogio. La prefación está en la entrada del libro, pero su tiempo es de posdata y es como un descartarse de los pliegos y de un decirles a adiós" (7).Tiene razón Borges en que el tiempo de la prefación es de "posdata". Siendo así, me parece que más que prólogo las obras literarias deberían, si fuera necesario, llevar epílogos, jamás prefación. Como lectora, si la hay, jamás la leo antes de terminar el libro; a menudo ésta sólo es provechosa una vez leído el libro.
El otro aspecto interesante de esa cita es que el autor, en su función de prologuista deja de serlo para convertirse en un primer casi leyente de su obra. No lee ya buscando perfeccionar el texto, sino despedirlo. Sin embargo, jamás podría ser una auténtico lector, pues no podría aspirar al asombro y a la ensoñación que produce el descubrir o construir el texto. Su mirada privilegiada, y cegata a la vez, se lo impiden.
Por otra parte, confieso que me ha chocado la predilección borgeana por el arcaísmo "leyente" en vez de lector. En Inquisiciones lo usa varias veces. Y me pregunto por qué. Hice una búsqueda en CORDE, y contasté que hay veintiocho casos registrados de la palabra en los cuatro siglos anteriores a Borges, y seis entre 1900-1925.
Son sólo un puñado los escritos en los que aparece "leyente". Sin embargo, me llamó la atención que uno de ellos sea de Diego Torres de Villarroel (1693-1770). Borges menciona el texto en cuestión, y reseña su obra en Inquisiciones. ¿Coincidencia?
En estas cosillas, pierdo yo mi tiempo este viernes por la tarde. Mentirías si les dijera que no disfruto estas nimiedades literarias.