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lunes, 18 de julio de 2016

Walden Pond y la lección de Thoreau

Desde que leí Walden, hace unos veinte años, tenía pendiente visitar Walden Pond. Quería experimentar por mí misma aquel lugar en que Henry David Thoreau llevó a cabo su experimento de vida, y donde acumuló el material que en 1854 se convertiría en su libro más importante: Walden.
El libro detalla su estadía (1845-1847) en una minúscula cabaña que el mismo construyó. Buscaba experimentar la vida en su sentido más básico y esencial: producir lo mínimo para vivir, estar en armonía con la naturaleza, y utilizar el tiempo en vivir. Es decir, dedicarse a pensar, observar la naturaleza, leer, escribir, o simplemente estar.
En el siguiente fragmento Thoreau nos explica la razón de su retiro hacia el bosque:
I went to the woods because I wished to live deliberately, to front only the essential facts of life, and see if I could not learn what it had to teach, and not, when I came to die, discover that I had not lived. I did not wish to live what was not life, living is so dear; nor did I wish to practice resignation, unless it was quite necessary. I wanted to live deep and suck out all the marrow of life, to live so sturdily and Spartan-like as to put to rout all that was not life, to cut a broad swath and shave close, to drive life into a corner, and reduce it to its lowest terms, and, if it proved to be mean, why then to get the whole and genuine meanness of it, and publish its meanness to the world; or if it were sublime, to know it by experience, and be able to give a true account of it in my next excursion (Henry David Thoreau, Walden, "Where I Lived, and What I Lived For")
Thoreau fue un hombre que vivió sus principios, y puso en práctica sus convicciones. Se opuso rotundamente al materialismo imperante en los Estados Unidos; rechazaba sobremanera la idea de esclavizarse a un trabajo en la juventud por la promesa de estabilidad económica en el futuro. Abominaba la idea de consagrar sus mejores años al trabajo, en vez de vivir la vida a plenitud. Quería pasar sus días cultivando su mente y disfrutando del placer de contemplar la naturaleza. Creía en trabajar lo justo para obtener lo necesario: comida, techo y abrigo. Su tiempo era demasiado valioso para dedicárselo al trabajo, en vez de a la lectura, la escritura, la reflexión y a la contemplación.

Thoreau creía que la mayoría de pertenencias eran innecesarias. Por ello, vivió una vida totalmente desprendido de los bienes materiales. Se aisló de la sociedad moderna, que empezaba a monetizar el tiempo de los hombres en las industrias, al tiempo que los dejaba exhaustos, marchitos por dentro. Rechazaba el materialismo inherente a la vida moderna, y deseaba volver a vivir en armonía con la naturaleza. Es por ello que se refugió en Walden Pond por dos años: deseaba poner a pruebas sus creencias, y ver que enseñanzas sacaba de su experiencia.

En Walden Pond, Thoreau pasaba sus días contemplando su entorno, sembrando, cosechando su comida, leyendo y escribiendo. Se sentaba en el quicio de la puerta a observar el paso de las estaciones, escuchar el trinar de los pájaros. Se sentía pleno entre los árboles, aislado de sus contemporáneos con quienes tenía poco en común, excepto por un puñado de amigos, entre los que se contaban Ralph Emerson, quien tuvo gran influencia sobre él.

En la soledad de Walden Pond Throreau reflexionaba constantemente sobre los temas que le interesaban: los libros, la lectura, la vida moderna, el materialismo, la libertad individual, la tiranía del Estado y la Iglesia sobre la libertad del individuo, la guerra y la esclavitud. Thoreau fue un temprano abolicionista, quien siempre denunció los horrores de la esclavitud. De hecho, se puede decir que el experimento en Walden Pond fue un rechazo a la industrialización, a las políticas belicista y esclavista de los Estados Unidos. Denunció férreamente tanto la esclavitud como la Guerra México-americana. En 1846 fue encarcelado por negarse a pagar impuestos por estar en contra de ambas. Su condena duró sólo una noche, ya que un familiar pagó los impuestos atrasados en contra de su voluntad.

Como respuesta a su confrontación con el gobierno y su estadía en la cárcel, Thoreau escribió su seminal ensayo Civil Disobedience, el cual influirá profundamente en el pensamiento de Leo Tolstoi, y las luchas de resistencias pacíficas de Mahatma Gandhi, por la independencia de la India, y de Martin Luther King, Jr., por el reconocimiento y la afirmación de los derechos civiles de los negros en EE.UU. En dicho ensayo Thoreau exhorta a los ciudadanos a resistir al Estado, a desobedecerlo para defender causas justas, específicamente la esclavitud y la guerra con México. El Estado no dudará en meter a los alzados a la cárcel, pero si fuera así, no importa, porque ésta es el único lugar digno de un hombre que se opone a un gobierno que perpetua injusticias y derrama sangre inocente:
Under a government which imprisons any unjustly, the true place for a just man is also a prison.… where the State places those who are not with her, but against her,– the only house in a slave State in which a free man can abide with honor.… Cast your whole vote, not a strip of paper merely, but your whole influence. A minority is powerless while it conforms to the majority; it is not even a minority then; but it is irresistible when it clogs by its whole weight. If the alternative is to keep all just men in prison, or give up war and slavery, the State will not hesitate which to choose. If a thousand men were not to pay their tax bills this year, that would not be a violent and bloody measure, as it would be to pay them, and enable the State to commit violence and shed innocent blood. This is, in fact, the definition of a peaceable revolution, if any such is possible (Thoreau, Civil Disobedience)
Es el deber de la minoría que no está de acuerdo con las injusticias del Estado hacer sentir su desacuerdo, a través de la desobediencia civil; en este caso quería que todos los que se oponían a la guerra y a la esclavitud lo imitaran, y dejaran de pagar impuestos. Hacerlo equivalía a una revolución pacífica, aunque tenía dudas de si tal cosa era posible. Sin embargo, décadas después, tanto Gandhi como Martín Luther King, Jr. demostrarían que, en efecto como lo había concebido Thoreau, la resistencia pacífica puede poner fin a la violencia y la injusticia estatal.

Tras leer Walden se hace evidente lo relevante de las reflexiones de Thoreau sobre la naturaleza, la libertad y el sentido de ser de cada uno. A pesar de que el libro fue escrito a mediados del siglo XIX sus enseñanzas siguen vigentes. No deberíamos olvidar nunca la importancia de "simplificar" para poder vivir la vida a plenitud. No nacimos para ser esclavos del trabajo, sino para vivir y ser felices. La felicidad no se encuentra en la necesidad de acumular, que promueve el ideal de éxito actual, sino en la simpleza de vivir con menos, de no diferir vivir para el futuro a expensas del presente.

Al estar en Walden Pond sentí que no se trataba de una visita, sino de un retorno. Era volver a un lugar conocido: ya había estado allí de la mano de Thoreau; juntos habíamos nadado en el lago, sembrado frijoles, observado los pájaros, la nieve, y los trillos que nos conducían a las expediciones diarias entre los árboles. Deambulé un buen rato por la reserva, me senté a la orilla del lago, y creí ver a Thoreau sembrando, recogiendo leña para avivar el fuego de la chimenea. Me pareció verlo inmerso en el más absoluto silencio, disfrutando de la soledad que amaba. Al entrar a su cabaña, lo encontré sentado a la mesa escribiendo junto al fuego.

Me sentí feliz en aquel lugar que vivió en mi imaginario desde que siendo muy joven una profesora me puso a Thoreau en las manos.  El mensaje de Walden caló muy profundo en mí, y jamás he olvidado su lección: vivir simplemente, vivir con lo justo, aunar mis principios/creencias con mis acciones, disfrutar de la soledad y amar la naturaleza. Pero sobre todo, con Thoreau aprendí la importancia defender la libertad del individuo de vivir su propia vida, como quiera, y la necesidad de resistir a los que buscan coartarnos, llámense Estado, Iglesia u opinión de los demás.

Otros posts sobre Thoreau:
Vivir la vida que soñamos
Conversando con Thoreau en esta mañana de domingo

jueves, 17 de julio de 2014

Tras las huellas de Cortázar en París

Mi última noche en París decidí que iría tras las huellas de Cortázar. Me quedaban horas, o lo hacía, o pasaba mi deseo a la lista de lo que se quedó por hacer.

Mi intención inicial había sido visitar el cementerio Montparnasse, su última morada. Tenía una lista de muertos queridos que quería visitar, pero no me alcanzó el tiempo.

Lo único que me quedaba ya era pasar por la que había sido su residencia. Llevaba la dirección y la ruta del metro que debía seguir, anotada en mi libreta. Era tarde, y la voz de la razón me decía que me fuera al hotel, pero los sentimientos pudieron más, así que hice transferencia al número 8, rumbo a la rue Martel, número 4.

El trayecto sería de La Motte-Picquet a Strasbourg-Saint Denis, diez paradas. Saqué el mapa de la ciudad, e intenté ubicar la calle. No la encontré por ningún lado. Pensé la encontraría al consultar el mapa agrandado, e iluminado que hay a la boca de todas las estaciones de metro.

Al salir a la superficie observé mi entorno, y por primera vez, había llegado a un área en la que no me sentí cien por ciento segura. Me acerqué al mapa, cuidándome la espalda,  y busqué infructuosamente la Rue Martel.

Le pregunté a unos hombres que no me dieron buena impresión, pero era lo que había que hacer. Me dijeron que esa calle no existía. No les creí, aunque creo que estaban convencidos de lo que me decían.

Mientras estaba rodeada de esos cuatro hombres, se acercó un quinto,  y le preguntaron si conocía la calle. Cambiaron de idioma, ahora hablaban turco. Entre señas y francés, seguí al recién llegado, quien había dicho conocer la calle.

No estaba segura de lo que hacía, pero lo seguí. Entramos a la estación de metro, y entonces me tranquilicé. Me di cuenta de que mi acompañante era un buen hombre, de verdad quería ayudarme.Se acercó a la ventanilla y le habló al vendedor de billetes. Éste me pidió la dirección, y le pasé mi libreta.

Metió los datos en la computadora, y unos minutos después, tenía en las manos un papel impreso con mi nueva ruta. Le agradecí a ambos, y continué mi pesquisa. Debía subir al metro número 4 y bajarme en Chateau d'Eau. Sólo una parada. Seis minutos se leía en el papel.

Salí del metro, y repetí el rito anterior: busqué en al mapa, y la calle no apareció. El área no tenía mejor pinta que la anterior. Me quedé pensando en que dirección caminar, más por instinto que por lógica.  Decidí caminar sobre la avenida principal.

Vi aparecer a un hombre mayor, de baja estatura, y aspecto bonachón. Llevaba gorra, y una mochila sobre la espalda. Era él todo un bulto negro, salpicado por el blanco del cuello de la camisa, de su tez, su pelo y su barba.

Le hablé en inglés y español, y no me entendió. Le mostré la dirección, y nos aceramos al mapa. Sacó sus espejuelos, y tampoco dio con la rue Martel. Me sentí menos idiota.

Le di las gracias en español, y me devolvió unas palabras en un español ininteligible. Me hizo seña que lo siguiera. Doblamos un par de calles, y de pronto, el barrio adquirió un barniz de bohemia, que me agradó.

Entramos a un bar. Preguntó por la calle, y le dijeron que siguiéramos derecho, y que nos toparíamos con ella. Caminamos unos diez minutos, y de repente, apareció ante mis ojos el típico letrero azul en el que se leía: Rue Martel.

Señalé el nombre de la calle, y Farid me devolvió una mirada cómplice y una dulce sonrisa hueca. Doblamos, y pronto estuvimos ante el edificio número 4. Sonreí complacida al visualizar la lápida por la que me había embarcado en esta aventura.

Saqué la cámara y tomé unas fotos: de la lápida, de la puerta, del número 4, de la calle, del bar que me observaba desde la esquina opuesta.

Me imaginé a Cortázar con sus seis pies y cuatro pulgadas saliendo por la puerta, y cruzar al bar a tomar unas copas o un café, de seguro cebar un mate era allí imposible.

Mi amigo Farid, no sabía qué pensar. Con unas palabras que no entendí, pero que comprendí perfectamente me dijo, “A esto has venido?". "Esto es todo, Sonia? -Dijo mi nombre por primera vez.  Sonreí y asentí. Sacudió la cabeza, sonriendo.

Era hora de volver al hotel, pero antes invité a Farid tomar algo. Se disculpó, por no poder aceptar. Iba a reunirse con su grupo musical, sus compañeros lo esperaban. Lo que había pensado era una mochila, resultó ser una guitarra.

Podía salir de allí sin ningún problema, pero Farid, insistió en acompañarme hasta una estación donde coger el metro número 8, para que mi regreso fuera más fácil. Ya nos entendíamos perfectamente, entre risas, medio francés, medio español, y mucha gesticulación.

Íbamos conversando. Me contó que su esposa había muerto y que nunca se volvió a casar, que no tenía hijos, que había llegado de Argeria hacía más de cuarenta años, que había estado en España e Italia.

Le dije que había nacido en la República Dominicana,  pero que había vivido la mayor parte de mi vida en Nueva York, y volví a ver su sonrisa hueca.

Había dejado de prestar atención a la ciudad, porque Farid ya la acaparaba toda, pero miré a mi alrededor y estábamos en una zona repleta de bares, y de una vida nocturna vibrante. Me dieron ganas de quedarme allí. 

Al doblar a la esquina, apareció la boca del metro. La estación era Grands Boulevards, estaba a tan sólo a una parada de donde me había bajado inicialmente (Strasbourg).

Farid y yo íbamos en la misma dirección, el bajaría en Opéra, y yo en La Motte-Picquet. Nos quedaban dos paradas juntos. Me dio su dirección por si volvía a París, la escribí en mi libreta.

Al entrar a Opéra, nos dimos un abrazo y nos dijimos adiós. Me dio mucho gusto conocer a Farid.  Me quedé pensando en él por un buen rato.

Y de repente, recordé a Cortázar, quien había pasado a un segundo plano. Me puse a ver las fotos, y descubrí que, tal vez por la emoción, había tomado unas fotos pésimas. Me dije que igual eran mis fotos de donde había vivido Cortázar.

Volví al hotel, y pensé en Farid hasta que me venció el sueño. Al llegar a Nueva York le envié una postal. Me lo imagino leyéndola, al tiempo que despliega su dulzona sonrisa hueca.

martes, 31 de diciembre de 2013

2013: algunas vivencias en retrospectiva

El 2013 fue un buen año. Lo que sigue es un recuento de trece momentos que viví a plenitud este año. El fin de año es siempre momento de pasar balance vital. Prefiero recordar MOMENTOS en los que logré algo tangible, sentí miedo, fui valiente, emprendí alguna aventura, o simplemente disfruté de las cosas que me gustan. He aquí trece experiencias, sin ningún orden específico, que hicieron mi 2013 un año memorable.

I. Una cita amorosa a 275 millas de casa. Quedamos de vernos en un restaurante que está en Oneida Lake, N.Y. Ambos condujimos cinco horas. ¡Esto fue una locura! El resultado fue desastroso, pero me disfruté la aventura. Llegué al lugar, lo esperé. Comimos y charlamos un buen rato. Dimos una caminata cerca del agua, que estaba totalmente congelada, y nos dijimos adiós. No hubo más citas.

II. Me fui al monte a pensar. Estar cerca de los árboles tiene un efecto tranquilizador, y suele ayudarme a aclarar mis pensamientos. Debía decidir algo importante, y estaba aterrada, llena de dudas. Quería la quietud de las montañas para escuchar mi voz interior, sin que mis pensamientos la inhibieran o confundieran.

Me fui a las montañas de Pine Hill New York a estar conmigo misma lejos del bullicio de la ciudad. Me quedé por cuatro días. Empezaba el día con una caminata de dos horas, subiendo montañas. ¡Nada fácil! Durante los días que estuve allí sólo consumí jugos naturales.

Me sentaba a escuchar el agua de un pequeño arroyo serpentear, y eso me daba mucha paz. Sentía que yo también me iba en ese discurrir eterno del arroyo. Pasaba ratos en este estado dejándome arrastrar con el agua.

Quería sólo sentir. No quería analizar nada. Buscaba que brotara de mis adentros, sin esfuerzo, la respuesta a la pregunta que me había hecho.

Me adentré en mí, unos días después, al abrir los ojos en la mañana, ya tenía la respuesta que buscaba.

III. Defendí mi propuesta de disertación y estoy a punto de terminar el primer capítulo. Me tomé ocho meses de investigación, y escritura para darle forma coherente a mi propuesta. El título de mi disertación es Subversión y marginalidad en tres novelas de Juan Filloy de la década de 1930.

IV. Presenté un trabajo sobre mi tesis en la Universidad de Pittsburgh. El trabajo se llama Los otros en las novelas de Juan Filloy. Fue una experiencia muy bonita e estimulante. Conocía gente interesante y que también trabajan en sus tesis.

V. Decidí ser madre soltera. Nunca he sido una mujer tradicional, de esas que sueñan con el matrimonio, el vestido blanco y los hijos desde la infancia. No estaba segura de querer hijos. Siempre pensé que cuando llegara el momento, mi compañero y yo lo decidiríamos. Sin embargo, soy una mujer soltera, que no tiene una relación estable. Así es que me tocó decidirlo sola.

Mi primera intención fue adoptar. Una vez me di cuenta del trabajo, el costo y todo lo que conlleva el proceso, decidí cambiar de plan.  La decisión está tomada, y la ejecutaré cuando sea pertinente.

VI. Consideré cambiar de trabajo. Amo mi trabajo y soy buena en lo que hago. Llevo quince años en mi trabajo actual. Sin embargo, este año por un sinnúmero de factores, decidí explorar un cambio de trabajo. Creo que fue un momento importante, porque lo que estaba al fondo de todo esto, no era ganar más dinero, de hecho ganaría menos si empezara de nuevo, sino un deseo de dedicarme a la enseñanza universitaria. No he decidido nada aún pero es una posibilidad. Veremos que trae el futuro.

VII. Terminé de pagar préstamos estudiantiles y otras deudas. Me propuse pagar todas mis deudas en dos años y lo logré. Soy muy feliz de vivir sin deudas.

VIII. Leí. No sólo para la tesis sino por puro placer. Leí en inglés y español. Leí buenos libros, y otros no tanto. Leí novelas e historia.

Descubrí la figura de Severino Di Giovanni que me ha fascinado, y sobre quién me he formulado una hipótesis relacionada con la tesis, que aún tengo que probar o descartar.

El libro más me impresionó fue Cosmos de Witold Gombrowicz. Al leerlo tuve ganas de decir, “Mierda y eso es posible” como alguna vez dijo Márquez al leer Pedro Paramo. Gombrowicz tiene un estilo único, que suele marearnos, hipnotizarnos, y envolvernos, sin chistar, en las más absurdas aventuras narrativas. Si tuviera que caracterizarlo diría que es cómo una bola de nieve que una vez en movimiento va aumentando, y no se detiene jamás.

El peor libro que leí fue Plegaria nocturnas de Santiago Gamboa –el crítico que dijo que este tipo es, junto a García Márquez, el mejor escritor de Colombia, se le flojeó una tuerca.

IX. Continué con mi deseo de vivir con menos. Todos los días quiero vivir con menos. En mi casa tengo lo esencial. Nada de excesos. Me gusta viajar ligero por la vida, tanto en lo interior como en lo exterior.

X. Experiement'el síndrome de Standhal mientras estuve al ver el David de Michelangelo. Había leído de la gente que es presa de este síndrome ante la abundancia de belleza. Imagino que fue lo que me ocurrió ante la estatua de David. Se me aceleró el pulso, el corazón se me atragantó, y las lágrimas salieron a borbotones, sin que yo hiciera nada. Sin embargo, fue una experiencia que no calficaría de enfermedad. Fue totalmente emotiva y placentera.

Me quedé estupefacta ante tal grado de perfección. Nunca he visto una escultura más perfecta. Al David sólo le falta respirar para ser humano. Su mirada, la alteración de sus venas, sus músculos tensos, esperando el momento justo de atacar a su oponente me sobrecogieron totalmente.

XI. Pasé un día con un perfecto desconocido. Entré a un restaurante y ahí estaba. Ni idea tenía de lo que seguiría después. Un día repleto de atenciones y humanidad compartida. Me regaló flores, comimos helado, y caminamos bajo la lluvia. Fuimos a un museo, y descubrimos callejuelas. Esta experiencia fue algo así como un embrión de romance abortado por el reloj, y la imposibilidad de la distancia.

XII. Escalé un volcán activo. Subí a la cima del Vesubio. Escalé sus 1.238 metros de altura bajo un sol infernal. Valió la pena ya que la vista de Nápoles que ofrece este monte es impresionante. Comprobar la extensión del cráter nos da una idea de la fuerza destructora de este coloso.

XIII. Visité Italia. Siempre había querido ir a Italia. Debí haber ido en el 2003, pero por razones que no vale la pena recordar, el viaje no se dio. Así que este año me regalé un viaje a Italia de cumpleaños. Disfruté cada instante de mi estadía. Me quedé con las ganas de volver, y pasar una larga temporada allí.

Roma: Estar en Roma es estar en un hermosísmo teatro al aire libreCaminé muchísimo. Cogí el metro y el bus. Me perdí. Pregunté. Hablé italiano, español y también inglés. Vi la ciudad iluminada desde Il Ganicolo. Estuve en la fontana de Trevi, en el panteón, en las plazas.

El coliseo, el foro romano y el Palatino¡Qué impresionante estructura es el coliseo! Y, pensar que fue construída en ocho años. ¡Pobres esclavos! Pasé horas muertas disfrutando la vista, leyendo sobre su historia, e imaginando toda la sangre que se derró en este lugar. A un lado está el arco de Constantino, y por otro ángulo el antiguo templo de Venus. Después de visitar el coliseo anduve por la colina del Palatino, y terminé mi día en el Foro Romano. Sin duda uno de mis mejores días en Italia.

El vaticano: Fui al museo, la catedral y anduve callejeando un poco. Me gustó el museo, especialmente los cuartos de Raphael, y la Capilla Sixtina. Sin embargo lo que más me gusto fue haber escalado al tope de la cúpula de la catedral y ver desde arriba Roma, y la plaza de San Pedro. Es una vista espectacular por la que vale la pena escalar los 583 escalones.

Florencia: Todo lo que había esperado de esta mágica ciudad era cierto, y mucho más. Es vivir en un museo al aire libre. Se respira arte por todas partes: edificaciones maravillosas, estatuas, monumentos, todo antes nuestra vista para disfrutar.

Santa Croce: Me gustó mucho más que la catedral. Estaba en obra, pero aun así pude apreciar su belleza. Allí están las tumbas de Dante (vacía), Galileo, Machiavelli y Michelangelo, entre otros. Los mausoleos de Michelangelo y Galileo son preciosos.

Galleria dell’AcademiaHay varias razones para visitarla, la más importante el David de Michelangelo, y sus obras incompletas.Michelangelo siempre dijo que sus figuras estaban dentro del mármol esperando ser descubiertas. Al ver sus obras incompletas se hace palpable este concepto: iba desenterrando sus esculturas, dándole forma, sin modelo previo. Las visualiazaba, y entonces empezaba a "desenterrarlas". Michelangelo fue simplemente genial.

L’Uffizi: Es uno de los museos más impresionantes que he visto. Aquí vi las obras de Giotto, Botticelli,  Caravaggio, Tizziano, Leonardo y otros tantos. Vi una exhibición que se llamaba La primavera del Renacimiento. Simplemente maravillosa. Esta exhibición traza una línea recta desde del nacimiento hasta su máximo esplendor. Nunca antes había contemplado la progresión de la perspectiva y los colores como lo presentaba la exhibición . Pasé una tarde espléndida y salí renovada por tanta belleza.

La piazza di Michelangelo: Ofrece una hermosa vista de la Florencia. Su localización en una colina nos permite ver el sol reflejado en el río, mientras sus rayos van muriendo sobre la ciudad. El sol mortecino tiñe todo el ambiente de ámbar.

La catedral y el baptisterio: Estuve en la catedral, pero no subí al campanario ni al domo. Me faltó tiempo. Bajé al sótano vi las ruinas de la iglesia original (siglos IV y V). Pasé a visitar la tumba de Brunelleschi por un instante. Disfruté mucho más el baptisterio, especialmente las puertas y el techo. Un monumento digno de ver.

Venecia: ¡Qué linda es Venecia! Viajar por el gran canal fue un encanto. La vista es bellísima.

Palazzo Ducale y Ponte dei Sospiriademás de ver las obras de arte que contiene el palacio Duchalli, exploré la antigua cárcel que alberga en el sótano. Y crucé el tristemente celebre Ponte dei sospiri.

La piazza di San Marco: es la plaza más bonita que conozco. Tiene un ambiente mágico. Al caminar entre palomas, enamorados, visitantes de todo tipo, se puede escuchar varias orquestas tocando música clásica. Me tocó disfrutar de las cuatro estaciones de Vivaldi a pleno aire libre. ¡Hermoso!

Venice Ghost WalkingTour: Caminamos por los lugares “encantados” de Venecia. Me gustó mucho, porque me permitió ver partes de la ciudad que por mí cuenta no habría encontrado. El viaje terminó en La Fenice uno de los teatros más importantes de Europa. El teatro ha sido consumido por el fuego dos veces, y como el fénix se ha levantado. En este teatro Verdi estrenó Attila, Rigoletto, La traviata y Simon Boccanegra.

El 2013 fue un año transformador. Puse a pruebas muchas de mis creencias, y creo que salgo de él siendo mejor persona, y dispuesta a mirar la vida de frente, aun cuando en vez de sonrisa me ofrezca una mueca de dolor. 

domingo, 6 de marzo de 2011

Entre ángeles y sombras

Un buen escritor es, ante nada, un maestro de la seducción. Al adentrarnos en su mundo, una cae tendida en su red sin darse la menor cuenta, cuando se quiere reaccionar ya es tarde porque se ha apoderado de cada poro de nuestra piel, se implanta en nuestro pensamiento y se ha anclado en nuestra alma.

Recientemente fui seducida por un escritor: Carlos Ruíz Zafón. Nuestra historia empezó un día del 2010 mientras estudiaba latín con mi amigo Peter. Éste me dio un libro y me prometió que me iba a gustar. No presté mucha atención porque era un armatoste de alrededor quinientas páginas y yo jamás había escuchado hablar de tal escritor. Consideré que mejor lo ponía en reserva, y no afrontaba tremenda empresa si quería enfocarme en mis pendientes universitarios.

Ya hace algún tiempo que tomé el examen para el que me preparaba, y mi nuevo amigo quedaba olvidado en un rincón de la sala. El otro día, uno de esos que me hacen falta ganas, y me sobra el quehacer, lo saqué del librero y lo empecé a leer. Me leí cien páginas de un tirón, olvidándome del mundo a mí alrededor. Me lo traje a España y me lo devoré en un par de días: mientras viajaba en el autobús, esperaba que llegara el sueño por las noches o cualquier otra ocasión.

Sin proponérmelo, ni saberlo me convertí en aquel personaje de un cuento de Borges que apenas podía contener las ganas de continuar leyendo Las mil y unas noches. Por suerte, a diferencia de Juan Dahlmann, yo no me di ningún porrazo que me llevara al quirófano por ir con prisa a leer mi libro. Lo que si tenía eran todas sus ganas de desenredar aquella historia, que oración a oración se desenvolvía ante mis ojos cómplices, y mi más sincera admiración por aquel mago de las palabras y la sugestión que lo había concebido.

El libro que me ha hechizado es La sombra del viento. Es un libro del 2002 pero yo jamás había escuchado hablar de él. Llegó a mi vida, como casi todos los más grandes amores, sin estarlo esperando. Es cierto que muchos de ellos nos decepcionan , ya sean libros o hombres de carne y hueso, pero por un rato nos mantienen ilusionados, soñando con la gloria. Lo bueno es que tanto amantes como escritores pueden salir de nuestra vida en el momento que dejan de tener nuestra atención porque ya han perdido su esencia, su magia. Por lo pronto, estoy disfrutando de mi nuevo romance, y tengo la ilusión de que será uno duradero. El que me haya leido dos de sus novelas (La sombra del viento & El juego del ángel) en dos semanas es un muy buen comienzo

Escrito en Madrid, el 2 de marzo de 2011

sábado, 20 de febrero de 2010

De aventurera en la Torre de la Calahorra


Siempre en busca de aventuras. Me la pasé muy bien en Córdoba. Al final del día los chicos y mi compañera de trabajo se fueron de compras y yo, me escapé con una de mis estudiantes a la Torre de la Calahorra en el puente Romano.

En esta foto estoy a punto de subir a la cima de la torre. Los escalones no están de más para mantener la figura, la cual es suguro que sufrirá con todo lo que estoy comiendo.
Posted by Picasa

miércoles, 7 de mayo de 2008

¡La basura al basurero!

Mientras viajaba por la espina dorsal de la República Dominicana, en algún punto del trayecto Santo Domingo-Bonao, me puse a contar los carteles de publicidad política. Sólo del ilustrísimo presidente de la República conté más de 130 en cuestión de minutos; por supuesto que también estaban los respectivos representantes de las quince mil quinientas alianzas: rojas, azules, verdes, amarillas, negras, kaki, todas, las habidas y por haber. Y para variar, estaban los otros trecientos mil partidos que buscan obtener su tajada del país; ¡cómo rinde ese paisito nuestro! Me pregunto, si se dividiera el país, literalmente, ¿alcanzaría para darle su pedacito a cada uno de ellos?

Lamentablemente no daba abasto para contarlos todos, de veras que me hubiera gustado poder hacerlo. Al poco rato me aburrí y volví a deleitarme con lo que quedaba del paisaje. La cordillera, el verdor, y la brisa suave eran un manjar, natural, refrescante, pero tantos carteles venían a interferir con la estética, y con el estado anímico. ¡Qué bonito sería si limpiaran el país de la maldita plaga de esos asquerosos letreros¡ ¡Todos para la basura sin importar de que color sean, ni a que aspirante pertenezcan! Me encantaría que se hiciera una propuesta seria para eliminar tanta publicidad política, eso tiene que hacerle daño al cerebro. Definitivamente que sí. Pensándolo bien, tal vez, esa fue la verdadera causa de mi intoxicación, y el pescado sólo haya sido el chivo expiatorio.

foto vía La Imagen Dominicana

domingo, 27 de abril de 2008

Me la saqué en un Chufly

Anoche caminaba yo por los pasillos del Aeropuerto Cibao en las primeras horas de la madrugada; me sentía soñolienta, cansada, medio melancólica, y con muchas ganas de que terminara la larga noche que me esperaba. Iba arrastrando mi malelita, o tal vez era ella quien me arrastraba a mí, de repente, escuché una voz atolondrada que se me acercaba, ¿es usted Quintina Santana? Negué con la cabeza, pero no pude evitar reírme. Me dije para mis adentros, ¡vaya nombrecito! El joven llevaba prisa, papeles en las manos y una auténtica preocupación por la mujer del desgraciado nombre.

Seguí andando por los pasillos muertos del aeropuerto, contando los minutos para que me dejaran abordar el avión. Al entrar a la sala de espera detuve la mirada en un señor muy bien vestido, y de rostro conocido, "Juan" -dije yo-, "Sonia" dijo él. Nos tomamos un café, me puso al tanto de su vida: divorcio, novia nueva, tercer viaje en lo que va de año, enamorado, futuro sabático, una promesa de vernos pronto para continuar la charla. Le conté de mi viaje también: playa, Liz, Osi, abuelas, amigos, a ratos perdida totalmente en mi propio país, feliz, aturdida, Sto. Dgo., bloggers, feria del libro, Manuel del Cabral, momentos mágicos, intoxicación en boca chica, viaje por la espina dorsal de la isla, cinco días en el país, en fin casi todo de mi viaje a la Rep. Dom.

Ya en el avión, llegó una señora de gafas, de joyas bastante extravagantes, con demasiado equipaje de mano, y una gran facilidad para no cerrar la boca. Por fin se sentó, me miró a los ojos y me dijo préstame tu celular tengo que hacer dos llamadas, aquí esta señora -le dije-, a los dos minutos vuelve y me dice préstame un lapicero, se lo pasé también, no sé cómo derramó toda la tinta de mi bolígrafo favorito sobre la mesita, respiré calmada; luego me volvió a pedir otro, y por ahí se fue. Luego se instaló a hablar con el chico que venía a su lado. ¡Era algo insoportable! Eran las cinco de la mañana, y yo que me moría por echarme una pavita -aunque casi nunca duermo en el avión. La señora empezó a llenar los formularios de aduana, y alcancé a ver su nombre: Quintina Santana, me sonreí, y entendí por fin que me la había sacado en un chufly.

jueves, 9 de agosto de 2007

¿Alguna vez has googuliado a alguien? Yo lo hago a cada rato.

En febrero mientras "trabajaba" en España, me fui a visitar a mi amiga Naty. El sábado por la mañana, me llevó a conocer Valencia, su ciudad. Ya les he contado qué tal me fue. La muy endemoniada mujer, me hizo subir la torre del Míguelete. La torre me pareció interminable, y de escalinata súper estrecha.

Al final subimos, Naty como nada y yo un vértigo para morirme.
Yo juraba que aquella monstruosidad se venía abajo conmigo; después de descansar un poco, me fui acostumbrando a la altura. Cuando me recuperé, pude disfrutar de la espectacular vista; luego vinieron las fotos.

Ya un tanto recuperada, se nos acerca un joven, bastante amable, y nos ofreció sacarnos una foto a Naty y a mí juntas. Accedimos. A partir de ese momento no dejó de buscarme conversación. Intercambiamos unas cuantas palabras.

Al momento de bajar el tipo continuó haciendo conversación, y yo que me moría del susto, no le hice mucho caso; alcancé a escuchar que era de Austria, y que era músico, que esa noche tenían un concierto en Valencia, a la siguiente noche en Madrid y luego Nueva York. Yo para lo que me importa....

Su acompañante tenía prisa, y yo estaba más preocupada por la empinada escalinata que por el austriaco, y su música. Ni cuenta me di cuando desapareció de mi vista, y sentí un gran alivio porque no tenía que hablar con nadie, sólo bajar la escalera. Pero yo estaba equivocada, al bajar, me esperaba a la puerta de salida.
Me tomé un café con el austriaco y hablamos un poco más. Y ¿qué creen ustedes que hice cuando volví a mi hotel en Madrid? Eso mismo que están pensando, me metí su nombre en Google, y me puse a averiguar quién era en realidad el fulano.....

A través del googulazo supe mucho más de lo que el autriaco me había dicho; bueno ya sabía que era músico, y que estaba en España de gira con una orquesta.
Sin embargo, no tenía la mínima idea de qué orquesta se tratata. Nuestra conversación fue muy breve. No suelo creer todo lo que me dicen, siempre existe la posibilidad de que un desconocido sea un loco cualquiera de tantos que andan por ahí sueltos. Pues nada, con su tarjeta en mano, y a través de Google me enteré de cuanto tiempo llevaba en la orquesta, de que instrumentos tocaba, y de que la orquesta era, nada menos que la filarmónica de Viena, y que ésta durante la gira estaba dirigida por Daniel Baremboim el gran músico argentino.

La anécdota fue motivo de interminables burlas por parte de mi amigos españoles, según ellos sólo a mí se me ocurre ligarme un austriaco en territorio español, como si no hubiera chicos españoles de donde elegir. La verdad es que creo que mis amigos tenían razón, no hubo ni la más mínima química entre el nórdico y la caribeña. Lo tendré en cuenta para la próxima.

¿Cuándo fue la última vez que "googuliaste" a alguien?

martes, 19 de junio de 2007

Una experiencia esperpentica

A bordo de un tren Valencia-Madrid, 25 de febrero 2007

Haber conocido Valencia de la mano de Naty fue una experiencia valleinclanesca. La verdad es que hay que conocerla para saber que el apodo Esperpento le viene como anillo al dedo.

Hace tiempo que me vengo preguntando, ¿cómo es posible compenetrarse tanto con gente que se conoce a través de un blog? No logro entenderlo del todo. ¿Quién me hubiera dicho que conocería Valencia en compañía de Nati? No recuerdo como empezó nuestra amistad, lo cierto es que he tomado un tren por casi 3 horas y media para ir a su encuentro... Mi madre hubiera puesto el grito en el cielo -menos mal que no tengo que pedirle permiso.

El reloj marcaba las doce y veinte de la tarde, y Nati me esperaba en la estación de trenes. Así empezó mi aventura esperpéntica. Pasamos la tarde en el apartamento de su amiga Gloria. Al atardecer nos fuimos a la playa Malvarrosa; al llegar saqué todos mis cachivaches, y nos marchamos a la playa. Hacía una temperatura espectacular. La caminata por la playa me encantó. La brisa suave del mediterráneo hacia volar mi pelo al tiempo que la ciudad desfilaba frente a mis ojos de extranjera.. La senda pavimentada estaba cuajada de estrellas del cine europeo. A decir verdad no los habían honrado con estrellas sino con palmitas. Nos detuvimos en una palmita cuyo pavimento estaba roto. Nati me aseguró que lo habían roto adrede. Nagui Mahfu era el único musulmán de todo el grupo, y el único que había sufrido dicha suerte. El pavimento se veía como nuevo, sin el uso suficiente que ameritara dicha lesión. Un frío que se me enredo en el estómago. El incidente de la palmita disfrazada de estrella, me recordó lo absurdo que es nuestro mundo. Se nos hace responsables de toda una estirpe; sólo somos colectividad, pero ¿dónde queda el yo, el individuo? Hecho polvo en la colectividad. Nos disfrazan el ser con banderas, religiones y etnias… Nos hacen tan pesada la carga; tantas distinciones sólo sirven un propósito: satisfacer el ego de los hombres mediocres. Hombres que carecen de valor intrínsico, que viven porque respiran, pero que jamás han estado vivos. Jamás han dejado libre su espíritu, subyugado, sepultado bajo tantas incoherencias sociales.... Así veía el mundo en mi interior, pero afuera, Nati me mostraba orgullosa su ciudad y yo me dejaba arrastrar por su magia. La noche se nos vino encima, entre risas y charlas, y se llevó con ella las experiencias vividas. A partir de ese momento, sólo existirían en mi memoria...

Pronto se hizo hora de cenar y de volver al nido; decidimos no tapear muy lejos de casa... Así concluimos nuestra primera “pateada” por las calles valencianas. Al regresar a casa –cuando pensábamos que la aventura había terminado- Nati se enfrentó en una lucha de titanes con con el calentador. Yo por mi parte, trataba de bajar una persiana que se había subido a lo más profundo de la ventana. Es seguro que esa persiana -hasta entonces- no había experimentado dicha profundidad. La persiana se hizo caracol, y se enroscó en su concha. Si no hubiera quedado el cordón -donde hace unos minutos existió la persiana plegable- nadie hubiera notado su ausencia. Al darnos cuenta que ninguna de nuestras empresas tendrían resultado, decidimos dar por terminado nuestro día: Nati viendo un clavo en la tele, y yo tumbada en el sofá esperando a Orfeo.

A la mañana siguiente saludamos el nuevo día. Nati me serviría de guía turística por la Valencia del Cid. No hay mejor manera para conocer un lugar que andar de la mano de alguien que viva allí. Me llevó por esos lugares fuera del alcance de los turistas... De pronto, me vi transportada a la época medieval. Estaba en el patio de La Lonja, sentada sobre la pila, imaginándome a doña Jimena allí sentada a la espera de El Cid Campeador. ¡Oh Jimena, todo un modelo de entrega y dedicación medieval! Al rato termina la espera, se asoma por la puerta el Cid de las batallas herculescas; ahora viene el invencible guerrero a librar otra batalla, menos violenta: viene dispuesto a montar a su mujer, a rejuvenecerse entre unas piernas que nunca se le resistiría; eso sería inconcebible para el Cid, porque ella existía, exclusivamente, para complacerlo…
Un aire fresco, perfumando de naranjos me sacó de mis cavilaciones; y vi a Nati dispuesta fumarse cigarrillo. Está convencida de que se puede fumar, porque ha visto una colilla de cigarrillo en el suelo; para Nati, esa es la prueba irrefutable que le demuestra que se puede fumar, aunque haya un letrero que lo prohíba.

Nati, mil gracias por soportarme todo un fin de semana, y por haberme dado la pateada de mi vida. Eres un encantó. Me lo pasé de lo mejor. La próxima vez me meto a la playa. Te sigo debiendo el post de la torre y el alemán.

miércoles, 13 de junio de 2007

Un bosque de algodón entre desiertos azules

Hay seres que tenemos el privilegio de trascender el engaño de la vista. Para nosotros, los seres quijotescos, nada es lo que parece. Vemos la esencia que se oculta detrás de la apariencia... No es fácil explicarle esta "discapacidad" a los seres que no la padecen.

En mi último viaje a la República Dominicana, disfruté de un vuelo placentero, y de una vista espectacular por el maravilloso día que hacía. Desde mi ventana, yo añadía pinceladas imaginarias a un cuadro que en sí era ya hermoso. A mi lado, viajaba un Juan de los Palotes que se encargaba de separarme de mi paisaje encantado, de ese hermoso cuadro que la naturaleza y yo habíamos creado juntas. “No sé que tanto ves por la ventana. Yo sólo veo nubes" -me dijo. En cambio, yo veía mucho más, pero preferí escribirlo a compartirlo con un ciego a quien le ha sido negada la capacidad de soñar con consciencia. He aquí el hermoso cuadro del que se perdió aquel Juan de los Palotes:

Diario de viajes
29 de marzo de 2007

Tras la ventana, se forman unos hilos invisibles que convierten algodones flotantes en árboles. Su sombra se proyecta sobre un extenso desierto azul. La arena forma surcos como la espuma de las olas del amar. Pero no es el mar, es un desierto azul a la sombra de un bosque de algodón….

Por encima del desierto, una fina escarcha, transparente, reposa tranquila. Y, arriba, en lo infinito, otro brillante reflejo azul, y en entre ambos azules, navego yo plácidamente… De pronto se acerca un algodón gigante que viene a ocultar mi universo azul. El avión resbala, pero sigue su curso, persiguiendo las directrices invisibles que lo guían hacia su destino final. Ante mis ojos aparece un glacial de apenas horas, aunque da la impresión de haber existido desde siempre… Mi mirada se pierde sobre su extensión, y lo veo abrazarse con el cielo. Se me ocurre entonces que tal vez, los que vengan después de mí no logren verlo, a pesar de que ahora se imponente, majestuoso en medio de los desiertos que oscurece... Sin embargo, a pesar de su tamaño, puede ser susceptible a los embates del sol, dejar de ser un iceberg flotante, y volver a su antigua forma… y ya no ser más una sólida escarcha para diluirse en el desierto líquido que ahora opaca; y entonces, nadie –ni siquiera yo que lo he visto- recordara que estuvo ahí agazapado, oscureciendo mis dos desiertos azules....

Foto tomada del blog de Katrin