El fallo del Tribunal Constitucional dominicano sobre la nacionalidad dominicana ha desbordado los ánimos a ambos lados del debate. Por un lado están los nacionalistas de siempre, reaccionarios, delirantes, que hablan de una abrumadora invasión de inmigrantes haitianos, que vienen a destruir la santa cultura dominicana. Y por otro, están los que creen que se ha violado la constitución al negarles la nacionalidad de forma retroactiva a personas nacidas en el territorio nacional, por ser hijos de inmigrantes indocumentados.
Al leer la sentencia se hace evidente que ésta tiene un sentido preventivo, un deseo de evitar o diezmar la inmigración haitiana. La nulidad de la nacionalidad a dominicanos de ascendencia haitiana es un escarmiento, un mandar un mensaje a futuros “infractores”. A pesar de que hay otros inmigrantes en el país, la sentencia se centra exclusivamente en el impacto de la inmigración haitiana. Es cierto que la reclamante al centro de la sentencia es de origen haitiano, y que éstos son la mayoría de inmigrantes, pero ¿no debería ser ésta una decisión razonada en terminos universales, y no sólo para señalar a los migrantes haitianos? El señalar exclusivamente a los haitianos hace del dictamen discriminatorio en base a nacionalidad y raza -lo que prohibe la constitución dominicana.
Lo que encuentro en el subtexto de la sentencia es un miedo al factor demográfico, a que los extranjeros, especifícamente los haitianos, sean una mayoría abrumadora. Esa "amenaza" demográfica, que tanto preocupa a la ultra derecha de países como Israel, con los árabes, y Estados Unidos con los latinos, es una idea racista, divorciada de la realidad. Es un miedo irracional que busca preservar la “pureza” cultural o racial –en algunos casos-, la supuesta superioridad de la cultura y sociedad local, ante la del señalado invasor, que se considera inferior. Para los nacionalistas "salvar" el país de estas "escorias" es la prioridad, y si hay que violar la constitucion, desnacionalizar a miles de dominicanos de ascencia haitiana, no pasa nada, es sólo daño colateral.
Al conversar con dominicanos nacionalistas que favorecen la extirpación de la nacionalidad a ciudadanos de ascendencia haitiana, sale a relucir un miedo bastante irracional de amanecer un día en un país cuya cultura dominante sea la haitiana. Esto es un miedo infundado, sustentado por la supuesta creencia de que para los haitianos la isla es "una e indivisible", y, por lo tanto, estos buscan la oportunidad de volver a dominar el país. Muchos hablan de la invasión de haitianos, de que hay millones de ellos en la isla, sin embargo, los datos aportados por el estudio, que reproduce la misma sentencia del Tribunal Constitucional, demuestran que estas cifras son exageradas.
El porcentaje total de inmigrantes en el país, en relación a la población nacional, es de 5,4% (página 23). Es rídiculo pensar que esta cifra pueda poner en peligro la hegemonía nacional. Supongamos, por un instante, el improbable escenario de que se fusionaran las dos naciones, que no es el caso en absoluto, los dominicanos y los haitianos seguirían respectivamente practicando su cultura. La cultura es algo que se arraiga profundamente, y no se pierde nunca sin el consentimiento propio. La cultura, como todo organismo vivo, se transforma, adopta nuevas tendencias, pero no se pierde.
El porcentaje total de inmigrantes en el país, en relación a la población nacional, es de 5,4% (página 23). Es rídiculo pensar que esta cifra pueda poner en peligro la hegemonía nacional. Supongamos, por un instante, el improbable escenario de que se fusionaran las dos naciones, que no es el caso en absoluto, los dominicanos y los haitianos seguirían respectivamente practicando su cultura. La cultura es algo que se arraiga profundamente, y no se pierde nunca sin el consentimiento propio. La cultura, como todo organismo vivo, se transforma, adopta nuevas tendencias, pero no se pierde.
Es imposible obligar a la gente a adoptar una cultura ajena a la suya, por eso vemos que en todas partes donde hay inmigrantes éstos mantienen pequeños núcleos donde practican su cultura, y dan rienda suelta a la nostalgia por el país que han dejado atrás. La adopción de la cultura dominante por parte de los inmigrantes sólo ocurre en generaciones posteriores. Son los hijos y los nietos de éstos lo que empiezan a perder la cultura, no por obligación, sino por decisión propia, y porque se sienten más cerca de la nación que los vio nacer que de la que dejaron atrás sus progenitores.
La decisión del Tribunal Constitucional de desnacionalizar a miles de dominicanos de ascendencia haitiana es una aberración en sí misma, y viola los derechos de miles de hombres y mujeres que llevan décadas en el país. Sí éstos siguen siendo indocumentados, es un fallo del estado dominicano y sus ineptas leyes migratorias. Esa es una carga que no deben cargar los hijos de estos inmigrantes. Las leyes internacionales, de las que participa la República Dominicana, estipulan que la condición de los padres no es hereditaria. En esta sentencia hay una simbiosis entre el miedo al crecimiento de la población dominicana de ascendencia haitiana ("amenaza demográfica"), y el antihaitianismo proverbial que llevan décadas fomentando sectores conservadores de la Republica Dominicana. Es una verdadera lástima que ambos hayan unido fuerzas para vulnerar a los más indefensos de la sociedad.