lunes, 30 de septiembre de 2013

El factor demográfico en el conflicto por la nacionalidad dominicana

El fallo del Tribunal Constitucional dominicano sobre la nacionalidad dominicana ha desbordado los ánimos a ambos lados del debate. Por un lado están los nacionalistas de siempre, reaccionarios, delirantes,  que hablan de una abrumadora invasión de inmigrantes haitianos, que vienen a destruir la santa cultura dominicana.  Y por otro, están los que creen que se ha violado la constitución al negarles la nacionalidad de forma retroactiva a personas nacidas en el territorio nacional, por ser hijos de inmigrantes indocumentados.

Al leer la sentencia se hace evidente que ésta tiene un sentido preventivo, un deseo de evitar o diezmar la inmigración haitiana. La nulidad de la nacionalidad a dominicanos de ascendencia haitiana es un escarmiento, un mandar un mensaje a futuros “infractores”. A pesar de que hay otros inmigrantes en el país, la sentencia se centra exclusivamente en el impacto de la inmigración haitiana. Es cierto que la reclamante al centro de la sentencia es de origen haitiano, y que éstos son la mayoría de inmigrantes, pero ¿no debería ser ésta una decisión razonada en terminos universales, y no sólo para señalar a los migrantes haitianos? El señalar exclusivamente a los haitianos hace del dictamen discriminatorio en  base a nacionalidad y raza -lo que prohibe la constitución dominicana.

Lo que encuentro en el subtexto de la sentencia es un miedo al factor demográfico, a que los extranjeros, especifícamente los haitianos, sean una mayoría abrumadora. Esa "amenaza" demográfica, que tanto preocupa a la ultra derecha de países como Israel, con los árabes, y Estados Unidos con los latinos, es una idea racista, divorciada de la realidad. Es un miedo irracional que busca preservar la “pureza” cultural o racial –en algunos casos-, la supuesta superioridad de la cultura y sociedad local, ante  la del señalado invasor, que se considera inferior. Para los nacionalistas "salvar" el país de estas "escorias" es la prioridad, y si hay que violar la constitucion, desnacionalizar a miles de dominicanos de ascencia haitiana, no pasa nada, es sólo daño colateral.

Al conversar con dominicanos nacionalistas que favorecen la extirpación de la nacionalidad a ciudadanos de ascendencia haitiana, sale a relucir un miedo bastante irracional de amanecer un día en un país cuya cultura dominante sea la haitiana. Esto es un miedo infundado, sustentado por la supuesta creencia de que para los haitianos la isla es "una e indivisible", y, por lo tanto, estos buscan la oportunidad de volver a dominar el país. Muchos hablan de la invasión de haitianos, de que hay millones de ellos en la isla, sin embargo, los datos aportados por el estudio, que reproduce la misma sentencia del Tribunal Constitucional, demuestran que estas cifras son exageradas. 

El porcentaje total de inmigrantes en el país, en relación a la población nacional, es de 5,4% (página 23). Es rídiculo pensar que esta cifra pueda poner en peligro la hegemonía nacional. Supongamos, por un instante, el improbable escenario de que se fusionaran las dos naciones, que no es el caso en absoluto, los dominicanos y los haitianos seguirían respectivamente practicando su cultura. La cultura es algo que se arraiga profundamente, y no se pierde nunca sin el consentimiento propio. La cultura, como todo organismo vivo, se transforma, adopta nuevas tendencias, pero no se pierde.  

Es imposible obligar a la gente a adoptar una cultura ajena a la suya, por eso vemos que en todas partes donde hay inmigrantes éstos mantienen pequeños núcleos donde practican su cultura, y dan rienda suelta a la nostalgia por el país que han dejado atrás. La adopción de la cultura dominante por parte de los inmigrantes sólo ocurre en generaciones posteriores. Son los hijos y los nietos de éstos lo que empiezan a perder la cultura, no por obligación, sino por decisión propia, y porque se sienten más cerca de la nación que los vio nacer que de la que dejaron atrás sus progenitores.

La decisión del Tribunal Constitucional de desnacionalizar a miles de dominicanos de ascendencia haitiana es una aberración en sí misma, y viola los derechos de miles de hombres y mujeres que llevan décadas en el país. Sí éstos siguen siendo indocumentados, es un fallo del estado dominicano y sus ineptas leyes migratorias. Esa es una carga que no deben cargar los hijos de estos inmigrantes. Las leyes internacionales, de las que participa la República Dominicana, estipulan que la condición de los padres no es hereditaria. En esta sentencia hay una simbiosis entre el miedo al crecimiento de la población dominicana de ascendencia haitiana ("amenaza demográfica"), y el antihaitianismo proverbial que llevan décadas fomentando sectores conservadores de la Republica Dominicana. Es una verdadera lástima que ambos hayan unido fuerzas para vulnerar a los más indefensos de la sociedad. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

EE.UU un país de prioridades invertidas

El excepcionalismo de Estados Unidos no es más que un mito. El país se queda rezagado ante sus semejantes en varios aspectos: la calidad de la educación, el acceso a servicios sanitarios, y la siempre en expansión brecha entre ricos y pobres, y un largo etcétera.

Esta mañana me he quedado pensando en otro aspecto en que Estados Unidos se queda atrás: la implementación de servicios de trenes de alta velocidad que conecten, por lo menos, las grandes ciudadades. ¿No sería estupendo poder coger un tren y bajarse en la costa opuesta?

No me cabe en la cabeza que en Estados Unidos no existan trenes de alta velocidad como en Europa y Asia. Lo peor aún es que ni siquiera existen planes a futuro. Alguna vez he escuchado a políticos en campaña mencionarlo, pero nada en serio. Todo indica que seguiremos dependiendo de los carros, los autobuses y los aviones para viajar lejos.

¿Cómo es posible? No lo sé. Siempre he creído que deberíamos tener rieles de alta velocidad, pero hoy la falta de ellos me me fastidia mucho más. He aquí las razones: debo ir a dar una ponencia en la Universidad de Pittsburg en unas semanas, y acabo de volver de Europa donde volví a comprobar lo cómodo y útil que son los trenes de alta velocidad.

Jamás imaginé que llegar a Pittsburg fuera tan problemático. Mi intención desde el principio fue viajar en avión, sin imaginar que los billetes estuvieran tan caros. Estas son las opciones disponibles:
  • Para la fecha que quiero, un vuelo directo de ida y vuelta desde La Guardia o el Kennedy cuesta un promedio de 650.00 dólares. Esto me parece un asalto para un vuelo de una hora y media, más o menos.  El año pasado ir a Pittsburg costaba 200.00 dolares ida y vuelva, y tal vez, menos si se compraba el billete con tiempo. Jetblue dejó de viajar a principios de años, lo que ha causado el aumento.
  • Podría conducir, pero son  394 millas, lo que supone un trayecto de aldedor de 6 horas, y supongo que serían más, porque claro debo comer e ir al baño. Me gusta conducir, y no sería la primera vez que conduzca esta distancia, pero no quiero llegar cansada a dar una ponencia, pues saldría después de horas de trabajo.
  • Ir en autobús se lleva unas quince a dicisiete horas. Esto si que ni loca lo hago. ¿Quién diablos puede estar en un bus tanto tiempo? 
  • Si cojo el tren, el viaje serían nueve o diez horas para viajar 394 millas. Insólito. El tren es mejor que el autobús, pues puedes caminar e ir al bar a comer o tomar algo. Pero, la idea de estar en un tren por diez horas, para viajar una distancia relativamente corta, me hace ronchas.
¡Qué maldito fiasco! Esto es simplemente incomprensible. Para ilustrar esta estupidez les cuento que en agosto estuve en Italia, y viaje desde Roma a Florencia (173 millas) y desde allí a Venecia (161), ambos trayectos los recorrí en una hora y media en  tren. El trayecto Madrid-Sevilla (342) lo he hecho en dos horas y medias.

¿Qué impide que tengamos este servicio en EE.UU? Por un lado la desidia de los  gobernantes, y la falta de hacer de este tipo de transporte una prioridad presupuestal. Estoy seguara de que si se redujera el mal llamado presupuesto de "defensa", se podrían invertir los impuestos en infraestructura y otros servicios sociales. Pero claro, ¿para qué invertir impuestos en mejorar nuestra calidad de vida cuando se pueden usar para bombardear inocentes, mantener la alta productividad y ganancias de la Industria de la Guerra, y, de paso, hacer ricos a una pequeña élite? Exacto.

Nos queda clarísimo. Es una cuestión de prioridades: se necesita invertir más en el ejército, en más intervenciones militares, y mucho menos en servicios a los ciudadanos. ¡Obvio!