miércoles, 31 de agosto de 2011

53 días después del accidente

A pesar de que las últimas radiografías mostraron que las fracturas no han cicatrizado mucho, tengo más movilidad gracias a las fisioterapias. Desde la última visita al ortopedista, puedo afincar la pierna izquierda lo que me facilita el movimiento. Por lo tanto, ya no necesito la silla de ruedas, sino un andador.

Ya puedo caminar distancias cortas. Ayer empecé a usar muletas para caminar en la casa y esta mañana acompañada de mi terapeuta, bajé y subí del 5to al 4to piso, usándolas  para apoyarme.  Bajar las escaleras por primera vez en mucho tiempo y con la pelvis fracturada fue sumamente difícil y doloroso, pero logré hacerlo.

El ortopedista me ha dicho que no puede predecir con exactitud cuánto tiempo se llevará el proceso de recuperación. Todo dependerá de la cicatrización de las fracturas que tengo en la pelvis y en el sacro. Esto es un poco frustrante, pero no me queda de otra que aguantarme.

Hoy comienza el año escolar, y será  la primera vez que no esté presente. Es una sensación muy extraña, la verdad, saber que hoy es el primer día de trabajo y estar en casa. Extrañaré la alegría que conlleva empezar un nuevo año escolar, y ver las emociones agridulces reflejadas en las caritas de los niños.

Mañana empezaré a estudiar  para mantenerme ocupada y no perder la cordura por estar encerrada.

viernes, 26 de agosto de 2011

"El día que conocí a mi amigo secreto"

Ese día fui a caminar al parque como lo hacía desde que el sol empezaba a calentar los días de primavera. Era la rutina de abril a septiembre. No había nada digno de contar en ello, excepto que ese día lunes se empezó a tejer la historia de la relación con mi amigo secreto. Llegué al parque: estacioné el carro, crucé la calle, pasé los enamorados en los bancos, los viejitos y sus añoranzas, los niños corriendo, y un joven que se había caído de una bicicleta, y se agarraba una rodilla raspada.

Me encaminé hasta la pista de correr. Bajé tres escalones y empecé a trotar. Di un par de vueltas. A la tercera, apareció un hombre que no había visto en todos los años que llevo yendo al parque. Cruzamos la mirada, sonreímos: él siguió conversando con su amigo, y yo seguí caminando. Me acompañaba una sensación recién adquirida: hileras de hormigas giraban en torno al estómago. Era consciente ahora de todo mi cuerpo.

Las vueltas se fueron haciendo más cortas. Me sentía recompensada con su mirada picara, y su sonrisa destellante. Al dar la espalda, su mirada zigzagueante me laceraba el cuerpo. De frente, nuestras miradas se chocaban y la humedad de sus ojos me robaba otra sonrisa. Así empezó todo.

Era julio, y el calor de la tarde hacia estragos en la garganta. Salí de la pista a tomar un poco de agua por la puerta lateral para que él no me viera doblarme a tomar agua. Ante él, quería verme espigada, altiva. Nada que pareciera un cuatro doblada sobre la fuente.Estoy segura que fueron unos pocos minutos los que pasé fuera de la pista. Mi intención era ver aquel hombre una vez más al pasar por donde él conversaba con su amigo.

Era guapo: iba de negro, tenía una barba de unos tres días, y se veía algo rústico. La ropa aún estaba humedecida por el sudor que chorreaba por su cuerpo. Mi imaginación empezó a volar: terminó su rutina, y al salir de la pista, se encontró con un amigo, y se detuvo a conversar. O, tal vez, estaba ahí sólo para alborotarme el pensamiento. No sé qué hacía aquel hombre allí, justo a la hora de ejercitarme, y sin embargo, me agradaba su presencia.

Bebí con avidez y con la rapidez de una mujer que tenía la intención de volver a ver a un hombre que le interesa. Me demoré unos segundos en la fuente, pero cuando me di la vuelta y volví a la pista, él había desparecido. Lo busqué con la mirada por todo el parque. Se había ido sin avisarme, sin iniciar el menor contacto conmigo. No lo podía creer, ¿cómo había podido irse así? Inspeccioné los bancos alrededor, pero el hombre de ropa negra que había perturbado mi mente, y acelerado mi sangre con su humedad, su mirada y su barba rústica ya no estaba. Habían pasado 25 minutos desde que lo conocí, ya lo había perdido. Sin habernos dicho nada. Me había hecho a la idea de que, esa noche, él y yo conversaríamos. Me había equivocado. Sentí la angustia de lo irremediable.

De regreso a casa, revoloteaban en mi mente miles de suposiciones que entraban y salían sin orden alguno, explicándome lo que debí haber hecho: “debiste haberle hablado,” “eres una tonta,” “seguro que volverá mañana.” Es cierto, tal vez, volvería mañana. Una esperanza empezó a gestarse dentro de mí. “Volveré mañana a la misma hora,” “no, iré un poco más temprano, para estar ahí cuando él llegue.” Pero, a ese aire esperanzador, le seguía la angustia de la duda “¿qué tal si no lo volvía a ver?” Y, luego una actitud derrotista me susurraba que lo había perdido para siempre.

Intentaba persuadirme de que sí lo volvería a ver, tanto que se convirtió en una obsesión. Al día siguiente volví al parque, pero no lo encontré. Fui todos los días de ese verano, pero él nunca estaba. Al cuarto día de haber iniciado mi pesquisa, decidí poner un anuncio personal en un portal de Internet que conectaba a las personas en mí situación con el objeto de su deseo. Escribí: “Nos vimos el lunes en el parque de Astoria. Mientras yo caminaba, tú conversabas con un amigo a la entrada de la pista. Me sonreíste y me seguiste con la mirada por un rato. Salí a tomar agua un instante, y cuando regresé, ya habías desaparecido. Si lees este mensaje mándame un correo, me gustaría conversar contigo.”

Unos días después, llegaron dos mensajes, pidiendo más detalles sobre el hombre que buscaba, pero no era ninguno de ellos. Mi primer anuncio personal había fallado. ¿Cómo encontrarlo en una ciudad tan grande y sin saber ni siquiera su nombre? Empecé a desistir de la idea de encontrar el hombre calvo, delgado, sudado, de ropa negra que me había trastornado. Justo entonces, me llegó un correo: “Ese lo que es un buen maricón. ¿Qué hacía el hablando con un amigo donde todos vamos a hacer ejercicio? Detesto los tipos que hacen eso.” No sé por qué lo hice, pero le contesté.

Al principio nos reímos de mi tontería, y hablamos de la posibilidad de que él y yo hubiéramos caminado juntos en la pista sin jamás enterarnos de quiénes éramos. Él me contaba de su vida de casado con dos niños, de su trabajo como contable, y yo de mis soledades, de mis estudios, de mis frustraciones, del desastre en que se había convertido mi vida. A ambos nos agradaba la idea de saber que jamás nos conoceríamos. Éramos dos personas más en una metrópoli de ocho millones, y sin embargo, nos teníamos el uno al otro. Había alguien dispuesto a escucharnos. La conversación y la falta de presión o expectativas nos hicieron sincerarnos sin temor a ser juzgados, ¿qué más daba? Se trataba de dos personas que nunca se conocerían y cuyo único punto de contacto era una computadora.

Así pasaron cinco meses y el hombre del parque era ahora sólo un lejano recuerdo, y el hilo conductor que me llevó a esta anónima amistad. Nos escribíamos, nos contábamos lo que ocurría en nuestras vidas; y sin embargo, ni siquiera sabíamos nuestros nombres. Éramos dos desconocidos y así nos llamábamos: “Querido desconocido” “Qué tal estás desconocida.” Nuestra relación crecía con cada email, y a pesar de la anonimia, éramos buenos amigos, nos teníamos afecto. Era obvio que a pesar de no habernos visto, ni de saber nuestros nombres reales, ni nada que nos identificara, nos íbamos sintiendo más unidos cada día. Yo sabía de los viajes de la familia, de sus asados en casa de amigos, de los problemas escolares del hijo mayor. Sabía también que mi amigo el desconocido estaba pasando por una crisis matrimonial.

Un día me propuso que nos conociéramos. Me negué por temor a entorpecer la relación que teníamos, o lo que es lo mismo no quería que nos complicáramos. Además, me gustaba lo que teníamos: una extraña y desinteresada amistad, surgida de la nada. Después de conversarlo, decidimos que jamás nos conoceríamos. Seríamos amigos cibernéticos para siempre. Imaginaríamos que vivíamos en países lejanos. Ese era el pacto: seríamos amigos para siempre en el mundo virtual.

Tiempo después, hubo un fuego en casa en el que lo perdí todo. Nos evacuaron a un albergue de la ciudad. Mi vida había sido consumida por las llamas. Era difícil aceptar que estaba en aquel albergue, triste, sola, destrozada y llena de incertidumbre. En ese momento de tribulación, pensé en mi amigo secreto. Sentí la necesidad de comunicarme con él. Deseaba su protección en medio de la desolación. Creí que sólo él podía consolarme, porque me había llegado a entender mejor que nadie. Pero, ¿cómo llamarlo? No tenía el número de teléfono, además, teníamos un pacto de anonimato. Sin embargo, estaba segura de que lo necesitaba conmigo en aquel momento. Decidí escribirle un correo. Metí la mano al bolsillo del abrigo, saqué el celular, y empecé a escribirle: “Querido Desconocido, en este momento estoy refugiada temporalmente en el albergue Safe Harizon que está en el 33 Essex Street, New York, New York, 10002. Hubo un fuego terrible en casa. Lo he perdido todo. Estoy aterrada. Necesito verte.” A diferencia de lo que había pensado, no me tembló el pulso al apretar el botón de “enviar.”

Me quité los zapatos, me subí a la cama, junté las piernas y las acerqué a mi pecho, y me convertí en un enorme feto. Estaba expectante, nerviosa. Dos horas más tarde, se encendió la luz roja del celular, y empezó a pestañear. El corazón migró de golpe a la garganta, y me puse de pie de un salto, miré el teléfono, con miedo de averiguar la razón de esa luz  intermitente. Me decidí, abrí el buzón, y ahí estaba la respuesta de mi amigo secreto. Sólo alcancé a leer: “Ya estoy aquí. Voy caminando hacia ti.”

El toque en la puerta de la habitación me impidió pensar en una respuesta.

jueves, 25 de agosto de 2011

¡Qué largos son los días!

¡Qué inútiles pasan estos días de inercia! Extraño, caminar, saltar, bajar por las escaleras, ducharme de pie, treparme en las máquinas del gimnanio. Extraño el movimiento. Echo de menos la tensión que se forja entre el deseo y el deber, por ejemplo, el quererme quedar en la cama pero tener que levantarme.¿Qué de bueno hay en quedarse en la cama cuando uno no tiene que levantarse? No hay placer en hacer lo que podemos hacer, pareciera que necesitemos esa dimensión de imposibilidad para disfrutar más las cosas.

A pesar de que mis movimientos son bastantes limitados, he experimentado mejoría. Ya no estoy confinada a una silla de ruedas todo el día, puedo caminar un poco apoyada por un andador. Las terapias han fortalecido mis músculos aunque las fracturas siguen sin cicatrizar -el pronóstico de los médicos es que la recuperación se llevará de cuatro a seis meses. Ojalá que no pierda la cordura en el proceso, pues trabajo desde los diecisiete años y no sé estar en casa. Ya veremos que tal me va.

¿Cómo paso el tiempo? Recibo visitas de amigos y familiares, hablo por teléfono, veo películas, paso horas muertas en Twitter siguiendo lo que ocurre en el mundo, desde la guerra de Libia a las manifestaciones de los estudiantes chilenos, y otros temas de interés, y por supuesto que leo mucho.

Estas primeras semanas de recuperación me he propuesto darme tiempo para mejorar y hacer lo que quiero. El próximo mes cuando el dolor disminuya un poco más, volveré a estudiar para prepararme para el examen que debí tomar en agosto. Afortunadamente el impacto del accidente sólo me afecto los huesos y no las neuronas :).

viernes, 19 de agosto de 2011

Lamento matutino

Hoy quiero estar con mi tristeza a solas, quiero sentirla, exprimirla, hasta que ella se deje. No quiero consuelos, ni palabras vacías ni frases hechas.

Esta tristeza es lo más cierto que hoy siento y tiene todo mi permiso para anidarse en lo más profundo de mi alma, para ser, para surgir y estallar...

No me consuelen, hoy quiero abandonarme a sus brazos y llorar por todos los que me han dejado una cicatriz en el alma: aquél hombre que me engañó, que me mintió, que no tuvo valor para decirme que había otra persona, y simplemente me ofreció su silencio cobarde; el otro que no tuvo tiempo para mí, que su lugar estaba en todas partes menos conmigo, porque el trabajo era lo más importante; o el otro de quien me separaba una distancia insalvable a pesar de estar a unos escasos pasos y todos aquellos que me han malquerido...

Pero ¿es acaso cierto que lloro por ellos? No, no es cierto... Es por mí por quien lloro... Es que mi soledad hoy me estorba, me araña el alma con sus garras. Lloro por mis sueños deshechos, por mis frustraciones, por aquel examen que hoy debí presentar y por la propuesta de tesis que tendrá que esperar quien sabe cuánto. Sufro porque, por primera vez en trece años, no asistiré al primer día de clases con mis ilusiones revoloteando en el estómago, y porque será un septiembre poco septiembre. Extrañaré a mis estudiantes, sus dulces sonrisas y sus miradas amorosa...

Hoy estoy con mi tristeza, eso sí, sólo por hoy quiero abrazarme a su cuerpo, y verme en sus ojos abismales a cuyo fondo me arrojo sin miedo.

lunes, 15 de agosto de 2011

Filosofía de vida

A todos nos enseñan pautas esenciales durante el proceso de sociabilización que nos permite funcionar en sociedad. Y de algún modo, este proceso se basa en la subyugación del "yo" individual a favor de la creación de un ente social funcional. Esta castración del  ser puede crear conflictos entre lo que somos y lo que debemos ser.

En lo personal, me parece saludable cuestionar lo que nos han enseñado, poner un poco de distancia entre esa carga cultural y social  y escuchar la voz de nuestro subyugado ser interior.

Al hacer este ejercicio uno puede sentirse un tanto vacío, dudoso y angustiado, pero tras la confusión empieza el proceso de búsqueda que en su momento nos llevará a encontrar nuestro centro. Es el principio del crecimiento interior que nos lleva a ser mejores seres humanos, a desarrollar una filosofía de vida auténtica en la que exista la armonía entre quienes somos y lo que creemos.

domingo, 14 de agosto de 2011

To Kill a Mockingbird por Harper Lee

Acabo de leer To Kill a Mockingbird de Harper Lee y me fascinó. Es una narración circularmente perfecta. Las primeras páginas y las últimas giran sobre el mismo asunto: cómo Jem, el hermano de trece años de la narradora, Scout de ocho, recuerda la noche en que Jem se fracturó el brazo izquierdo.

El resto de la novela es la secuencia de eventos que llevó a ese momento, desde la perspectiva de una niña,  en una Alabama segregada, durante un período de tres años. Harper Lee logra mantener la perspectiva de la niña Scout, sin embargo, es claro que narra los hechos años más tarde. Por eso, hay una dualidad entre como veía los hecho entonces, y como los ve ahora. Sin embargo, es el lector que debe seguir las pautas de la escritora para entenderlo.

El asunto central de la novela gira entorno a la reacción de un pueblo sureño a la acusación de violación de una mujer blanca por un hombre negro. En el centro de la trama está la familia de la narradora: su padre, Atticus Finch, es el abogado del acusado y el pueblo no le perdona el prestarse a defender un hombre negro. A través de la crianza que le da Atticus a los niños, y todas sus acciones, vemos un hombre justo, equilibrado, de mente abierta, atípico del soñoliento puedo en donde viven.

Los niños son ávidos lectores, tienen libertad de jugar en campo abierto y disfrutan de una excelente comunicación con su padre. Jem y Scout son huérfanos de madre, por eso han sido criado por Atticus y su criada Calpurnia.

Es sumamente interesante la conducta de Atticus hacia Scout. No la trata como el pueblo y su hermana Alexandra esperan que lo haga: Scout tiene liberta de montear con su hermano Jem, de usar pantalones, y de jugar con los mismos juegos que su hermano. Scout no es femenina en lo absoluto, detesta el rosa y los vestidos, y basándose en su observación de las mujeres del barrio ha declarado que no hay cosa peor, ni más aburrida que ser mujer.

La lectura, la libertad de explorar que les da su padre, y el encuentro casual con Dill contribuyen a las fantasías infantiles de Jem y Scout. Por ejemplo, los niños imaginan toda una historia de misterio y terror de lo que ocurre en la casa de los Redley. Una casa que está siempre cerrada y donde vive un hombre, Boo Radley, que nunca sale.Al final del libro, la salida de Boo Radley y su buen comportamiento tienen que ver con la pérdida de la inocencia de la narradora. Ella se da cuenta de que él no es el monstruo que ellos habían imaginado, haciéndola entender su propio prejuicio.

Harper Lee es una talentosa narradora, su historia nos hace llorar, nos hace reír, nos llena de rabia, de impotencia ante las injusticias del sistema judicial de un sur segregado. Es una novela que muestra la complejidad del prejuicio, del racismo, del momento histórico en que tienen lugar los hechos (1933-1935).  Por un lado,  hay una mayoría racista que quiere mantener el statuo quo, pero también existe una pequeña minoría que empieza a catapultar el cambio de actitud. En la novela la mayoría gana, sin embargo, es obvio que la minoría, a pesar de perder, deja sus marcas, y ha puesto en movimiento las ruedas del cambio.

Hechos interesantes acerca de Harper Lee:
  • To Kill a Mockingbird es el único libro publicado de Harper Lee. Su fama recae exclusivamente en esta novela. La novela se considera un clásico, ha sido traducida a más de cuarenta idiomas, recibió el Pulitzer y es una de las mejores novelas estadounidenses. 
  • Harper Lee escribió la novela sin esperar mayor éxito, y gracias a la donación de unos amigos que le regalaron el monto total de su salario anual como empleada en una aerolínea para que se dedicara a escribir, a ver con qué se le ocurría escribir.
  • El personaje Dill, está inspirado en Truman Capote, amigo de infancia de la escritora.
  • Harper Lee creció en una familia que creyó en la segregación hasta 1950 cuando cambió de opinión. 

martes, 9 de agosto de 2011

Camille Claudel

Camille Claudel fue una escultora francesa (1864-1943), poseedora de un talento innato y un extraordinario genio creador. Su talento iba acompañado de una personalidad apasionada por la creación artística, de gran inteligencia, fortaleza e independencia, vetado a las mujeres en su momento histórico.

La vida de Camille Claudel cambió en el momento en que conoció a Auguste Rodin: se convirtió en su aprendiz, ayudante, musa y amante. Rodin reconoció en ella gran talento, llegando al punto de sentir celos de su genio.

Debido a su asociación con Rodin, y por ser mujer, la obra de Claudel fue vista como mera copia de la de éste; sin embargo, con el paso del tiempo la percepción ha cambiado, y ésta ha ido recuperando el lugar que le pertenece. Los expertos han reivindicado su valor artístico y han establecido, que a diferencia de lo creído, Claudel influyó la obra de Rodin.

Claudel y Rodin tuvieron una relación amorosa 'clandestina' por un período de diez años. Esta relación y su inevitable separación dejaron a Camille Claudel en un estado mental muy frágil del que con la debida atención y cuidados tal vez, se habría recuperado. Sin embargo, la familia influida por su hermano Paul, la recluyó en una cadena de sanatorios mentales por un período de cuarenta años. Varios sanatorios dictaminaron que Camille Claudel no estaba loca, sin embargo, la familia nunca hizo caso. Camille Claudel murió en un sanatorio, abandonada por su familia y fue enterrada en una fosa común porque ésta no reclamó sus restos.

Camille Claudel esculpía con el corazón, más que con sus manos, por eso, gran parte de su obra es autobiográfica y retrata su tormentosa experiencia amorosa con Auguste Rodin. Sus esculturas proyectan un profundo lirismo y gran dramatismo. Por ejemplo, L'Age mûr es una de las obras más importantes de Camille Claudel, ésta capta el momento de la catastrófica ruptura entre Auguste Rodin y Camille Claudel.

Al observar L'Age mûr uno puede experimentar el sentimiento de abandono que siente la otra mujer (Camille Claudel), la mezcla de emociones del hombre que se aleja para siempre (Rodin), y el poder y triunfo de la mujer que se impone (Rosa Beuret). Esta escultura no nos deja indiferentes, nos araña el alma por la tragedia y la humanidad de la escena representada, especialmente en la figura de la mujer abandonada.

Es una lástima que Camille Claudel haya destruido la gran mayoría de sus creaciones durante una crisis emocional; únicamente sobrevivieron unas noventas piezas que dan testimonio de su talento, de su gran capacidad para la creación artística y su cosmovisión y de su trágica existencia.

Por recomendación de  Fernando, vi la película Camille Claudel. La película presenta un excelente retrato de Camille Claudel: de la mujer y la artista. Es un filme excelente, bien documentado, excelentemente dirigido, y actuado. Si esta entrada despertó tu interés en esta gran artista, el filme es un buen lugar para empezar a conocerla.

Fuentes:
Wikipedia 
Some Beautiful (If Tortured) Works of Camille Claudel
Camille Claudel: a Passionate and Vibrant Artist
Intellectuality and Sexuality: Camille Claudel, The Fin de Siecle Sculptures

sábado, 6 de agosto de 2011

Haciendo vida en una silla de ruedas

Siempre he pensado que el secreto de vivir es no detenerse nunca y no hacer el papel de víctima.  La vida es un largo viaje en cuyo trayectos hay tramos más placenteros que otros, pero no por ello más importantes. La vida es el conjunto de todos esos tramos que componen el camino, y nuestra reacción a los desafíos que en ellos nos aguardan.

Soy una mujer fuerte y luchadora. No me rindo aunque en más de una vez me he caído. He vivido tantas experiencias dolorosas que he desarrollado cierta resistencia y estrategias para lidiar con las adversidades. Nunca me pregunto por qué algo me ocurrió a mí, lo entiendo como el resultado de causalidad o casualidad. Jamás me he permito sentir auto compasión, ni caigo en el círculo vicio de las culpas. Suelo extender la mirada más allá del presente y soñar con un mañana mejor en el que saldré fortalecida por lo vivido, y en el que las circunstancias actuales sean sólo un recuerdo.

El que tenga una actitud positiva ante la adversidad no significa que me sea fácil lo que vivo en este momento. Me cuesta estar atada a una silla  por ser yo una persona tan activa, pero sé que no no puedo hacer nada para cambiar la realidad. ¿Qué hacer entonces? Lo único posible: enfrentarlo, seguir adelante y hacer lo mejor que pueda con los recursos que tengo disponible.

Mi mayor dificultad estos días es el intenso dolor que padezco, por razones obvias, pero también porque limita mi habilidad para hacer lo que haría en un día normal. Por ejemplo, si no tuviera dolor, podría tomar un taxi con la ayuda de mi mamá e ir al médico, pero en mi condición no es posible.

Ayer tarde pasé dos horas haciendo llamadas intentando a ver cómo voy a llegar a las citas médicas en unas dos semanas. Lo primero que hice fue pedir una solicitud para el programa Access-A-Ride de la MTA. La empleada me dijo que el proceso se lleva unas cinco semanas y una evaluación para comprobar mi condición médica. El problema es que debo ir al hospital en dos semanas. Ese servicio lo utilizaré, me imagino el próximo mes, pero por ahora tengo que encontrar otra solución.

Existen compañías privadas en la Ciudad de Nueva York que transportan a los discapacitados. He llamado a varias y el precio del servicio varía de cien a trescientos dolares por un viaje de ida y vuelta, de mi casa al Bellevue -cualquiera pensaría que estaría alquilando una limusina :P.  No me queda claro a qué se debe la diferencia en precio si todas ofrecen el mismo servicio y desde la misma dirección.

El estar en una silla de ruedas ha sido todo un aprendizaje para mí. Si antes sentía empatía por los discapacitados, ahora, con conocimiento de causa, ésta es mucho mayor. Por lo pronto, sigo viviendo mi día a día aprendiendo a navegar por la vida con mi nuevas ruedas.

viernes, 5 de agosto de 2011

¿Laicismo radical?

 La religión es algo que yo rechazo, es algo que no me interesa, y que no quiero en mí vida. Mi caso es tan crónicamente anticlerical que una vez consideré formar parte de una campaña que buscaba restarle feligreses a El Vaticano. Más de una vez he considerado la apostasía seriamente, y aún no la descarto. Si no lo he hecho es por no herir a mi madre quien es una devota católica.

Y sin embargo, defiendo el derecho de los demás a creer y practicar su religión como mejor les plazca,  pero no logro compartir su entusiasmo. Sé que hay seres cuya existencia está basada totalmente en un sistema de fe religiosa, y que no entienden el mundo de ningún otro modo. Para ellos, la existencia sin Dios no tiene sentido. Esa es su decisión, y están en todo su derecho que yo respeto, pero no comparto.

Vivo una vida secular plena. No me siento vacía, no me hace falta llenar mi vida de historias ficticias que trafican con la ilusión del más allá. No creo en la creación del universo, no creo en el paraíso, no creo en el infierno, no creo que exista un plan divino, y vivo tranquila con la idea de que no soy más importante que las aves ni los árboles, de que soy parte del universo y de que algún día volveré a él sin pompas ni glorias.

Mi desaparición del mundo no me angustia, ¿por qué habría de preocuparme no estar en la tierra cuando sólo he existido por unos treinta y tantos años? El universo está por encima de mí, yo soy una criatura insignificante ante él, y seguirá existiendo conmigo o sin mí. No tengo miedo de desaparecer algún día, no me importa lo que me ocurrirá entonces, ¿acaso me he preocupado de mi 'estado' prenatal? 

Lo que si me preocupa es hacer de este planeta un mejor lugar mientras esté aquí. Tengo un conjunto de valores seculares y éticos bajo cuyos preceptos vivo, y hago todo lo posible por hacer el bien y a ayudar a mis semejantes. Sin embargo, no lo hago porque con ello espere que Dios me acepte en su paraíso. No quiero pago, lo hago porque es lo correcto, porque es lo que hay que hacer, y no como un mezquino abono a la salvación de mi alma.

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