“The execution of a condemned man is barbaric. The execution of an innocent man is murder.”
Bianca Jagger Clarence extendió la mano hacia Donavan para ofrecerle una de las últimas cervezas que disfrutarían juntos. Los sorbos se abría paso entre los calores que les había acumulado el día; eran tragos largos y pausados, fríos puñales que traspasaban la garganta. No hablaron mucho, era un día de esos inapropiados para la conversación; sólo se dijeron lo justo para indicar que se había agotado el contenido de la botella. Eran ya las tres de la tarde, y el líquido que había sido frío acero empezaba a brotarbarles por los poros.
En el exterior de la camioneta todo parecía haber sido clausurado, pero la rueda del tiempo no se había detenido; ajenos a sus trampas, los dos amigos seguían viajando al encuentro de un futuro que pronto se convertiría en pasado, y los robaría de su presente... La carretera se abrió en una encrucijada, y ellos siguieron el camino que tenían que seguir. Era ése el punto en que aún podían cambiar el desenlace de los acontecimientos, pero eso no debía ocurrir y no ocurrió. Para entonces, una chica yacía muerta entre humores blancos y rojos en un lugar que ellos desconocían aún. Antes de que cayera la tarde, Clarence y Donavan serían detenidos. Irían a prisión, pero ellos ni siquiera lo imaginaban. Vivirían en una cárcel que ya se perfilaba bifurcada: una claustrofóbica y la otra profunda, sin fin.
Si algo le sobra al prisionero es tiempo, y Clarence pasaba el suyo recreando los acontecimientos del día en que por causas del azar perdió su libertad. La soledad de la prision no le habían bastado para entender cómo una acción tan fortuita lo había robado de sus mejores días. No hubo día en que no intentara rescatar de aquel día cualquier detalle –por mínimo que fuera- que lo ayudara a entender de dónde había salido la acusación de Donavan. Pero todo fue en vano. En dieciocho años no pudo encontrar la pieza que le diera la respuesta que buscaba; el resultado del ejercicio se repetía con exactitud desquiciante: unas escasas palabras, el motor sordo de una camioneta, unas cuantas cervezas, y dos amigos bajo un sol que se derretía sobre ellos.
Donavan luchaba con el mismo demonio aunque su objetivo era otro. Recordaba ese día y recreaba cada momento tratando de legitimizar su versión de los hechos. Una y otra vez por su mente desfilaron la violación, el bastón criminal, y el placer que sintió Clarence al ver su presa hacerse mariposa, volar, caer al abismo del dolor, de la desesperación, de la muerte. Cerraba los ojos e imaginaba a Clarence saboreando el fluido agridulce que había quedado en sus labios. Las vívidas imágenes siempre seguían el mismo orden; las repitió tantas veces que llegaron a sucederse con la naturalidad de una representación. Estaba dispuesto a todo con tal de no volver a pudrirse en una celda. El miedo se apoderó de cada uno de sus poros, y revivió la desesperación que se encierran en cuatro paredes. De pronto se sintió ser dos hombres, y en realidad no era ninguno de ellos. Empezó a desear el aturdimiento que extraía de aquel elixir que mitigaba su existencia. Se sacudió; volvió a verse en la sala de detención a la espera de que volvieran los oficiales a interrogarlo. Le pareció que habían pasado muchas horas, y que él acababa de despertar de un mal sueño.
El alcohol no fue impedimento para localizar en la memoria -con precisión de autómata- el lugar exacto donde se habían registrado los acontecimientos de esa tarde; aspiró un aire que le supo a resaca; espero el momento preciso, y cuando estuvo listo, rindió su declaración; contó lo que había ocurrido en la camioneta; no obvió ningún detalle de cómo Clarence había asesinado a su víctima. Ellos necesitaban un culpable, y él les había dado uno. Se libraría de la cárcel usando el único recurso que los oficiales le habían dado. Habló con palabras firmes y precisas, con la convicción de quien dice la verdad... A su mente volvió la encrucijada de la carretera, ahí estaban de nuevo él y su amigo Clarence entre los rieles del tiempo; seguirían caminos distintos: Donavan era un hombre libre, y Clarence un moribundo a la esperar del mensajero de la muerte, en la celda de una prisión.
Imagen tomada de Own Your Mind
Este cuento está basado en la historia de Larry Peterson