Muchos se preguntan, ¿por qué Trump? Creo que para dar respuesta a esta pregunta hay que analizar la convergencia de varios factores, los cuales se complementan y se amplifican. La fama de Trump importa, pues la política estadounidense es a veces un culto a la personalidad; pero también existen razones de peso que explican el fenómeno. Donald Trump no salió de la nada, como quisieran los Republicanos que creyéramos. Surge de la convergencia de discursos políticos, raciales, demográficos y económicos.
Estos discursos forman parte del ideario de algunos adeptos y dirigentes del Partido Republicano. Llevan años construyendo un discurso anti gubernamental, que sitúa al país al borde de un precipicio del que no hay escapatoria. Muchos miembros del partido tienen casi ocho años esperando que Obama suspenda la constitución e imponga la ley marcial. Los más dementes se preparan para oponer resistencia al ejército cuando intente llevarlos a los campos de internamiento FEMA.
El que el presidente de los Estados Unidos se llame Barack Obama, y sea un hombre negro ha desquiciado a quienes sufren la profunda pena de que no sea de ascendencia europea, como todos sus antecesores. El malestar es real y se ha materializado de varias maneras. Una de las más insidiosas es la perpetua campaña que asegura que Obama no es estadounidense y que es musulmán. No es coincidencia que el recelo ante Obama haya propiciado el aumento de milicias armadas. Temen que Obama prohíba la venta y uso de armas de fuego, y quedarse indefensos ante "la tiranía" del gobierno.
Las señales de la decadencia están no sólo en la Casa Blanca, sino en todas las esferas de la nación. Ya nada es como era, dicen. Los Estados Unidos pronto dejará de ser un país en el que la mayoría de sus ciudadanos sean de ascendencia europea. Esto inquieta sobremanera al sector nativista y nacionalista, que cree que solo los descendientes de europeos son estadounidense auténticos. Los síntomas del malestar se muestran, en parte, en el discurso antiinmigrante, en el repugnante epíteto anchor babies, y el deseo de enmendar la decimocuarta enmienda a la constitución, la cual garantiza la ciudadanía a toda persona nacida en el país.
Los racistas engavetados, que permanecían en el clóset por temor a ser juzgados, han visto una apertura en el discurso de Trump para expresarse sin miedo. Donald Trump ha hecho el prejuicio mainstream again. Este es el caso del supremacista William Johnson quien confiesa que Trump ha envalentonado a los autocensurados. Sostiene que "[Trump] is allowing us to talk about things we've not been able to talk about". Trump no ha inventado el discurso discriminatorio, simplemente lo ha vuelto a poner en el tapete.
El avance en la igualdad racial incomoda a los que añoran el país en el que se los privilegiaba. Les enfurece ver cómo se aleja en el retrovisor el país en el que discriminar era la ley. Por eso, hablan de una "América" que ayer fue mejor, claro está, exclusivamente para ellos. Trump apela a la nostalgia por ese país que tuvo que ceder una pequeña parte de su privilegio a la equidad y la justicia.
La pérdida de ese privilegio es lo que añoran estos cruzados modernos, enchidos de nostalgia por un tiempo ido. Desean volver a aquel país en el que las minorías invisibles entendían cuál era su lugar en la pirámide social. Su crítica al discurso políticamente correcto no es más que una excusa para recordarnos que cuando America was great, los indeseables se mantenían en el lugar que les correspondía: debajo de las botas de la supremacía blanca y patriarcal.
Donald Trump promete regresar a ese pasado.
Estos discursos forman parte del ideario de algunos adeptos y dirigentes del Partido Republicano. Llevan años construyendo un discurso anti gubernamental, que sitúa al país al borde de un precipicio del que no hay escapatoria. Muchos miembros del partido tienen casi ocho años esperando que Obama suspenda la constitución e imponga la ley marcial. Los más dementes se preparan para oponer resistencia al ejército cuando intente llevarlos a los campos de internamiento FEMA.
El que el presidente de los Estados Unidos se llame Barack Obama, y sea un hombre negro ha desquiciado a quienes sufren la profunda pena de que no sea de ascendencia europea, como todos sus antecesores. El malestar es real y se ha materializado de varias maneras. Una de las más insidiosas es la perpetua campaña que asegura que Obama no es estadounidense y que es musulmán. No es coincidencia que el recelo ante Obama haya propiciado el aumento de milicias armadas. Temen que Obama prohíba la venta y uso de armas de fuego, y quedarse indefensos ante "la tiranía" del gobierno.
Las señales de la decadencia están no sólo en la Casa Blanca, sino en todas las esferas de la nación. Ya nada es como era, dicen. Los Estados Unidos pronto dejará de ser un país en el que la mayoría de sus ciudadanos sean de ascendencia europea. Esto inquieta sobremanera al sector nativista y nacionalista, que cree que solo los descendientes de europeos son estadounidense auténticos. Los síntomas del malestar se muestran, en parte, en el discurso antiinmigrante, en el repugnante epíteto anchor babies, y el deseo de enmendar la decimocuarta enmienda a la constitución, la cual garantiza la ciudadanía a toda persona nacida en el país.
Los racistas engavetados, que permanecían en el clóset por temor a ser juzgados, han visto una apertura en el discurso de Trump para expresarse sin miedo. Donald Trump ha hecho el prejuicio mainstream again. Este es el caso del supremacista William Johnson quien confiesa que Trump ha envalentonado a los autocensurados. Sostiene que "[Trump] is allowing us to talk about things we've not been able to talk about". Trump no ha inventado el discurso discriminatorio, simplemente lo ha vuelto a poner en el tapete.
El avance en la igualdad racial incomoda a los que añoran el país en el que se los privilegiaba. Les enfurece ver cómo se aleja en el retrovisor el país en el que discriminar era la ley. Por eso, hablan de una "América" que ayer fue mejor, claro está, exclusivamente para ellos. Trump apela a la nostalgia por ese país que tuvo que ceder una pequeña parte de su privilegio a la equidad y la justicia.
La pérdida de ese privilegio es lo que añoran estos cruzados modernos, enchidos de nostalgia por un tiempo ido. Desean volver a aquel país en el que las minorías invisibles entendían cuál era su lugar en la pirámide social. Su crítica al discurso políticamente correcto no es más que una excusa para recordarnos que cuando America was great, los indeseables se mantenían en el lugar que les correspondía: debajo de las botas de la supremacía blanca y patriarcal.
Donald Trump promete regresar a ese pasado.