miércoles, 7 de enero de 2015

Islamofobia y propaganda tras cruento atentado a Charlie Hebdo

Nos llegan terribles noticias desde París: diez periodistas y dos policías han sido asesinados por un grupo terrorista. Es un acto abominable que nos conmueve a todos y nos llena de ira.

El que periodistas sean asesinados en la sala de redacción es sencillamente aberrante. Es una idea que nos cuesta asimilar, porque no se puede entender. Me siento indignada, y mi solidaridad está con el pueblo francés y con las familias de las víctimas. No sé como se vuelve de una tragedia así. No hay derecho.

Quiero hacer unas observaciones de lo que preveo tras el atentado, porque creo que es importante no perder la perspectiva en tiempo de crisis. Es cuando más debemos permanecer vigilantes ante nuestros pensamientos y sobre cómo los políticos manipulan eventos trágicos para avanzar ciertas agendas.

La oleada de islamofobia que nos azota desde el 2001 recibirá un gran impulso con el atentado de París. Me entristece ver la cantidad de gente inteligente que conozco que  pone en tela de juicio su inteligencia con sus deplorables comentarios sobre el terrorismo y los musulmanes.

Es importante respirar profundo, y sacarnos las emociones de la cabeza para no enturbiar el pensamiento. O mejor, debemos cuidar nuestros pensamientos, que tras un atentado son atizados por la cruenta escena, su constante despliegue, tanto en el Internet como en la prensa tradicional y los comentarios oportunistas de propagandistas políticos.

Hay que condenar el vil ataque a la revista Charlie Hebdo, pero jamás aceptar la islamofobia. Creo que somos peores seres humanos al propagarla, al contribuir al castigo de un grupo por acciones de las que no son responsables. Las raíces del terrorismo casi siempre son políticas y casi nunca religiosas.

No es verdad que todos los musulmanes son violentos. El Corán es un libro 'sagrado' más, compuesto con las mismas ficciones, aberraciones, salvajismos que la Biblia y la Torah. Nadie responsabiliza a los creyentes en estos libros por las acciones terroristas de algunos de sus miembros. De hecho, ni siquiera se hace la conexión.

La cuestión es sencilla. Una persona común y corriente que practique el Islam, probablemente se ofendería con las publicaciones de Charlie Hebdo, pero jamás asesinaría a sus creadores. Un terrorista mata por esa o cualquier otra razón. Es fácil saber qué es lo correcto desde el futuro,  pero lo esencial es no sucumbir al miedo y a la rabia en el momento en que estos terribles hechos ocurren.

No podemos permitir que la tragedia nos empuje a la islamofobia. No debemos hacer una simbiosis entre los terroristas y los musulmanes que nada tienen que ver con ellos. Es una tragedia condenar  a todo un grupo por las acciones de unos asesinos a sangre fría. El castigo colectivo tiene malos precedentes, no seamos parte de esa horrenda tradición.

sábado, 3 de enero de 2015

Santo Domingo, historia de dos ciudades

Crucé el puente mientras miraba los asentamientos que yacen a ambos lados del Ozama y sentí vergüenza, compasión y rabia. Sin darme cuenta dos lágrimas se deslizaron por las mejillas al fijar las pupilas en el hacinamiento y la pobreza de los que allí malviven.

Sentí vergüenza por haber pasado unos días en una zona privilegiada de Santo Domingo sin percatarme de que existían estos seres encadenados a su desventura. No hay el menor indicio de ellos en el Santo Domingo de los opulentos centros comerciales, los exclusivos restaurantes, las torres y las acomodadas residencias.

Sentí compasión, porque mientras ni a mí, ni a mi familia nos ha faltado nunca lo necesario, sé que los habitantes de las favelas tienen que hacerla de magos para no morirse de hambre ni de una enfermedad perfectamente curable. Éstos son los hijos de machepa*, por los que no ha de preocuparse nadie.

Sentí rabia, porque gobierno tras gobierno la degradación de los que nada tienen aumenta, ante la mirada indiferente de los que hacen suyo el erario. Rabia porque nos hemos acostumbrado a saber que hay gente con mucha hambre, en total desamparo, y a aceptar que el móvil de hacer política sea enriquecerse con el dinero público.

Cruzaba el puente, y pensaba en los niños con hambre, sin acceso a una educación adecuada ni a los cuidados básicos de salud. Y sentía que me ahogaba. Sentía la sangre amontonarse airada en la garganta.

Pensaba.

Y, no podía imaginar siquiera cómo se vive en aquel infierno, sin esperanza de escape. Crecí en el campo, donde la naturaleza es generosa, y las carencias no llegan a estos niveles. Sentía la rabia y la impotencia agazapada entre el estómago y la garganta.

Pienso.

Y me pregunto, ¿cuánto tiempo habrá de pasar para que nos alcemos en contra de la degradación de la dignidad de estos hombres y mujeres? ¿Cuándo diremos basta de robar, de hacerse rico con el dinero que debe ir  a mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, incluidos los olvidados de las márgenes del Ozama? ¿Cuándo exigiremos programas sociales y fuentes de trabajo que mejoren la calidad de vida de los desamparados habitantes de las favelas de Santo Domingo?

Pienso.

Y, la desesperanza se apodera de mí al reocordar que las elecciones de 2016 están a la vuelta de la esquina. No habrá opciones viables para el cambio social, sino más de lo mismo: neoliberalismo salvaje, el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, y la ascendente desaparición de las clases medias.

Ya no pienso, me asfixio.

1. f. R. Dom. Madre del pueblo, del hombre pobre, de los desheredados de la fortuna.

viernes, 2 de enero de 2015

La escritura como redención en Arraiga de Argénida Romero

El poemario Arraiga, de Argénida Romero, es un intento de afirmación del ser por medio de la escritura. Arraiga es un grito de supervivencia. Es la decisión consciente de enraizar, a pesar de lo hostil, desconocido y movedizo del terreno. Los poemas muestran un deseo explícito de no sucumbir, de no naufragar, aunque la hablante se sabe fragmentada por la partida, el abandono, la pérdida de la inocencia, el dolor y la migración.

Los poemas nos revelan un ser que ha vivido en tránsito, ya sea por espacios físicos o estadios psíquicos. Así, asistimos al paso de la niñez a la adultez, al abandono de la seguridad de lo familiar por lo desconocido, observamos la transformación del sufrimiento en indiferencia, y al triunfo de las palabras sobre el silencio aniquilador.

La escritora no busca romper con el pasado sino crear puentes entre lo que se fue y lo que se es, o se busca ser. El poemario es un diálogo entre estadios previos y actuales para construir un presente-futuro que la ancle. La hablante conquista, a través de la palabra escrita, la tristeza, el abandono, el olvido y la nostalgia, y en ocasiones se aferra a la alegría, a la vida.

La escritura es el puente, así sea construido de escombros, entre lo que se fue y se busca ser. En Arraiga es la palabra la única forma de redención. El vivir condena con sus desencuentros, con sus mutaciones, pero la palabra ofrece la salvación por medio de la creación literaria.