sábado, 29 de junio de 2013

Obama y Mandela, dos hombres con prioridades muy distintas

Esta mañana leí la crónica “Unable to visit with Mandela, Obama honors his legacy.” El artículo resalta la conexión obvia entre Mandela y Obama: ambos fueron los primeros presidentes negros de sus respectivos países. Sin embargo, más allá de este detalle circunstancial los legados de ambos hombres no podrían ser más distintos.

El artículo muestra a Obama compungido por el deterioro de la salud de Mandela, y no escatima en elogios para el ex presidente sudafricano. Confieso que me es imposible escuchar a Obama hablar y no analizar cada palabra que dice en el contexto sus acciones. Me quedé pensando por un momento sobre la siguiente pregunta: ¿qué ha significado la elección de Barack Obama para los negros?

La respuesta es nada. Sí, nada. Obama es el primer presidente negro del país, sin embargo, esto no ha beneficiado a los afroamericanos en absoluto. De hecho, las estadísticas indican que su situación ha empeorado durante la administración de Obama. El presidente negro trabaja para perpetuar el statu quo, y para asegurarse de que los tentáculos del imperio se esparzan por el globo. ¿Sirve de algo que su piel sea negra si todo lo hace como sus predecesores blancos?

Sí nos hacemos esa misma pregunta sobre Mandela, la cosa cambia. A diferencia de Obama, Mandela luchó contra el statu quo, siempre estuvo del lado de los oprimidos, habló con la verdad, una verdad incómoda para los opresores y sus solapadores, fue un rayo de esperanza en la oscuridad del apartheid.  La lucha de Mandela se tradujo en cambios tangibles que mejoraron la vida de los negros. Mandela enfrentó el poder por un mejor futuro para los marginados, Obama es el poder, y aplasta a los que se atreven a enfrentarlo.

Para mí es una ofensa equiparar los roles de Obama y a Mandela, así sea superficialmente. El primero es el hombre más poderoso del planeta, el jefe del ejército más sanguinario del mundo, y usa su poder para matar, encarcelar, y aniquilar a los que lo desafían, y luchan por la libertad, la justicia y la verdad. El segundo fue uno de los hombres más nobles y justo del siglo XX. Mandela lo dio todo por los oprimidos, se enfrentó al poder para reclamar justicia e igualdad. Fue un libertador, un hacedor de posibilidades, un visionario de un futuro que para muchos era imposible en la Sudáfrica del Apartheid. Obama es su antítesis.

Sabiendo lo que ya sabemos de Obama, pensemos por un momento sobre la siguiente pregunta: ¿de qué lado habría estado Obama en el conflicto sudafricano? A mí me queda clarísimo que Obama habría estado del lado del statu quo, del bando de los opresores; y a Mandela, lo habría encarcelado igual, y habría distorcionado sus actos con la mezquina propaganda a la que ya nos tiene acostumbrados para justificar lo injustificable. Es por esto que a mí sus palabras de elogio para Mandela me suenan huecas, un ejercicio de oratoria carente de signficado. 

jueves, 13 de junio de 2013

La admiración no es negociable

El mes pasado alguien me dijo que quería que lo admirara. No he podido deshacerme de este comentario que se me ha quedado atrapado en la memoria. La admiración es como el respeto, no exige, se gana. Uno, como el otro, se logra siendo quienes somos y haciendo lo que sabemos hacer. Nadie puede decidir ser admirado, son los que nos observan los que nos otorgan ese privilegio.

Vivo en una sociedad obsesionada con el dinero, la fama y el falso heroísmo. Por cuestión de principios, rechazo este paradigma. Para mí, el objeto de admiración está estrechamente ligado a mis valores. No es algo negociable, y no permito que se me imponga. Es algo que surge espontáneamente sin que ello suponga un esfuerzo para el objeto de mi admiración, porque la persona en su estado natural de hacer las cosas, provoca que le ofrende mi admiración y mi respeto.

No admiro a la gran mayoría de gente que es adulada por millones de personas por hacer cosas superficiales. Suelo admirar a la gente que lucha contra las injusticias, a las madres dedicadas a sus hijos, a las personas que vencen adversidades, a los que conscientemente viven con lo necesario, a los pobres en posesiones y ricos en vida interior, a los que luchan por un mundo mejor, a los que entienden la fuente de la opresión y luchan contra ella, a los que resisten la violencia de ejércitos invasores, a los que valoran una flor y la poesía, a los que saben disfrutar el presente sin olvidar el futuro, a los que sirvern a los demás, a los que hacen lo que aman sin importar cuánto dinero ganen haciéndolo, y a muchos otros más.

Nunca podría admirar a las manufacturadas personalidades del medio artístico, al avaro inversor de Wall Street que tiene sangre en sus manos, y poco le importa de dónde provienen sus ganancias, al presidente de los EE. UU. y su papel de emperador, a los mercenarios del ejército estadounidenses, a los racistas, a los explotadores, a los que estereotipan a toda una etnia o a una nación , a los que no cuestionan nada, a los títeres, a los aduladores, a los que poseen privilegios y no lo usan para nivelar la balanza, a los materialistas, a los que convenientemente se quedan “desinformados” sobre los crímenes de EE.UU.,  a los que prefieren no pensar.

Mientras más lo pienso más ofensivo se me hace el comentario de aquel amigo. No tengo obligación de admirar a nadie. Si quiere mi insignificante admiración, simplemente sea quien es,  sea humilde, luche por algo más grande que usted, valore lo que nada cuesta, piense, no generalice. Asegúrese de hacer las cosas que importan en la vida, sin que su avaricia, estupidez, apatía, desamor, desinformación selectiva lo revelen como un imbécil. Sólo entonces podría pedirme mi admiración, aunque claro, para entonces ya no sería necesario, pues estaría rendida a sus pies.