Mostrando entradas con la etiqueta Romance. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Romance. Mostrar todas las entradas

domingo, 22 de junio de 2014

Epílogo

El pasado volvió porque la puerta aún permanecía abierta. Había algo que no se había dicho, y eso permitió su retorno.

Su regreso precisaba de mi complicidad, y la tuvo.

La aparición tuvo lugar sin aviso previo, el viernes trece de junio. Estaba en Nueva York, y pedía alguna recomendación de cosas que hacer.

Vi el mensaje y no daba crédito a lo que veía. No dije nada, por horas.

Estoy segura de que esperaba lo rechazara de plano, pero mi estrategia era otra.

Me daba la oportunidad que jamás pensé tener. Tendríamos esa conversación que debimos tener hace cinco años.

Era el momento de desempacar las emociones metidas sin procesar en algún rincón en el que no me dolieran.

Así lidié con su súbita desaparición.  El dolor fue mermando día con día, y un buen día despareció. Dejó de afectarme su recuerdo y su abandono.

Sin embargo, algo quedó inconcluso porque nunca hablamos. Acepté que así sería. Añadí la experiencia a la lista de las cosas irresolubles, y seguí con mi vida.

Y, de repente, aparece en persona en mi ciudad. Sus mensajes habían vuelto a hacer vibrar mi móvil, y sentí que todo un lustro se condensaba en esos momentos.

Y se vino la avalancha emocional.

Las emociones se multiplicaron al contestar el teléfono que me traía su voz, cerquita, al oído.  Su voz abrió la compuerta de la memoria emocional, y volví a las vivencias que fijaron sus recuerdos.

Era junio de 2009, de nuevo.

Regresaron las mariposas a revolotear en el estómago. El sudor me humedecía las palmas de las manos. Se aglomeró en mí todo una constelación de emociones.

Hablamos tranquilamente, a pesar del vértigo.

Nos vimos unas horas más tarde, cuando el huracán inicial había pasado. Llegué al lugar donde me esperaba y al verlo ahí de pie, ante mí, no se me ocurrió decirle absolutamente nada.

Nos abrazamos. Las palabras empezaron a surgir, escasas e insignificantes. Caminamos por horas por las calles de Manhattan. Y, las palabras fueron acomodándose, encontrando su forma.

Nadie entiende que haya querido verlo después de su maltrato. No hace falta que lo entiendan. Yo sé por qué lo hice.

Necesitaba procesar un pasado importante e irresoluto.

Nuestra separación fue abrupta, y sin ninguna explicación. Se produjo de tirón, causándome un gran desgarre. No hubo explicaciones ni una conversación entre dos adultos que deben separarse.

Accedí a verlo, porque cinco años son suficientes para deshacer un silencio, y para desvanecer un enojo. Además, lo había absuelto en ausencia.

No suelo guardar rencor. Me gusta viajar ligero por la vida.

Haber mirado el pasado a los ojos me hizo bien, aligeró la carga.  Revivir emociones pasadas produjo una necesaria y liberadora catarsis.

Nos peleamos porque cometió una innecesaria e imperdonable torpeza.

Ese fue el detonador que provocó mi explosión. Canalicé emociones subyugadas por la resignación. Verbalicé mucho de lo que le habría querido decir hace cinco años. 

Recordé la rabia, los celos, el abandono, la humillación y la pérdida de la confianza.

Esa discusión fue la catarsis que me liberó de un empacho emocional que vivía latente en mí.

Eso lo entendí después.

En el momento me subía un taxi, y me alejé encolerizada. Cuando se apaciguó el enojo, una calma sanadora se posó sobre mí.

No hablamos desde la medianoche hasta el lunes por la tarde. Me invitó a cenar el martes. No estaba segura de querer verlo otra vez.

Analicé mi reacción ante su estupidez de la noche de domingo. Me dí cuenta que ésta sólo fue el detonador que liberó mi ira reprimida por años.

Por eso, el martes en la mañana cuando me invitó de nuevo, acepté cenar con él. Se marcharía el miércoles. Sería nuestra última cena.

Esos días que estuvo en Nueva York pasamos mucho tiempo juntos. Nos divertimos, hicimos turismo, y tuvimos tiempo de decirnos mucho de lo que se había quedado por decir.

El martes estuve más callada de lo usual durante la cena, y él más parlanchín, y geek que nunca. Lo escuché atentamente.

Nos despedimos.

Me quedé observándolo mientras se alejaba. Sentía emociones encontradas. Era el momento culminante de una historia importante, intensa y accidentada.

El círculo se cerraba sobre sí mismo ante mis ojos. 

Estaba en paz. 

El hombre que acaba de partir, no era ya, la persona a quien yo había amado.

La realidad se había impuesto. Se había roto la estela de idealidad que suele envolver las historias de amores truncadas.

Estábamos en paz con nuestro pasado, y avanzábamos de cara al futuro, anclados en nuestro presente.

domingo, 16 de marzo de 2014

Reincidente en los amores sin futuro

Tenía este post como borrador desde hace algún tiempo. Lo publico hoy porque a esta situción ya se le puso un muy necesario epitafio.

Una de las menos apreciadas ventajas de ser soltero es poder meter la pata repetidas veces, sin causar daños a terceros. Estoy a punto de reincidir en esta práctica: abro la puerta, de nuevo, a un romance que se abortó antes de ser, y cuyo futuro sigue siendo incierto.

Nuestra no-historia se limitó a horas de conversaciones por Internet, varias discusiones teléfonicas, una accidentada cita, un beso y un abrazo. Nada más. Y a pesar de todo, lo que sea que nos atrae se resiste a desaparecer. ¿Será terquedad a la seguda potencia? Podría ser.

Hace unos días recibí un correo en que me decía que venía a verme. El mundo giró sobre sí estrepitosamente, y perdí el balance. Para mí, aquel aborto de romance era asunto superado, puesto desde hace un año en la columna de los intentos amorosos no realizados, fallidos y no consumados.

La reacción inicial fue un gran vértigo, y un mutismo absoluto. Me quedé pensando, ¿qué suponía para mí la llegada de este hombre a mi territorio? Inicialmente, pensé no asistir a la cita, pero una espinita dentro de mí insistía en lo contrario.

La idea de aceptar la invitación se fue solidificando cuando llegaron los correos subsiguientes con sus planes de alojamiento, totalmete ajenos a mí. Esto me hizo bajar la guardia. Así era mucho más fácil. No tenía que salir de la ciudad, ni preocuparme por su estadía. Él vendría a mí, y con su mundo resuelto.

Eso me libero de toda aprehensión. Me agradó, no sé bien por qué, tal vez, le hizo una leve caricia a mi ego. O, tal vez, porque me liberaba de responsabilidades que no estaba dispuesta a asumir.

Este hombre ejerce una fascinación sobre mí que no logro explicar. No obstante odiar nuestros constantes choques, hay algo en él que me cautiva.

¿Por qué chocamos constantemente? Mil veces me lo he preguntado. ¿Será su propensión a hablar  y sobreanalizar demasiado? No lo sé. Lo que he podido sacar en claro, al fin, es la virtud que encierra el mutismo natural de los hombres. ¡Al fin lo he entendido! Nunca más me quejaré del silencio de un hombre.

Lo cierto es que cenaremos juntos, conversaremos, o tal vez, simplemete nos quedemos callados. Lo que no me queda claro es qué es lo pretendemos en vernos cuando hay fronteras físicas y emocionales que nos separan.

domingo, 28 de octubre de 2012

Los ríos profundos encuentran sus cauces

Tras el desborde de los ríos profundos, las aguas vuelven a su cause. Imagino que esas sacudidas son inevitables, y tal vez, hasta necesarias. Uno se retuerce, patalea, y luego viene el auto-análisis, y la energía para empezar de nuevo.

Fueron tres días de angustia, pero ya estoy bien, y viendo las cosas con mucho más claridad. Todo ha sido puesto en su lugar, porque el dolor a veces distorsiona la magnitud de las cosas.

Mi mejor cualidad, tal vez sea, mi espíritu de guerrera incansable. No ha nacido el hijo de puta que pueda cambiar ese espíritu combativo ante la adversidad, y subyugue mi fortaleza espiritual y autonomía. Sin embargo, los ha habido cuya ausencia me ha mantenido inerte por algún tiempo, pero eso ya se acabo: para quien salga de mi vida, no hay espacio ni siquiera para su recuerdo.

El jueves cuando mi amigo me informó, cobardemente vía email,  que había alguien más y que se decidía por ella, me sorprendió mucho la noticia. Este hecho me removió otras heridas, y me llevó a un estado de angustia insospechado. Sin embargo, lo que me dolió no fue tanto perderlo a él, sino el revivir otros fracasos amorosos. El canadiense yo a penas empezábamos a conocernos, pero sí había contemplado la posibilidad de que pudiera resultar una relación de esta amistad, pues todo, marchaba muy bien desde hacía unos meses.

En la vida hay cosas que se aprenden a rebencazos emocionales, y a mí me llevó más de 20 años aprender que cuando alguien te deja, especialmente si no te lo veías venir, y te lo informan de una forma tan cobarde, lo mejor es dejar el dolor bullir y desbordarse unos días, luego limpiarse las lágrimas y empezar a buscar el sustituto sin demora. El quedarse en casa lamentando lo que pudo haber sido, presos de la auto-compasión sólo sirve para prolongar el dolor innecesariamente. Por eso, esta mañana me maquillé, me vestí y salí a besar la mañana con una sonrisa en los labios.

sábado, 18 de febrero de 2012

De un idilio virtual a una real pesadilla

Soy una mujer intensa, y ésa es la única forma de la que quiero vivir. Me desagradan los muertos en vida, esa gente sin pasión por nada, que le asustan los cambios y es incapaz de hacer lo necesario en el momento preciso. Sin embargo, debo decir que vivir intensamente tiene su precio, y, a veces, bastante alto.

La última vez que me pasé de intensa hace ya casi tres años: me fui a conocer a un hombre a quien sólo había tratado por unos meses, a través de emails y unas cuantas conversaciones telefónicas. Se trataba de un lector de este blog que vive a más de siete horas de vuelo de Nueva York. Imagínense la reacción de mi madre al contarle de mis planes... y todo lo absurdo de la relación entre la conexión española y yo.

La pobre mujer puso el grito en el cielo, y me obligó a darle la dirección del lugar donde me quedaría... Pero, yo no lo pensé dos veces, era lo que quería y necesitaba hacer en ese momento, y sólo un "no vengas," me habría detenido. Mis  sentimientos potenciaron mi intensidad y me impulsaron a aceptar viajar a conocer al hombre que me había puesto el mundo al revés. 

No tuve miedo de aventurarme a encontrarme con un desconocido en una lejana ciudad. Por el contrario, fue una experiencia que disfruté mucho, por el tiempo que duró, y por la que luego la vida me pasó factura, bastante alta por cierto. Sin embargo, no me arrepiento de nada, si no lo hubiera hecho, me habría quedado con la incógnita, y la conexión española habría vivido en mi mente con un aire de idealidad nada saludable. Tras el encuentro, él  pasó de galán a patán en muy poco tiempo. Si no habría ido, habría seguido alimentando un sentimiento que, al final, me habría hecho mucho más daño. 

Estoy convencida de que el haber estado dispuesta a tomar un vuelo de más de siete horas y el hecho de que no vacilé un instante, sacudió de pie a cabeza a mi conexión española. Imagino que mi arrojo lo asustó, y le hizo comprender que yo era una mujer de armas a tomar.... Y más valía, para alguien con sus intenciones alejarse de una mujer tan intensa... Eso lo entiendo, de veras, lo que jamás entendí fue el no habérmelo dicho de frente. El silencio es un muy mal mensajero ya que nos permite interpretarlo de mil maneras.