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domingo, 8 de julio de 2007

El angel de la muerte

Supe que no andabas bien el día que empezó a morirse el bambú que me obsequiaste. Era un amuleto que debía protegerme: es un bambú de la buena suerte; te hará compañía. La plantita se instaló en la sala de mi casa hasta que sin razón aparente empezó a palidecer. Una mañana sus hojas cambiaron su brillo plateado por un amarillo moribundo. Me asaltó un negro pensamiento: te vas a morir. Nunca se lo dije a nadie; pensé que tal vez mi silencio ahuyentaría el ángel de la muerte.

No podía negar que me atormentaba la transformación del bambú; veía la muerte en cada milímetro de él. El tallo y las hojas fueron cediendo al color de la muerte; la putrefacción le subía desde la raíz hasta las hojas. Nada fue suficiente para detener el avance del mal: ni cuidados, ni medicinas, ni agua. Nada. Fue entonces cuando tomé la decisión: debo deshacerme de la planta. No quería pruebas físicas de un asesino invisible, pero ¿cómo sacar tu amuleto de la suerte de mi casa? Tú y él se habían convertido en sinónimos; eran uno para mí; llegué a imaginarme que sentirías dolor si lo arrancaba de raíz, o tal vez no. No estaba segura. Pero al día siguiente ya no tendría que verla sufrir, todo habría acabado, y tú estarías a salvo.

El día que se posó sobre ti un color sin brillo que hacía tu piel semi-transparente, el mensaje fue contundente: tú ya habías empezado a morir -mi magia había fracasado.