Para muchos, la identidad está determinada por el territorio y la cultura en la que se nace; es decir se nos da, nos la legan nuestros padres; yo no estoy de acuerdo. Es posible que esto funcione para algunos pero no para todos; siempre hay gente que se queda al margen, que no llena “los requisitos” de la norma establecidas. Para mí la identidad no se puede definir desde afuera, no se puede prescribir; es decir que nadie -que no sea uno mismo- puede definirnos de manera arbitraria; por lo tanto, no estoy de acuerdo en que la cultura y la nacionalidad sean las causas determinantes en quiénes somos. Uno puede haber nacido en la China, y sentirse profundamente caribeño, pero claro, eso no es un estado inconsciente ni automático; no, por el contrario, es un proceso de búsqueda, de acomodación, de selección. Es buscar lo que va acorde con el yo global que nos ayuda a ordenar los otros yoes que coexisten en nosotros.
En mí caso, nací en el seno de una familia católica, campesina, dominicana, prácticamente iletrada. En mi casa no había libros. El único libro que mi madre ha leído en su vida –estoy casi segura- es la biblia; sin embargo, yo siempre he sentido una gran pasión por los libros. ¿De dónde me salió ese amor por los libros? Eso definitivamente, no me lo enseñaron. No soy católica, de hecho ni siquiera creyente, contrario a lo que mi madre me enseñó desde chiquita; Lejos quedó el campo verde, y su apacible ambiente, hoy vivo en una gran metrópolis. Cabría preguntarse, ¿cuál de las dos soy yo? Hay quien arguye que soy una campesina, que soy dominicana, y que soy mujer, que soy inmigrante, que soy latina, que soy hispana, que soy dominican-york, que soy neoyorquina, que soy gringa, que soy cosmopolita, que soy intelectual, y que sé yo cuántas otras cosas. Sin embargo, creo que soy todas las anteriores, y mucho más; soy un sinnúmero de pequeños yoes, condensados en un yo global. No creo que podría ser de otra manera. Por ejemplo, hay partes de mi que se escapan al epíteto “dominicana” “dominico-americana” “dominican-york,” pero hay otras, para las que no encuentro el calificativo apropiado. Es decir que mis "yoes" se resisten a ser nombrados, a ser encasillados; hay partes de mí que las palabras no pueden definir. Eso es algo que he aceptado y asumido desde hace tiempo.
Me parece que no tengo problemas de identidad porque sé que la identidad colectiva es un concepto arbitrario que no es aplicable a todos los seres humanos de la misma manera. Por ejemplo, el término dominicano, ¿qué significa ser dominicano? ¿Haber nacido en la isla y tener partida de nacimiento dominicana? No necesariamente, porque aún hoy se les sigue negando la partida de nacimiento a los hijos de haitianos nacidos en territorio nacional; ¿son dominicanos los que escuchan bachata? Bueno tampoco, porque hay un gran sector de la población dominicana que no escucha bachata; sin embargo, hay otros para quienes ésta es parte de su vida diaria; o, tal vez deba buscar en el habla del dominicano: vocalización de /l/ y /r/, la pérdida de éstas, o tal vez deba intercambiarlas una por otra, etc. A lo mejor, deba usar “que lo que”, “vaina”, “so”, “loco”, y frases o palabras por estilo; pero la realidad es que hay dominicanos que hablan así, pero también los hay que no; entonces ¿son unos más dominicanos que otros? Yo no lo creo.
Para mí la identidad es algo que se construye de adentro hacia fuera, no es una cosa que se pueda dar o transferir; es algo que uno tiene que forjarse por sí mismo; de lo contrario, no se trata de una identidad auténtica, sino de una identidad aprendida. La identidad auténtica no es algo tangible que podamos manipular ni recetar; de allí la inutilidad de asumirla como colectiva, porque ésta sólo puede ser individual, dual y cambiante. Yo no soy la campesina que algún día fui -sin embargo, lo soy- , tampoco sólo soy una chica completamente cosmopolita -pero si lo soy, ¿es necesario ser una o la otra? No me parece. Yo soy algo de las dos; por ello creo que la identidad sólo puede ser dual, híbrida –aunque suene incongruente-; por lo mismo, nadie es sólo dominicano –por ejemplo-, todos lo somos a diferentes niveles; y todos esos niveles, por fuertes o débiles, que sean, para mí, son auténticos. Todos bebemos de esa fuente común que se denomina dominicanidad, y a partir de ella, de acuerdo a nuestras necesidades individuales, construirnos una identidad auténtica y propia, aunque dentro de los márgenes culturales.
Hace tiempo que entendí que no tengo por qué elegir un yo sobre otro yo, todos pueden coexisitir en lo que yo denomino un yo global; para mí, sería ilógico negar que soy un ser híbrido, producto de dos culturas, de dos realidades. Es por ello, que sólo yo puedo elegir hasta donde me siento cómoda, hasta donde ambas culturas me definen como individuo, y nunca a la inversa. Eso sería un sinsentido, y por ende mi negación como individuo.