Esta mañana he despertado temprano. Por la ventana se escurren los rayos del sol que hacen blanco en mis pupilas y me recargan de energía. Me tendí sobre el sofá con la laptop sobre el abdomen, apoyada por el ángulo de 90 grados formado las piernas y el torso. Al alcance de los dedos está mi BlackBerry, y el libro que actualmente leo: Tinkers.
Salto de un lado a otro por Internet y me estaciono en The New York Times. He estado dándole seguimiento a la detención de los supuestos espías rusos. Esta historia me transporta a la época de la Guerra Fría, a la que me he acercado, más que nada, a través de la ficción. Quizás por eso, esta historia tiene un aire de irrealidad para mí. Es como leer una novela de espionaje fuera de tiempo y espacio.
No puedo evitar mi naturaleza escéptica. Hay algo que no sé, no logra convencerme del todo en esta historia. Es posible que sea yo, y que sea como nos han contado, pero no sé, se me hace difícil creerle a la C.I.A. después de su largo historial, en más de una ocasión, cuestionable.
Pero no es de espías ni de la C.I.A. que quiero escribir, sino de lo mucho que me gusta empezar el día con esta rutina. Un día regular a esta hora ya he enseñado una clase, y aún no son las ocho de la mañana. Estoy harta de madrugar, bueno no, de madrugar no, sino de tener que salir disparada de la casa antes de que suba el sol.
Madrugar no es el problema, la verdad. Hoy he madrugado, pero no porque que tuviera que estar en ningún lugar, sino porque me gusta oler el aroma del café, mezclado con el del rocío de la mañana, y sentirlo deslizarse por mi paladar sin prisa, acompañándolo con la lectura -digital o impresa-, bañarme de sol tendida sobre el sofá, y sentir que nadie me espera.
Salto de un lado a otro por Internet y me estaciono en The New York Times. He estado dándole seguimiento a la detención de los supuestos espías rusos. Esta historia me transporta a la época de la Guerra Fría, a la que me he acercado, más que nada, a través de la ficción. Quizás por eso, esta historia tiene un aire de irrealidad para mí. Es como leer una novela de espionaje fuera de tiempo y espacio.
No puedo evitar mi naturaleza escéptica. Hay algo que no sé, no logra convencerme del todo en esta historia. Es posible que sea yo, y que sea como nos han contado, pero no sé, se me hace difícil creerle a la C.I.A. después de su largo historial, en más de una ocasión, cuestionable.
Pero no es de espías ni de la C.I.A. que quiero escribir, sino de lo mucho que me gusta empezar el día con esta rutina. Un día regular a esta hora ya he enseñado una clase, y aún no son las ocho de la mañana. Estoy harta de madrugar, bueno no, de madrugar no, sino de tener que salir disparada de la casa antes de que suba el sol.
Madrugar no es el problema, la verdad. Hoy he madrugado, pero no porque que tuviera que estar en ningún lugar, sino porque me gusta oler el aroma del café, mezclado con el del rocío de la mañana, y sentirlo deslizarse por mi paladar sin prisa, acompañándolo con la lectura -digital o impresa-, bañarme de sol tendida sobre el sofá, y sentir que nadie me espera.
"y sentir que nadie me espera."
ResponderEliminar¿Qué mejor final que ese?
Hermoso!. Disfruta las vacaciones!
Simplemente genial.
ResponderEliminarAbrazos
Yo también ando pegado a esa historia que sigues, pero porque conozco a una de las supuestas espías. Cosas raras...
ResponderEliminarEn las cosas simples, en los simples placeres de la vida, ahí es que está el disfrute, la clave para vivir una vida mejor sobretodo cuando tenemos el tiempo de nuestro lado para apreciarla en una dimensión que se nos hace más cómoda y más justa..., en fin más placentera!
ResponderEliminarAprovéchalo al máximo mi querida Sonia! ;)