viernes, 14 de septiembre de 2007

Un cacerolazo para las abejas silvestres

Me voy a la cocina, cojo unos cuantos trozos de jengibre y me preparo un té. Abro el gabinete saco un envase de miel, lo abro y le echo una cucharada. Me detengo a mirar el frasco en el que se lee la identidad de la miel que acabo de consumir: Miel de Portugal. El precio aún pegado al frasco, me recuerda que la miel viene de lejos. En otros tiempos, la miel la conseguía en el patio de la casa o en algún árbol silvestre... Me llevo el té a los labios, y pronto siento un electro-shock por todo el cuerpo. La temperatura se me dispara no sé a cuánto. Los escalofríos ceden, el alivio es inmediato. Recuerdo entonces que vengo de La República Dominicana, y no puedo evitar preguntarme ¿cómo es que bebemos té de jengibre en ese clima? No lo sé pero me encanta... Entre tragos, se me ocurre que el jengibre no siempre lo asocio con alegría. También es sinónimo de velorios; pues sí, era costumbre que cuando alguien colgaba los tenis se sirviera jengibre con galletitas -por lo menos, ésa era la costumbre en donde viví mis primeros años.

Sonrío. Regreso de mi excursión al mundo de los recuerdos, y me quedo mirando fijamente el envase: miel de Portugal; pero no logró abandonar mi infancia. Me veo monteando con otros chicos. De pronto, aparece un árbol enorme, en el cual habitan unas abejas en su apacible panal. No será por mucho tiempo más, ya pronto empezarán a llover piedras, y las abejas, mansas criatura del principio, se convertirán en fieras y saldrán en pos de nosotros... Aunque corrimos despavoridos, algunos no pudimos salir ilesos del brutal ataque de las abejas.
Ya de regreso a casa íbamos un poquito más gorditos por el beso ponzoñoso de las abejas.

Tras el ataque feroz de las abejas los adultos dispusieron un cacerolazo para asentarlas en un barril cerca de la casa. A mí me pareció de lo más normal, pues ya lo habían hecho antes. Es que con cacerolas en manos es como se les hablaba a las abejas en mi campo. La invitación sería algo así: queremos que a partir de hoy nos honren con su presencia y habiten en este barril. Ahora que lo pienso, era un cacerolazo aunque nada tenía que ver con la política ni la protesta social. No. Aquél era una cordial invitación. En más de una ocasión las criaturas accedían y se instalaban en los barriles... ¿Será que las abejas entendían el cacerolazo, o sería otro mito de los tantos de los que viví rodeaba? No lo sé. Lo que sí sé es que la miel de Portugal, por la que pague un ojo de la cara, nada tiene que ver con la deliciosa miel silvestre que tantas veces disfruté tan lejos de esta gran Metrópolis.

7 comentarios:

  1. Una vez fui víctima de una abeja agonizante o ya muerta que encontré desvalida en el suelo de mi casa. Tengo un tío (Radhamés) que me llevaba con él varias veces al mes a buscar miel en las colmenas del Mirador Sur. Yo le ayudaba a llevar los panales. Nosotros no empleábamos cacerolazos. Ibamos ladrones, envueltos en humo de ramas, en busca de tan exquisita miel.

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  2. Hola Sonia,

    La semana de las remembranzas. Engels viaja al pasado por las curvas de un aguacate, y tu ahora vuelves a él deslizándote por la textura de la miel. El otro día apareció en el balcón una mariposa de esas de alas naranjas con pintas de rayas negras, pero no me dieron ganas de escribir nada al respecto.

    Un saludo

    Un saludo.

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  3. Esos momentos lo vivimos las personas que estamos lejos de nuestro pais y en cualquier detalle encontramos aquellas anecdotas que transportan...

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  4. Me recordó un post sobre la melaza que hice hace mucho. Me provocó muchos recuerdos al igual que a ti.
    Me encanta el té de jengibre y lo hago con frecuencia, pero el sabor de la miel no me gusta (aunque venga de Portugal, creo).
    Sabias abejas.
    Saluditos

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  5. Siempre me he preguntado cuál es el mecanismo, por qué razón una cosa tan simple (ahora un frasco de miel) nos hace evocar una cosa tan lejana en el espacio o en el tiempo.

    Quien lo conoce, es dueño de la literatura.

    Sé buena. Un abracísimo.

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  6. Hola sonia:

    Me has transportado a un campo de puerto plata,donde me iba con mi abuelo a buscar melao,me encantaba ese viaje,porque alli el dueño de las colmenas nos traía una poncherita repleta de panales,ooooh que delicia!!! pero habí que dejar la cera. jejejejej oh Dios.

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  7. Ni toda la miel del mundo puede endulzar la amargura que nos agarra en ocasiones por estar lejos de casa, de esa casa que además identificamos con un tiempo, la infancia, que ya se nos hace lejando. Es curioso pero el primer producto argentino que yo encontré en un mercado londinense fue miel.

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