Un deseo morboso

El atardecer en Cabarete, Pto. Pta. Agosto de 2004

El ser humano está condenado a muerte desde el primer sorbo de aire que aspira al entrar en este caos que llamamos mundo. Esa sombra que nos vigila y nos amenaza hasta que en un instante sus tentáculos nos cortan el flujo de vida. Es sorprendete que a pesar de nuestra terrible condena, y de que todos los días nos encaminamos un pasito más a su encuentro, vamos por la vida sin reparar en lo más mínimo en esa sombría hora –¡qué bueno, no!. Sin embargo, hoy quise determe un rato a escribir lo que hace mucho tiempo decidí: mi última morada. Aunque no tengo control de cuando partiré de este mundo –espero que falten muchos años-, sí puedo decidir como quiero dejarlo. El mito de nuestra creación cuenta que vinimos del polvo y que a éste volveremos; y eso es precisamente lo que quiero. Sin embargo, no quiero esperar el proceso natural…. !No eso no! Quiero que mi cuerpo desaparezca abrazado por el calor del fuego, y que luego al atardecer, esparzan mis cenizas en el Océano Atlántico o tal vez en el Mar Caribe... Exactamente en el momento en que parece fuego el cielo, y el sol se esconde detrás del horizonte...

Los que me conocen saben que tengo obsesión con el mar, ese gran amigo inmenso y protector. Disfruto a plenitud su tibia brisa, su canto, el vaivén de sus olas, su arena escuridiza bajo mis pies. Abrazarlo me hace feliz, libre, pequeña. Es una entrega mutua y total..., nosotros hemos sido más que amigos, cómplices. Por ese desmesurado amor que le profeso, cuando la sombra de la muerte se pose sobre mí para aniquilar todo lo que yo haya sido y pudiera llegar a ser, pido que me entreguen a sus brazos una vez más ya que quiero vivir en él... ese amigo entramañable cuya presencia siempre me ha recordado lo pequeña que soy y la grandeza del universo.