El día del padre leí un artículo en el New York Times que me dejó pensando profundamente sobre las complicaciones que nos hemos buscado al expandir el horizonte de lo que hoy se considera una familia. La familia no es ya, exclusivamente, ese núcleo formado por un hombre, una mujer y los hijos. El panorama se ha tornado más fluido y mucho mas dinámico.
El artículo lo escribió un joven de 18 años que desconoce quién es su padre biológico. En realidad, eso no es novedad, porque existen miles de hijos que desconocen esta información. El caso me llamó la atención porque la ausencia de la figura paterna se debe a que él es producto de una inseminación artificial y la madre simplemente no sabe quien fue el donante. Ése era el procedimiento que se seguía en 1992 en la clínica en la que fue inseminada.
El joven no juzga a su madre por haber decidido tenerlo en esas circunstancias, pero expresa su deseo de saber quién es su padre biológico y si tiene hermanos. La madre sólo recuerda que el donante era estudiante de medicina de la Universidad de Carolina del Norte y que sus padres eran europeos. Los datos con los que cuenta este joven son mínimos, y al contactar la clínica donde se hizo la inseminación le dijeron que no mantienen las señas particulares de los donantes.
Muchos se preguntan ¿por qué elegir a un donante anónimo? Me imagino que por varias razones, siendo una de ella que es lo más práctico. Las personas involucradas consiguen lo que quieren, sin pensar en las consecuencias para el niño. Además, un donante no tiene intenciones de ser padre, para él es sólo una oportunidad de ganar dinero, o tal vez, de ayudar a una mujer que quisiera ser madre. La mujer tampoco va buscando un padre para su hijo, sino un donante de esperma, pues nadie va a una clínica de fertilidad con esa intención.
Es mejor no especular sobre las razones, porque cada caso es distinto y cada persona tiene sus propios motivos. Sin embargo, se puede concluir que el anonimato es lo menos complicado en tal procedimiento. Pero, ¿qué pasa con aquellos que sienten una necesidad innata de saber de dónde vienen? ¿No causa cierta angustia existencial el haber salido de la nada? ¿Cómo enfrentar a un niño que con todo derecho exige saber quien es su padre o madre?
No es mi intención juzgar a nadie, porque entiendo que existen razones, por las que tanto hombre como mujer recurren a estos métodos para ser padres. Eso no lo cuestiono en lo absoluto. Pero, también creo que toda persona tiene derecho a saber que óvulo o espermatozoide puso su trayectoria en este planeta en movimiento.
No estoy en contra de la inseminación artificial, ni de la donación de óvulo y esperma. Sin embargo, creo que todo aquel que inicie este procedimiento -padres y donantes-, debería considerar establecer una cápsula de tiempo para ser abierta a futuro, si el hijo llegara a nacer y así lo quisiera. Hay razones de sobra para saber de dónde procedemos. No sólo se trata de razones emocionales, sino también del historial médico de la familia biológica y la posibilidad de ofrecer tratamiento médico preventivo a un criatura que salió de la nada.
El artículo lo escribió un joven de 18 años que desconoce quién es su padre biológico. En realidad, eso no es novedad, porque existen miles de hijos que desconocen esta información. El caso me llamó la atención porque la ausencia de la figura paterna se debe a que él es producto de una inseminación artificial y la madre simplemente no sabe quien fue el donante. Ése era el procedimiento que se seguía en 1992 en la clínica en la que fue inseminada.
El joven no juzga a su madre por haber decidido tenerlo en esas circunstancias, pero expresa su deseo de saber quién es su padre biológico y si tiene hermanos. La madre sólo recuerda que el donante era estudiante de medicina de la Universidad de Carolina del Norte y que sus padres eran europeos. Los datos con los que cuenta este joven son mínimos, y al contactar la clínica donde se hizo la inseminación le dijeron que no mantienen las señas particulares de los donantes.
Muchos se preguntan ¿por qué elegir a un donante anónimo? Me imagino que por varias razones, siendo una de ella que es lo más práctico. Las personas involucradas consiguen lo que quieren, sin pensar en las consecuencias para el niño. Además, un donante no tiene intenciones de ser padre, para él es sólo una oportunidad de ganar dinero, o tal vez, de ayudar a una mujer que quisiera ser madre. La mujer tampoco va buscando un padre para su hijo, sino un donante de esperma, pues nadie va a una clínica de fertilidad con esa intención.
Es mejor no especular sobre las razones, porque cada caso es distinto y cada persona tiene sus propios motivos. Sin embargo, se puede concluir que el anonimato es lo menos complicado en tal procedimiento. Pero, ¿qué pasa con aquellos que sienten una necesidad innata de saber de dónde vienen? ¿No causa cierta angustia existencial el haber salido de la nada? ¿Cómo enfrentar a un niño que con todo derecho exige saber quien es su padre o madre?
No es mi intención juzgar a nadie, porque entiendo que existen razones, por las que tanto hombre como mujer recurren a estos métodos para ser padres. Eso no lo cuestiono en lo absoluto. Pero, también creo que toda persona tiene derecho a saber que óvulo o espermatozoide puso su trayectoria en este planeta en movimiento.
No estoy en contra de la inseminación artificial, ni de la donación de óvulo y esperma. Sin embargo, creo que todo aquel que inicie este procedimiento -padres y donantes-, debería considerar establecer una cápsula de tiempo para ser abierta a futuro, si el hijo llegara a nacer y así lo quisiera. Hay razones de sobra para saber de dónde procedemos. No sólo se trata de razones emocionales, sino también del historial médico de la familia biológica y la posibilidad de ofrecer tratamiento médico preventivo a un criatura que salió de la nada.