La situación en Libia se ha convertido en una vorágine que amenaza tragarse a todo cuando entra en contacto con ella. En un principio tuve la ilusión de que el levantamiento en Libia desembocarían en un cambio político, como hemos visto en Túnez y Egipto. Por unos días, imaginé una Libia democrática, pero pronto me percaté de que los rebeldes libios eran distintos a los otros manifestantes.
Durante las masivas protestas en Egipto, pasaba horas pegada a Al Jazeera, y en Twitter fascinada por la lucha de los egipcios de todos los estratos sociales. Había una clara conexión entre lo que ocurría en el terreno, y lo que se decía en Twitter y otros medios en el Internet. Era obvio que los que estaban haciendo la revolución virtual, también estaban enfrentándose a las fuerzas de Mubarak en las calles. Sabíamos lo que pensaban, y los vimos, en vivo y directo, enfrentarse a los más brutales ataques del dictador, equipados con su determinación y con escudos y armas improvisados con lo que podían encontrar en las calles.
No ocurría lo mismo en Libia. Estos rebeldes estaban armados, y pedían, incesantemente, una intervención militar extranjera. Sus palabras no cayeron en oídos sordos. Hillary Clinton se reunió con representantes de ellos. Su pedido era claro: necesitaban que la ONU impusieran una Zona de Exclusión Aérea sobre Libia. A partir de entonces, la retórica proveniente de ambos, los rebeldes, y de sus amigos intervencionistas empezó a pintar un cuadro de genocidio, si la comunidad internacional no actuaba. Y, se hablaba de la Zona de Exclusión Aérea como si fuera la más benignas de las acciones, y no el primer paso hacia la intervención militar. No se notaba el menor reparo en la devastación que dicha medida infringiría a la población civil.
Este elemento era nuevo en la creciente ola de revueltas de los países árabes. No se había manifestado, hasta entonces, ni de manera tan tajante y tan apresurada, un pedido de intervención militar extranjera. De hecho, los líderes del movimiento egipcio, inclusive después dela destitución de Mubarak, se negaron a reunirse con Hillary Clinton. Además, a diferencia de los otros, estos rebeldes libios estaban armados.
Empecé a sospechar de que el levantamiento, tal vez, no era sintomático de un descontento generalizado como habíamos visto en Egipto y Túnez. Egipto, mientras mas brutales los ataques de Mubarak a los manifestantes, más gente salía a protestar a la calle. Se puede decir que fue eso lo que evito que Hosni Mubarak lanzara un ataque masivo contra ellos que causara un mayor derramamiento de sangre. ¿Acaso podía acribillar a cientos de miles de personas? Era imposible.
En Libia ocurría lo contrario. El levantamiento parecía ir apagándose día a día. ¿Era ésa la razón por la que los insurgentes insistían tanto en la Zona de Exclusión Aérea? ¿Temían que la insurrección fuera extinguida por Gadafi sin la ayuda extranjera? Los rebeldes en su miopía y obsesión por derrocar a Gadafi le cedieron el país a intereses extranjeros, y dieron así por terminada su revolución. ¿Acaso son tan imbéciles estos sublevados para no darse cuenta de que en el momento que pidieron ayuda a la ONU ya habían perdido?
Nunca he sido partidaria de Gadafi, aunque no niego que ha transformado a Libia, en muchas áreas, para bien. Su mayor logro ha sido elevar el nivel de vida de los libios, al usar los recursos del país para mejorar su calidad de vida. Sin embargo, no me uno al clamor idealizador de Gadafi por parte de la izquierda latinoamericana. Para mí, no es suficiente con que un caudillo erradique las fuerzas colonialistas que desangran un país, si para lograrlo se convierte en un tirano que gobierna con puño de hierro, coartando las libertades civiles y aterrorizando la población; mientras por otro lado, va implementando los mecanismos políticos que garanticen su presencia vitalicia en el gobierno.
Por lo ante dicho, apoyo la insurrección, repudio la dictadura, pero rechazo rotundamente la intervención militar. Soy de las que pienso que si el movimiento no contaba con el apoyo de las masas para forzar a Gadafi a dejar el poder, era símbolo de que el tiempo no había llegado. El cambio para ser genuino y sostenible, debe provenir del pueblo, jamás de las manos de tropas extranjeras. Tras doce días de ataques aéreos, Gadafi sigue en el poder, y a pesar de los daños infringidos a las defensas aéreas, no hay indicación de que haya perdido terrero; por el contrario, los rebeldes no han podido avanzar en sus objetivos y están en constante retirada. Se podría decir que han retrocedido al mismo lugar donde se encontraban antes del bombardeo aéreo. ¿Qué se ha logrado entonces? Nada positivo.
Los bombardeos de los Estados Unidos han agudizado la crisis: ha aumentado el número de civiles muertos, hay miles de desplazados y el país está siendo pulverizado por las bombas; todo esto ocurre con el beneplácito de unos rebeldes de no muy fidedignas procedencia, quienes parecen amalgamar un sinnúmero de intereses que no nos quedan del todo claro. Estoy segura de que hay gente con intenciones genuinas, que lucha por liberar a Libia del poder de Gadafi, pero también los hay que lo hacen por sus propios intereses, cualesquiera que ésos sean. Mientras tanto, en el medio del caos, está la población civil, indefensa, víctima de la lucha de poder de unos buitres, cuyos intereses están lejos de ser los del pueblo libio.
Esta película la hemos visto tantas veces, pero la memoria de algunos es tan fugaz. Libia es otra Iraq, otra nación en la que Estados Unidos y sus aliados se aprovechan, o provocan una crisis interna para intervenir militarmente y decidir el destino del país. Libia, al igual que lo estaba Iraq, es un país que por décadas estuvo fuera del alcance de la avaricia occidental, y en la era de la globalización, ésa es una infracción escasamente perdonada.
Durante las masivas protestas en Egipto, pasaba horas pegada a Al Jazeera, y en Twitter fascinada por la lucha de los egipcios de todos los estratos sociales. Había una clara conexión entre lo que ocurría en el terreno, y lo que se decía en Twitter y otros medios en el Internet. Era obvio que los que estaban haciendo la revolución virtual, también estaban enfrentándose a las fuerzas de Mubarak en las calles. Sabíamos lo que pensaban, y los vimos, en vivo y directo, enfrentarse a los más brutales ataques del dictador, equipados con su determinación y con escudos y armas improvisados con lo que podían encontrar en las calles.
No ocurría lo mismo en Libia. Estos rebeldes estaban armados, y pedían, incesantemente, una intervención militar extranjera. Sus palabras no cayeron en oídos sordos. Hillary Clinton se reunió con representantes de ellos. Su pedido era claro: necesitaban que la ONU impusieran una Zona de Exclusión Aérea sobre Libia. A partir de entonces, la retórica proveniente de ambos, los rebeldes, y de sus amigos intervencionistas empezó a pintar un cuadro de genocidio, si la comunidad internacional no actuaba. Y, se hablaba de la Zona de Exclusión Aérea como si fuera la más benignas de las acciones, y no el primer paso hacia la intervención militar. No se notaba el menor reparo en la devastación que dicha medida infringiría a la población civil.
Este elemento era nuevo en la creciente ola de revueltas de los países árabes. No se había manifestado, hasta entonces, ni de manera tan tajante y tan apresurada, un pedido de intervención militar extranjera. De hecho, los líderes del movimiento egipcio, inclusive después dela destitución de Mubarak, se negaron a reunirse con Hillary Clinton. Además, a diferencia de los otros, estos rebeldes libios estaban armados.
Empecé a sospechar de que el levantamiento, tal vez, no era sintomático de un descontento generalizado como habíamos visto en Egipto y Túnez. Egipto, mientras mas brutales los ataques de Mubarak a los manifestantes, más gente salía a protestar a la calle. Se puede decir que fue eso lo que evito que Hosni Mubarak lanzara un ataque masivo contra ellos que causara un mayor derramamiento de sangre. ¿Acaso podía acribillar a cientos de miles de personas? Era imposible.
En Libia ocurría lo contrario. El levantamiento parecía ir apagándose día a día. ¿Era ésa la razón por la que los insurgentes insistían tanto en la Zona de Exclusión Aérea? ¿Temían que la insurrección fuera extinguida por Gadafi sin la ayuda extranjera? Los rebeldes en su miopía y obsesión por derrocar a Gadafi le cedieron el país a intereses extranjeros, y dieron así por terminada su revolución. ¿Acaso son tan imbéciles estos sublevados para no darse cuenta de que en el momento que pidieron ayuda a la ONU ya habían perdido?
Nunca he sido partidaria de Gadafi, aunque no niego que ha transformado a Libia, en muchas áreas, para bien. Su mayor logro ha sido elevar el nivel de vida de los libios, al usar los recursos del país para mejorar su calidad de vida. Sin embargo, no me uno al clamor idealizador de Gadafi por parte de la izquierda latinoamericana. Para mí, no es suficiente con que un caudillo erradique las fuerzas colonialistas que desangran un país, si para lograrlo se convierte en un tirano que gobierna con puño de hierro, coartando las libertades civiles y aterrorizando la población; mientras por otro lado, va implementando los mecanismos políticos que garanticen su presencia vitalicia en el gobierno.
Por lo ante dicho, apoyo la insurrección, repudio la dictadura, pero rechazo rotundamente la intervención militar. Soy de las que pienso que si el movimiento no contaba con el apoyo de las masas para forzar a Gadafi a dejar el poder, era símbolo de que el tiempo no había llegado. El cambio para ser genuino y sostenible, debe provenir del pueblo, jamás de las manos de tropas extranjeras. Tras doce días de ataques aéreos, Gadafi sigue en el poder, y a pesar de los daños infringidos a las defensas aéreas, no hay indicación de que haya perdido terrero; por el contrario, los rebeldes no han podido avanzar en sus objetivos y están en constante retirada. Se podría decir que han retrocedido al mismo lugar donde se encontraban antes del bombardeo aéreo. ¿Qué se ha logrado entonces? Nada positivo.
Los bombardeos de los Estados Unidos han agudizado la crisis: ha aumentado el número de civiles muertos, hay miles de desplazados y el país está siendo pulverizado por las bombas; todo esto ocurre con el beneplácito de unos rebeldes de no muy fidedignas procedencia, quienes parecen amalgamar un sinnúmero de intereses que no nos quedan del todo claro. Estoy segura de que hay gente con intenciones genuinas, que lucha por liberar a Libia del poder de Gadafi, pero también los hay que lo hacen por sus propios intereses, cualesquiera que ésos sean. Mientras tanto, en el medio del caos, está la población civil, indefensa, víctima de la lucha de poder de unos buitres, cuyos intereses están lejos de ser los del pueblo libio.
Esta película la hemos visto tantas veces, pero la memoria de algunos es tan fugaz. Libia es otra Iraq, otra nación en la que Estados Unidos y sus aliados se aprovechan, o provocan una crisis interna para intervenir militarmente y decidir el destino del país. Libia, al igual que lo estaba Iraq, es un país que por décadas estuvo fuera del alcance de la avaricia occidental, y en la era de la globalización, ésa es una infracción escasamente perdonada.