Tras el desborde de los ríos profundos, las aguas vuelven a su cause. Imagino que esas sacudidas son inevitables, y tal vez, hasta necesarias. Uno se retuerce, patalea, y luego viene el auto-análisis, y la energía para empezar de nuevo.
Fueron tres días de angustia, pero ya estoy bien, y viendo las cosas con mucho más claridad. Todo ha sido puesto en su lugar, porque el dolor a veces distorsiona la magnitud de las cosas.
Mi mejor cualidad, tal vez sea, mi espíritu de guerrera incansable. No ha nacido el hijo de puta que pueda cambiar ese espíritu combativo ante la adversidad, y subyugue mi fortaleza espiritual y autonomía. Sin embargo, los ha habido cuya ausencia me ha mantenido inerte por algún tiempo, pero eso ya se acabo: para quien salga de mi vida, no hay espacio ni siquiera para su recuerdo.
El jueves cuando mi
amigo me informó, cobardemente vía email, que había alguien más y que se decidía por ella, me sorprendió mucho la noticia. Este hecho me removió otras heridas, y me llevó a un estado de angustia insospechado. Sin embargo, lo que me dolió no fue tanto perderlo a él, sino el revivir otros fracasos amorosos. El canadiense yo a penas empezábamos a conocernos, pero sí había contemplado la posibilidad de que pudiera resultar una relación de esta amistad, pues todo, marchaba muy bien desde hacía unos meses.
En la vida hay cosas que se aprenden a rebencazos emocionales, y a mí me llevó más de 20 años aprender que cuando alguien te deja, especialmente si no te lo veías venir, y te lo informan de una forma tan cobarde, lo mejor es dejar el dolor bullir y desbordarse unos días, luego limpiarse las lágrimas y empezar a buscar el sustituto sin demora. El quedarse en casa lamentando lo que pudo haber sido, presos de la auto-compasión sólo sirve para prolongar el dolor innecesariamente. Por eso, esta mañana me maquillé, me vestí y salí a besar la mañana con una sonrisa en los labios.