Uno se levanta todas las mañanas, se pone su máscara de persona normal, y sale a la calle a hacer lo que tenemos que hacer. Nadie imagina que debajo de ella corren torrentes de penurias y penas, que subyugamos, simplemente para dar nuestra función y recibir la recompensa de la audiencia, ya sea un aplauso, una sonrisa, o un cheque al final de la quincena.
Y así lo hacemos siempre, tan bien, que podemos pasar desapercibidos entre la multitud de payasos, que al igual que nosotros, hace su función lo mejor que puede. Es tan patético el asunto, que después de un tiempo, uno llega a dominar tan bien la dualidad que careta y ser se funden; y mientras la función se desarrolla, parecemos uno más del montón: felices, plenos, y en total control de nuestras vidas…
Sin embargo, un buen día, de repente, un evento imprevisto nos toma por sorpresa, nos asalta justo antes de entrar en personaje; y entonces, ya no hay forma de su subyugar los torrentes, que a fuerzas de máscaras y diques mantenemos corriendo en lo profundo del ser como ríos que serpentean por el subsuelo.
Y así lo hacemos siempre, tan bien, que podemos pasar desapercibidos entre la multitud de payasos, que al igual que nosotros, hace su función lo mejor que puede. Es tan patético el asunto, que después de un tiempo, uno llega a dominar tan bien la dualidad que careta y ser se funden; y mientras la función se desarrolla, parecemos uno más del montón: felices, plenos, y en total control de nuestras vidas…
Sin embargo, un buen día, de repente, un evento imprevisto nos toma por sorpresa, nos asalta justo antes de entrar en personaje; y entonces, ya no hay forma de su subyugar los torrentes, que a fuerzas de máscaras y diques mantenemos corriendo en lo profundo del ser como ríos que serpentean por el subsuelo.
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