Una dulce lección

Ayer fui a pasarme un par de horas en la sala de lectura de la biblioteca; mi intención era salirme de la casa y leerme unos cuantos capítulos de El reino de este mundo. Mi propósito inicial fracasó porque la biblioteca estaba llena de críos que hacían demasiada bulla para mi gusto; a pesar de que me frustraron el plan, me dio mucho gusto ver tantos niños en la biblioteca, y ver a madres hispanas leyéndeles a sus criaturas, y ayudando a sus hijos a desarrollar el gusto por la lectura. Parece que algo ha cambiado para bien -eso me da gusto; creo que nuestras madres se están dando cuenta de lo importante que es la lectura para el desarrollo de sus hijos. Por lo general, siempre veo a las asiáticas y anglosajonas leyendoles a sus hijitos, mientras que las hispanas brillan por su ausencia.

Como no pude leer, me puse a buscar en la colección de libros, sin nada en particular en mente; me di cuenta de que tienen una selección de libros en español mayor que en inglés . Eso también me dio mucho gusto. Me topé con los Cuentos Frágiles de Nájera, y se me pegaron en los dedos, y tuve que traérmelos; luego me encontré con la primera novela de James Joyce: Retrato del artista dolescente. Me llevé una gran sorpresa, porque no la tenían en inglés, sino en español. No soy dada a leer traducciones si puedo leer el idioma del escritor; pero, me animé a llevármela porque el traductor es un señor al que respeto muchísimo. Fue uno de los más grandes eruditos de la literatura hispana. Se trata de Dámaso Alonso.

Ya lista con mis dos libros me apresto a facturarlos. Para mí sorpresa, todo ahora es digital -en unos meses todo ha cambiado, me imagino que recibieron alguna jugosa donación de algún ricachón que se preocupa por la lectura; ya no es necesario esperar en fila a que te atiendan. Con libros en manos, me paré frente a la estación de registro, y no había pasado dos minutos tratando de entender el nuevo sistema, cuando un niño de unos siete u ocho años, se me acercó y me ofreció su ayuda voluntariamente. El niño me dio una lección en como utilizar el nuevo servicio -se notaba que lo había hecho varias veces. No le pedí ayuda... pero parece que dos minutos le parecieron demasiado tiempo, ya que él tenía prisa, porque en sus manos le ardía una edición gigantesca de Harry Potter. De seguro, quería irse a leerlo a un lugar secreto en el que la magia llenara el ambiente; o tal vez, me percibió como poco diestra en el uso de la nueva tecnología; o tal vez, era simplemente un niño con muy buenos modales. En fin, fue un placer ver a un niño dispuesto a ayudar, con tantas ganas de sacar su libro, e irse a leérselo. Por momentos como esté, es que siempre he sabido que no todo está perdido.