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sábado, 25 de febrero de 2012

Eva, la primera rebelde

Mi vida, como la de nadie, no ha sido fácil. Los que me conocen esperan que todas las "pruebas" que he enfrentado me acerquen más a Dios, pero para su decepción, que jamás ha sido la mía, eso no ha ocurrido.

Mi principal problema con la religión y con la Biblia es que me piden que deje de pensar y cuestionar. Y, yo simplemente no puedo hacerlo, y en honor a la verdad aunque pudiera, no quiero. Valoro el conocimiento y abomino de la ignorancia. Prefiero ser excluida de un club en el que el principal requisito es suspender la inteligencia, negar la racionalidad y entregarse por completo a supersticiones, que sólo pueden ser aceptadas si suspendemos nuestro bien más preciado: el raciocinio.

No es fácil ser atea en una familia dominicana. La religión resume por todas partes, y no se mueve un dedo sin que intervenga el ser supremo que todos suponen su señor, menos yo. Mi estrategia es mantener el tema fuera del seno familiar, pero a veces, el tema llega a ellos por otros medios, como por ejemplo este blog o por mi obvia apatía ante todo rito religioso.

Frecuentemente, soy objeto de pena por parte de conocidos y desconocidos por haber elegido seguir un camino opuesto al que ellos siguen: el trazado por un ser invisible, que en sus propias palabras, es vanidoso, violento, vengativo e injusto. ¿Se han dado cuenta como Dios siempre está del lado de los poderosos y como se ensaña con los pobres, los oprimidos y los que más necesitarían de su ayuda? Para mí ese ser no es digno de ser alabado sino recriminado.

Los creyentes creen que me asustan al hablar del castigo eterno de su Dios, ¿cómo es posible que un ser de bondad pueda hablar de tremenda barbaridad? Si no me salva porque no le sigo, eso dice más de él que de mí, yo soy una simple mortal, y el un ser divino, debería actuar a su altura y dejarse de pequeñeces.

No siento que al alejarme de ese ser pierdo nada y gano mucho: la libertad para pensar, aprender, descubrir, cuestionar y simplemente ser. En este momento se me ocurre alzar la copa por Eva, esa mujer mitológica que es símbolo de todos los que tenemos la curiosidad de saber, y que preferimos el infierno tras probar del árbol del conocimiento a vivir en el paraíso, el reino de la ignorancia. 

jueves, 21 de febrero de 2008

La Biblia y yo

La Biblia es uno de esos libros fascinantes en los cuales todos encontramos algo para apoyar nuestras creencias o la falta de éstas. Es un libro fenomenal, hermoso, cuyo encanto se ha mantenido en ascenso por siglos. Para muchos la biblia es un libro sagrado, para mi, es una magistral obra literaria: hermosa y llena de sabiduría.

Mis conocimientos de la Biblia no son absolutos -por el contrario bastante deficientes- aunque crecí en el seno de una familia católica. Iba a misa frecuentemente, tal vez casi todos los domingos. Mi madre no nos dejaba otra opción. De niña tenía una edición de la vida de Jesús. ¡Cómo me gustaban esas historias! Las leí frecuentemente, era una fuente inagotable de historias que me cautivaban y me transportaban a un mundo lejano.

En mi pequeña biblioteca -en un rincón de mi apartamento- tengo varias versiones de la Biblia. Un día quise leer el libro de Judith -inspirada por la pintura de Caravaggio-, y me di cuenta de que ese libro no está en ninguna de mis Biblias. Empecé a investigar y averigüé de la controversia de siglos sobre cuáles eran los libros inspirados por Dios. La cuestión es que no todos estaban de acuerdo, algunas tradiciones aceptaban unos, pero otras no. En fin la religión católica fijó su canon tras el Concilio de Trenton.

Mi naturaleza inquisitiva me llevó a averiguar más sobre los
libros canónicos y los apócrifos. La existencia de libros apócrifos fue música para mis oídos, porque me pareció que que algo interesante debían tener para que hayan sido eliminados por las autoridades eclesiásticas. Esto despertó en mi el incandescente deseo de lo prohibido, y para saciarlo, me acabo de comprar La Nueva Biblia de Jerusalem. Esta versión incluye el canon de las sagradas escrituras como fue establecido en el siglo IV, todos los textos deuterocanónicos y los códices no incluidos en la Biblia Hebrea, pero que se encuentran en la Biblia Septuaginta -o, de los setenta- de la Diáspora Judía. Al abrir mi nuevo libro sentí el placer que se siente cuando se leen libros prohibidos: me temblaron las manos y el corazón empezó a cabalgar. ¡Genial!