Crucé el puente mientras miraba los asentamientos que yacen a ambos lados del Ozama y sentí vergüenza, compasión y rabia. Sin darme cuenta dos lágrimas se deslizaron por las mejillas al fijar las pupilas en el hacinamiento y la pobreza de los que allí malviven.
Sentí vergüenza por haber pasado unos días en una zona privilegiada de Santo Domingo sin percatarme de que existían estos seres encadenados a su desventura. No hay el menor indicio de ellos en el Santo Domingo de los opulentos centros comerciales, los exclusivos restaurantes, las torres y las acomodadas residencias.
Sentí compasión, porque mientras ni a mí, ni a mi familia nos ha faltado nunca lo necesario, sé que los habitantes de las favelas tienen que hacerla de magos para no morirse de hambre ni de una enfermedad perfectamente curable. Éstos son los hijos de machepa*, por los que no ha de preocuparse nadie.
Sentí rabia, porque gobierno tras gobierno la degradación de los que nada tienen aumenta, ante la mirada indiferente de los que hacen suyo el erario. Rabia porque nos hemos acostumbrado a saber que hay gente con mucha hambre, en total desamparo, y a aceptar que el móvil de hacer política sea enriquecerse con el dinero público.
Cruzaba el puente, y pensaba en los niños con hambre, sin acceso a una educación adecuada ni a los cuidados básicos de salud. Y sentía que me ahogaba. Sentía la sangre amontonarse airada en la garganta.
Pensaba.
Y, no podía imaginar siquiera cómo se vive en aquel infierno, sin esperanza de escape. Crecí en el campo, donde la naturaleza es generosa, y las carencias no llegan a estos niveles. Sentía la rabia y la impotencia agazapada entre el estómago y la garganta.
Pienso.
Y me pregunto, ¿cuánto tiempo habrá de pasar para que nos alcemos en contra de la degradación de la dignidad de estos hombres y mujeres? ¿Cuándo diremos basta de robar, de hacerse rico con el dinero que debe ir a mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, incluidos los olvidados de las márgenes del Ozama? ¿Cuándo exigiremos programas sociales y fuentes de trabajo que mejoren la calidad de vida de los desamparados habitantes de las favelas de Santo Domingo?
Pienso.
Y, la desesperanza se apodera de mí al reocordar que las elecciones de 2016 están a la vuelta de la esquina. No habrá opciones viables para el cambio social, sino más de lo mismo: neoliberalismo salvaje, el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, y la ascendente desaparición de las clases medias.
Ya no pienso, me asfixio.
* 1. f. R. Dom. Madre del pueblo, del hombre pobre, de los desheredados de la fortuna.
Sentí vergüenza por haber pasado unos días en una zona privilegiada de Santo Domingo sin percatarme de que existían estos seres encadenados a su desventura. No hay el menor indicio de ellos en el Santo Domingo de los opulentos centros comerciales, los exclusivos restaurantes, las torres y las acomodadas residencias.
Sentí compasión, porque mientras ni a mí, ni a mi familia nos ha faltado nunca lo necesario, sé que los habitantes de las favelas tienen que hacerla de magos para no morirse de hambre ni de una enfermedad perfectamente curable. Éstos son los hijos de machepa*, por los que no ha de preocuparse nadie.
Sentí rabia, porque gobierno tras gobierno la degradación de los que nada tienen aumenta, ante la mirada indiferente de los que hacen suyo el erario. Rabia porque nos hemos acostumbrado a saber que hay gente con mucha hambre, en total desamparo, y a aceptar que el móvil de hacer política sea enriquecerse con el dinero público.
Cruzaba el puente, y pensaba en los niños con hambre, sin acceso a una educación adecuada ni a los cuidados básicos de salud. Y sentía que me ahogaba. Sentía la sangre amontonarse airada en la garganta.
Pensaba.
Y, no podía imaginar siquiera cómo se vive en aquel infierno, sin esperanza de escape. Crecí en el campo, donde la naturaleza es generosa, y las carencias no llegan a estos niveles. Sentía la rabia y la impotencia agazapada entre el estómago y la garganta.
Pienso.
Y me pregunto, ¿cuánto tiempo habrá de pasar para que nos alcemos en contra de la degradación de la dignidad de estos hombres y mujeres? ¿Cuándo diremos basta de robar, de hacerse rico con el dinero que debe ir a mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, incluidos los olvidados de las márgenes del Ozama? ¿Cuándo exigiremos programas sociales y fuentes de trabajo que mejoren la calidad de vida de los desamparados habitantes de las favelas de Santo Domingo?
Pienso.
Y, la desesperanza se apodera de mí al reocordar que las elecciones de 2016 están a la vuelta de la esquina. No habrá opciones viables para el cambio social, sino más de lo mismo: neoliberalismo salvaje, el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, y la ascendente desaparición de las clases medias.
Ya no pienso, me asfixio.
* 1. f. R. Dom. Madre del pueblo, del hombre pobre, de los desheredados de la fortuna.