Leer a Onetti es siempre una agradable aventura. Empecé a leer La vida breve y aunque a penas llevo unas sesenta páginas leídas, estoy rendida a sus pies, como tantas otras veces.
La trama de la novela, hasta ahora, está anclada en la vida de un hombre que está en su dormitorio, a media noche, mientras escucha a una mujer hablar en el apartamento del lado. El hombre reflexiona sobre la condición médica de su mujer, Gertrudis, y sobre su propio desahucio vital, algo típico en los personajes de Onetti. En medio de sus cavilaciones, van surgiendo fragmentos de la conversación que ha tenido con un tal Julio Stein, quien le ha pedido un guion cinematográfico.
Este ir y venir entre lo que está viviendo, y el guion que va a escribir, empiezan a esbozarse el argumento y los personajes. Progresivamente, el día a día de Brausen se va convirtiendo en doble materia literaria: la novela que leemos y el guion que escribirá. Este constante tirar y halar de diferentes hilos conductores y voces narrativas produce una sensación de vértigo literario, que requiere de nuestra atención y complicidad, o de lo contrario, nos marearemos.
Onetti da por sentada la complicidad del lector para ir armando con él la trama; por ello nos hace guiños que espera sigamos para ir navegando por el conglomerado de su creación, sin perdernos. La narración avanza rápidamente, a través de sus recuerdos y retratos. Así, ante nuestros ojos va construyendo las historias de los personajes que conformarán la novela y el guion.
Me encanta asistir a la creación, no sólo de la novela, sino del guion. Onetti nos hace participe del proceso creador y de su esperanza de "salvarse" a través de él. Sin embargo, sabemos de antemano que en Onetti la salvación será siempre imposible.
Veremos que tal avanza la novela, por ahora, soy presa, víctima una vez más, del hechizo de Onetti.
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