Al perderme entre la muchedumbre colorida de mi barrio cada paso que daba me llevaba de frente a un nuevo contraste: el barrio que fue, el que era, el que está dejando de ser, el que empieza a ser, y el que es un poquito de todos esos estados pasados, actuales y venideros.
Iba con ojos curiosos, más propios de una niña que de una mujer, asombrándome de las travesuras del niño, de la torpeza del anciano, de la prisa del ejecutivo, del descuido de los distraídos, de la ensoñación de los enamorados, de la tragedia milenaria de los indígenas heredada a sus descendientes.
A ratos un sonrisa dibujaba mi asombro, y en otros, un piquete helado se me anclaba en el pecho.
Los colores de los nombres y números de las calles hablan de un antes y de un después. A veces, sólo una calle divide el ayer del mañana. Sólo una calle separa los sueños de hombres y mujeres que viven de la esperanza. Tan sólo una calle separa una clase media cada vez más limitada de otros menos afortunados que cada día pueden aspirar menos a dejar de serlo.
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Foto vía Idealist in New York City
Ah, ya me hace falta ir a caminar por Roosevelt este año. Es un lugar en flujo constante.
ResponderEliminarVíctor vente a vivir para acá otra vez, jajajaja. Así, ya no la echarás de menos.
ResponderEliminarEn cuanto a lo que soy yo: me exaspera caminar por la Roosevelt. No soporto el tren 7 reventándome los sesos. Aunque, claro está, debo admitir, que me encantan las estampas que allí se pintan en un día cualquiera :).