lunes, 23 de abril de 2007

De la mano de don Quijote por Alcalá de Henares

Un escritor trasciende cuando se desvanece detrás de su obra de ficción, cuando la ficción sobrepasa al hombre de carne y hueso que la ha engendrado. Es decir, cuando se nos olvida que los personajes son seres inventados por el autor y que no existen verdaderamente. Para mí ese autor es Miguel de Cervantes, porque don Quijote lo ha vencido, lo ha desplazado hasta el punto de borrar la barrera ficción-realidad por completo -no sólo en la obra sino en la vida real. Sé que Cervantes existió, pero no es mi amigo, no lo conozco, no puedo compenetrarme con él como lo hago con don Quijote. Don Quijote es mi amigo, mi vecino, un tío lejano, un abuelo, y por lo tanto no me quedan dudas de que sí quiero verlo o charlar con él puedo encontrarlo, no sólo en un lugar de La Mancha sino en cualquier punto del planeta.

Cervantes -o Don Quijote- a través mentiras nos dijo grandes verdades, sólo en una se equivocó: en poner en duda que en la China se hablara español. Le parecía ridículo porque nunca ocurriría. Y sin embargo, lo que era cuestión de risa en el siglo XVII hoy es una realidad, sí los chinitos también aprenden a hablar español. Esa ni Cervantes ni don Quijote se la imaginaron. Esta reflexión se me viene a la mente, mientras estoy aquí separada por un cristal de una edición del Quijote en Mandarino. ¿Cómo podrían Cervantes o don Quijote haber predicho semejante disparate? Sin embargo, ahí ante mis ojos estaban sus novelas traducidas a varios idiomas, incluyendo el Mandarino.

Mientras pienso en don Quijote o Cervantes, se me ocurre algo más: mis pies besan el sitio donde alguna vez correteó el niñito Miguel o tal vez miguelito. Me pregunto, ¿cómo sería de niño? ¿Qué travesuras esconderían estas paredes que algún día lo albergaron? ¿Cómo sé es de niño cuando ya se lleva por dentro la semilla de la imaginación que cambiaría el curso de la literatura universal? Me lo imagino por estos pasillos correteando, viviendo una realidad producto de su imaginación y fantasía. Lo veo en el patio entre plantas vestidas de gigantes, y él destrozándolas con su espada, en su propio mundo, feliz y curioso; de pronto aparece en la escena la madre que rompe el hilo de sus fantasías para decirle que la comida está lista. El niño se rehúsa a escucharla porque prefiere vivir en su mundo inventado, y escucharla sería aceptar que su mundo no existe; y cuatrocientos años en lo que fue su futuro, yo sigo aquí estática escuchando su voz infantil, aunque a mi alrededor sólo esté su mundo de adulto, pero no quiero aceptarlo; yo al igual que el niño no quiero salir de mi mundo imaginario. Cervantes sólo vivió en esta casa hasta los cuatro años, y ése el Cervantes que quiero sentir ahora, a pesar de que el adulto trata de imponérseme en cada rincón de la casa.

Al salir de la casa doblo a la izquierda, de reojo miro a la derecha y veo a don Quijote adoctrinando a Sancho. Sancho me mira con la confusión estampada en sus ojos, pero yo no me detengo. Dejo que sus palabras retumben en mi oído y sigo… Camino lentamente bajo las aceras techadas de la calle Mayor tratando de ver al niño que algún día correteó por esta misma senda. Lo veo sentado en el suelo con otros chicos, comiéndose un dulce, o poniendo sus manitos sobre la pared de las tiendas. Sé que nadie más lo puede ver, y eso me entristece. Los que caminan a mi lado casi tropiezan con él, y a mis gritos de cuidado, me miran con la misma cara que miraban a don Quijote cuando hablaba de cosas que nadie más podía ver. La verdad es que ni siquiera Cervantes me hubiera entendido, pero don Quijote sí. Don Quijote me entendería a la perfección. Por eso, don Quijote es mi amigo, y no Cervantes. El ha sido mi gran maestro, y por qué no decirlo: me ha enseñado que la realidad sólo puede existir en mi capacidad para crearla, construirla, y que ficción y realidad son inseparables…

Mi recorrido por la calle mayor me aparta un poco de Cervantes y don Quijote. Paseo mis ojos de niña curiosa por las tiendas judías que se encuentran a ambos lados de la calle Mayor. Ahí están ante mis ojos como un día estuvieron ante los de Cervantes. Ahí estática, como si el tiempo no hubiera pasado, si tiendas de propietarios judíos con sus residencias en la segunda planta… Observo que las columnas que sostienen el techo están siendo restauradas. Muchas de ellas son las originales que datan de la Edad Media. Mientras hacía mi inspección, me llamó la atención un huequito cuadrado encima de la puerta. Intrigada pregunté que qué era aquello que jamás había visto. Me dijeron que era la mirilla por donde los antiguos propietarios veían a quienes entraban a la tienda o se acerban a la casa; y también me contaron que a través la mirilla les tiraba la llave a los que visitaban la casa sin tener que bajar a abrir la puerta. ¡Genial! Llena de asombro sigo mi trayecto sobre el empedrado de la calle Mayor. Al final se encuentra una plaza que hoy se llama Plaza Cervantes, y que en el pasado era la Plaza del Mercado. La plaza está rodeada por unos almendros. Estos forman una cadena parecida a una corona de laurel, que parece hacerle reverencia a Cervantes que se levanta en el centro de la plaza. Al fondo, está la Universidad de Alcalá. ¡Qué maravilla! La fachada por sí sola es todo una obra de arte, pero luego están los patios, la capilla, el lugar donde se examinaban los estudiantes de doctorado –y que hoy se usa para entregar el Premio Cervantes -así lo atestiguan las placas con los nombres de los condecorados que cuelgan de la pared en la entrada principal del salón.

Al salir de Alcalá se me ocurre que los lugares y las cosas carecen de significado por sí mismo. Es decir que todo tiene el valor que le asignamos, por lo menos esa es mi experiencia. Para otros turistas, pueda que ésta sea una ciudad más, para mí ha sido lo máximo. La he disfrutado a plenitud, me voy feliz, llena del espíritu de todo lo que la ciudad y Cervantes son para mí. Es como si con cada paso se abriera un puertecita en mi interior hacia un estado superior. Al alimentar esa parte de mí –inadvertida para muchos- brota en mí el amor por la vida, las ganas de vivir, de crecer, y de ser mejor ser humano. Ese espacio de mí, -que soy yo en mi totalidad- sólo estalla de jubilo cuando lo alimento de todo lo que yo entiendo por belleza y vitalidad: la gente, las flores, los animales, la música, la literatura, el amor, los viajes, la escritura, una conversación a mena. En otras palabra, todo lo que disfruto. Allí no tienen cabida ni cuenta de banco, ni coches, ni nacionalidad, religión, ni nada que sea de índole utilitario. Todo eso queda fuera, y sólo sirve para el propósito de utilidad que le ha asignado la sociedad. No tiene nada que ver con lo que verdaderamente soy. Para mí es necesario ser consciente de esta separación, porque me mantiene alerta a una posible contaminación de mi yo interior. Por lo tanto trato de cultivar mi mundo interior porque ése nadie podrá arrebatármelo nunca. Esa es mi esencia, sólo la muerte podría quitármela, y para entonces ya no importaría porque habré dejado de existir como parte, y me habré fundido en el todo.

Entrada en mi diario de viajes del 24 de febrero de 2007 (En el tren rumbo a Valencia)

10 comentarios:

  1. Muy lindo!!

    Saludos desde mi rinconcito..

    Smooches!!!

    ResponderEliminar
  2. Hmmm, como si volviéramos a los inicios de nuestra madre lengua.

    Hermoso.

    ResponderEliminar
  3. Avanzamos, Sancho, avanzamos...y hasta en Biejing ya hablan en Castellano.

    ResponderEliminar
  4. Tantas cosas bellas se han escrito desde entonces en el Idioma que hoy amamos......

    ResponderEliminar
  5. Hetayra, ¿cuanto tiempo? Gusto saber de ti.
    Gracias por la visita.

    Joan, Yes, indeed!

    Cabrit0 así mismo avanzamos Sancho, jajajaja. ¡Y cómo hemos avanzado!

    Alex, y las que aun faltan for escribirse.

    Un abrazo,
    Sonia

    ResponderEliminar
  6. Sencillamente magistral, Sonia.

    Es y eres un tesoro.

    Me recuerdas mucho a los libros de viajes de Cela. El Nobel.

    ResponderEliminar
  7. Nacho, Nacho, ya te extrabaña amigo, espero que todo ande mejor por allá y ¿como va el Plan de Acción? Espero que vaya funcionando, jajaja

    Eres un gran consentidor de mis locuras, gracias. No he leído ningún libro de viaje de Cela. Solo me he leído: La Colmena, Réquiem por un Campesino y La familia de Pascual Duarte. Me encanta como escribe, aunque tengo algunas cuentas pendientes con el Cela censor pero eso es harina de otro costal. La verdad me gusta mucho como escribe.
    Un abrazo,
    Sonia

    ResponderEliminar
  8. Sonia , este post me dio animos para empezar a Leer el Quijote, como siempre , inspiras .

    ResponderEliminar
  9. Siempre hay una buena razon para leer el Quijote, asi es que adelante, jajajaja.
    Un abrazo Luima,
    Sonia

    ResponderEliminar
  10. Me parece grandioso que te consideres amiga de Don Quijote. ¿Pero por qué le cierras la puerta a Cervantes? Quizá algún día puedas pararte a conversar con él y entonces también desees considerarlo del mismo modo.
    Saludos

    ResponderEliminar