El aire cortaba el ambiente cual filo de una navaja. Se respiraba frialdad, oscuridad y misterio. La luz era tenuez tal vez amarillenta. El oxígeno apena circulaba. Las cortinas corridas aun bajo el sol más ferviente. Todo estaba estático y pasivo. La señora Montemayor era la más fiel evidencia de esto... Su diminuta figura, su larga cabellera azavache, sus dedos largos y anudados, mantenían el mismo porte de hacía treinta años. Iba nítidamente vestida con diseños de alta calidad aunque pasados de moda. Altiva, la señora Montemayor yacía entre las aglomeraciones de periódicos regados por la sala -cual imprenta abandonada.
La señora Montemayor, se consumíó en este ambiente sofocante, envuelta en historias de ayer, que ya no volvería a leer. Entre ella y su soledad sólo se interponían los titulares que leía cada mañana. Todos los días repetía el perpetuo rito: iba a la terraza y buscaba frenéticamente en los periódicos una noticia que no leyó jamás. Llevaba más de treinta años siento fiel a esa costumbre. Leía todos los periódicos que cada mañana llegaban a su puerta, todos, nacionales e internacionales. Estas ansias de noticias la fueron desquiziando; en los últimos años su vida se resumía en estar en la terraza rodeada de sus periódicos y acariciar el espinazo de Charlie.
Podría concluirse que su insignificante existencia sólo la hubiera justificado una razón, ésa que ella busca todas las mañanas en cada titular que leía. Esa que la convirtió en un despojo humano, prisionera de su espacio y de sí misma. Inexplicablemente, la angustia en que vivió no dejó huellas visibles de su dolor. Sólo su yo interior supo de la decepción que sentía cada mañana frente al periódico en la terraza de su casa. El era testigo y protagonista de su calvario. Enternecidos los titulares la miraban y la compadecían desde los rincones.
Hoy fue diferente. Como si tratara de vencer la interminable espera, se internó en la nada al compás del vaivén del único mueble de la casa que todavía le quedaba alma. Ese en que ella y Charles se mecían mientras degustaban algunas cerezas... Sin proponérselo, una espesa modorra se virtió sobre ella indetenible, implacable, fulminante... Sus vivencias pasaron en frente de ella lentamente, yuxtapuesta, amontonadas. Le pareció que a los lejos escuchó el desesperado grito de Charlie. Se incorporó y lo rescató amablemente. Sus ojos brillaron y reflejaron una compasiva mirada; nadie hubiera podido adivinar que tal carámbano humano era capaz de albergar aquel tierno sentimiento. Charlie era el único ser viviente que le importaba...
-Cariño, ¿te lastimé? Perdóname. Sabes que sería incapaz de lastirmarte...
A la interrogante de la señora siguió una respuesta que ella parecía entender muy bien. Visiblemente conmovida por sus mejillas corrieron dos gruesas lágrimas, al tiempo que lo estrechaba fuertemente contra su pecho. Esos pechos marchitos por los años, sedientos de una caricia... Por primera vez en muchos años sintió el calor de un ser vivo. La señora lo abrazaba más fuerte cada vez, sus ojos eran dos llamaradas de fuego. Charlie estaba inmóvil, tranquilo, dejándose acariciar. Sin advertirlo, inocentemente le correspondió con una sutil carricia. En ese preciso momento todo se transformó, un dulce olor a cerezas se deslizó por el ambiente. Los muebles ya no eran opacos, las cortinas se movían al compás del viento que empezó a azotar, la expresión seca y agreste de la señora Montemayor iba cediendo poco a poco. Súbitamente, como si siguiera una orden inquebrantable, se tendió sobre el viejo desván de la sala; ahora sólo se dejaba llevar, por el devenir de sus recuerdos. Sus párpados escurrieron la humedad de sus ojos de fuego... Ya, era toda ella un volcán: sus piernas, sus pechos enchidos, toda su piel, iba al encuentro de tiempos mejores.
Un intenso olor a cereza impregnó completamente el ambiente. La señora Montemayor, daba vueltas, y se confundía con unos hilos de seda rojo carmesí. Por su cuello viajaba el aliento cansado de aquel que había sido su mejor amante, Charles. Por primera vez en treinta años había vuelto a conquistar la frontera del placer; sintió que le salían alas, flotaba... A lo lejos quedaron los periódicos y la infructuosa búsqueda de cada mañana en la terraza. Abrió los ojos, se vio sola sobre el viejo mueble, sin sábanas de seda. Agonizante, se incorporó, y se encontró en el centro de la sala librando una férrea lucha. Modorrosa y atormentada, preferería creer que lo que vivió fue sólo un espejismo y nada más. El deseo se había transformado en culpa. A su alrededor todo era opaco, el aire seguía estático, todo seguía victima de la inercia de siempre. El dulce olor de las cerezas, era ahora un amargo cloroformo. Desorientada, y queriendo escapar de sí, se encaminó hacia su dormitorio. Inúltimente trató de olvidarse de que su piel la había traicionado ante el más inocente de los roces. Un impulso la condujo hacia aquel lugar que por años había evitado: el sepulcro. Se detuvo ante el envejecido muble, abrigado por el polvo y la telaraña, lo abrió automáticamente, sin proponerselo. Sintió sus ojos bullir pero no lloró. Sacó un manojo de papeles amarillentos, carcomidos por el tiempo, los abrazó y los soltó como si la quemaran, ya sólo alcanzó pronunciar algunas palabras que no llegó a escuchar:
-¿Otra cereza?, Cariño
-Si, amor mío....
gracias por visitar mi blog,pero estoy confundido,pero tu dijiste q no tenias blog,si eres nueva bienvenida al debate,enviame un email si puedes.maximo2005-06@hotmail.com
ResponderEliminarMáximo que honor contar con su presencia. Gracias.
ResponderEliminarHola bienvenida al mundo blog, me gustan las cerezas y me gusta mucho tu forma de escribir.
ResponderEliminarGracias Por tus palabras Wendy soy novata en esto del "blogueo", aunque me gusta escribir, es mi forma de "exorcizar mis demonios" como diría mi querido Vargas Llosa. Te visitaréatabex
ResponderEliminarMuy interesante este relato. Sostenido hasta el final. Y hermoso que el amor haga retoñar a la señora Sotomayor.
ResponderEliminarMe has despertado el olfato con ese olor a cereza, después de leer tus relatos, te tengo que decir que siento que tienes influencias del señor Marquez. El apellido Montemayor me suena muy Gabo, muy colombiano. ;) Tienes un estilo sofisticado, precioso, es un placer leerte.
ResponderEliminar"Esos pechos marchitos por los años, sedientos de una caricia... Por primera vez en muchos años sintió el calor de un ser vivo."
Me encantó esa parte en la cual la señora se siente ser tocada, ha de ser un sentimiento increíble, el tener el cuerpo despierto nuevamente.
Cuídate mucho!
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