viernes, 24 de marzo de 2006
Usted tiene la palabra....
miércoles, 22 de marzo de 2006
Por un instante
10 de octubre, 2005
Asomados
A la infinita oscuridad
De las pupilas,
Nuestros corazones
Palpitan al unísono,
dejan de ser dos;
Fijos, tus ojos en los míos
Somos uno
En la brevedad de un instante
viernes, 17 de marzo de 2006
La ciguapa
El abuelo juraba y perjuraba que la había visto: hermosísima, llevaba una espesa cabellera de azabache que le cubría los tobillos. Lo repitió tantas veces que todos han terminado por creerle: llega en las madrugadas antes del alba -decía. Nadie sabe dónde habita, ni siquiera el abuelo. Hace mucho que aparece levantando una hojarasca a su paso. Sólo quedan unas huellas que según el abuelo se encaminan en dirección opuesta a su destino, y que luego deshace el camino andado. El abuelo aseguraba que la ciguapa no era un ser fantástico sino que verdaderamente existía. Era tal su frenética obsesión que contagió a toda la isla. Todavía hoy hay quienes montan guardia al asecho del fascinante ser. En varias ocasiones han podido descubrir las encontradas huellas de sus pasos. Todos los días son más los curiosos que se aventuran tras ellos; especialmente cuando el abuelo confesaba haberla visto. Los isleños creen en la existencia de la Ciguapa, y viven fascinados por su gran belleza. No dudan de que existe aunque no la hayan visto jamás.
El abuelo insistía en que: la ciguapa viene por sal. Por ello, decidió colocar la reserva de la sal en su dormitorio para atraer la presencia de la insólitamente bella criatura. Día tras día el cuarto del abuelo se iba haciendo más húmedo, allí se respiraba un aire salobre. Un buen día tuvo la sensación de que se transformaría en pez, y su cuarto en océano: sólo agua y sal. Cuenta que un día de otoño, vio entrar en su dormitorio una inmensa cabellera cuyo color le hacía competencia a la noche. Sus pies no obedecían la voluntad del cuerpo. Ambos batallaban: uno se acercaba y el otro se alejaba. Inútilmente, trató de hablarle, pero ésta se asustó y se marchó sin llevarse nada. Por un instante el abuelo dudó de su teoría y quizás de su memoria. ¿Acaso lo había inventado todo?¿Era posible? ¡No! La reserva de sal continuaba intacta. Esta criatura se había vuelto una obsesión para el abuelo. Sólo pensaba en cómo iba a atraparla y descifrar el misterio que encerraba. Otra noche, creyó verla repetir exactamente la misma escena. Entonces ya no era arisca, se le acercó al oído y le contó muchas cosas, pero el abuelo no la entendió. Al día siguiente, se levantó y vio que faltaba medio saco de sal. Se dijo –“en verdad estuvo aquí.” Ese día él decidió que jamás le hablaría a nadie sobre ella. !Eso era! Al fin se ganaría su confianza. El milagro ocurriría cuando se encontraran de nuevo. La hora añorada llegó. Ella había vuelto; le habló al oído de nuevo, pero el abuelo no logró descifrar lo que decía. La mañana siguiente, al levantarse vio que faltaban dos sacos de sal. Ahora si estoy decidido me mantendré en guardia hasta que la vea aparecer de nuevo. Cada vez fracasó en el intento, hasta que un día todo cambió. Una mañana encontró sobre el saco de la sal un pequeño cofre. Al abrirlo el abuelo lo entendió todo, –“lo sabía” -gritó. Sin embargo, nadie podía ya oírlo. !Lo he descubierto todo! Reveló el secreto, sin que nadie lograra descifrarlo. Aunque sabía que no volvería a verla, presintió que a partir de ese momento los viajes serían más frecuentes. Ya no vendría sola, otras la acompañarían !Eso no! He logrado entender las cifras. Estoy seguro. Recordó entonces que la última vez que la vio, ya no iba completamente desnuda. Llevaba unas elaboradas joyas que sin duda habían sido hechas con la preciosa piedra salina. Así debía de ser, por supuesto, la usarían para todo, hasta para predecir el futuro. Desde que los reinos ciguapeños descubrieron la sal, se ha erradicado el llanto nocturno de los bebés, las ojeras de las madres se han evaporado, la tristeza ha liberado a los melancólicos, las arrugas han deshecho los surcos de las vivencias. Se han extirpado el viento y la nieve; ahora la primavera es perpetua. En los centros para enfermos cunden el polvo y la telaraña. Todo lo antes escrito es ahora obsoleto. Esta es una nueva era. Ya los médicos no salvan sino preservan vidas. Todos viven en éxtasis; ni siquiera se han dado cuenta que la tierra se les va haciendo más chica. La palabra tiempo se ha convertido en un arcaísmo en desuso. Sin duda que para las ciguapas la sal es el descubrimiento del milenio.
Mientras tanto los isleños siguen aguardando a esta hermosa mujer, idolatran su belleza, a pesar de que únicamente el abuelo tuvo el privilegio de verla y entender su secreto: sólo él y nadie más. ¡Esa fue su gran hazaña!
miércoles, 15 de marzo de 2006
!Ellos también comen moro!
Las viejas de la comarca se deleitaban contándonos todas las barbaridades que cometían: eran brujos, se robaban a los niños, convertían a la gente en animales. Nada que ver con nosotros... La más contundente evidencia era Remigia a quien habían convertido en vaca. Tras su inexplicable desaparición su padre supuso que encontraría sus huellas hacia el oeste; se encomendó a los santos, se colgó un crucifijo, y partió en busca de la persona precisa. La confirmación fue contundente: podía palpar el lugar exacto donde la tenían. El padre fue por ella persiguiendo el ocaso; la encontró amarrada a un árbol, con ojos tristes y aspecto descuidado. La reconoció de inmediato: sí, ésa era Remigia, lo sabía por su mirada. A pesar de las lágrimas y la insistencia del padre, Remigia sólo logró darle un ensordecedor berrido que se perdió en la sabana. Cincuenta pesos le costó recuperar a su hija, tirando de un lazo, deshicieron el camino buscando siempre la frontera. Ya del otro lado, la soltó en lo que sería su nueva morada; desde entonces se oyen los desconsolados rugidos de Remigia tiñendo de melancolía todo el prado. Hace años que esos ecos retumban en mi cabeza. Aún me aterra el miedo, que sentíamos cuando asomaba el único de esos hombres negros y mal olientes que habíamos visto: el bueno de Mercedes. Nunca entendió porque le huíamos. Nunca supo que él era uno de esos que nos podían convertir en zombis o animales -al igual que a Remigia. El miedo me crispaba los huesos, y me sacudía el alma. No, nosotros no éramos como ellos, repetían cual perfecta sinfonía todas aquellas voces en mi cabeza. Un buen día descubrí que además de gente comían moro. Las agitadas voces se intensificaban a través de la distancia: !no! Eso no, sólo nosotros comemos moro, ellos sólo gente.
viernes, 10 de marzo de 2006
Drifting Away
Amid the mist,
the nausea,
My spirit agonizes,
Searches in vain
Among my shattered dreams,
Nothing makes sense;
This meaningless journey
Asphyxiates me,
Consumes my days;
And yet, I remain
Standing, fighting, defying
Injustice, sadness, solitude
Until when?
I don’t know,
Only death is certain
My whole being,
My existence
Is crumbling
Setting off constantly south,
Inevitably making its way back,
And then,
the emptiness,
The void,
the nothingness,
Of its absurdity
martes, 7 de marzo de 2006
Retrospectiva
se han anidado en mis ojos,
Irradiando la lluvia,
esparciendo la nieve,
ahuyentando el viento,
dominando las ralas nubes
del firmamento caribeño;
He bañado calidas olas
hechas de nevada espuma,
embriagada de su salado aroma,
cual delicioso vino,
Yo las he saboreado;
Al abrigo de otros mundos,
El océano he cortado;
desafiando el dolor,
Un espacio me he inventado,
Lunas...
no tantas he aprovechado
en la ceguera
de mis parpados cansados;
A ciegas las lágrimas
descienden
las inclinadas mejillas;
Incitando la felicidad,
un gesto posa en mis labios;
Inmune, sigo tejiendo sueños,
Levantando quimeras,
Dando vida,
Sin haber parido jamás
lunes, 6 de marzo de 2006
El olor de las cerezas
La señora Montemayor, se consumíó en este ambiente sofocante, envuelta en historias de ayer, que ya no volvería a leer. Entre ella y su soledad sólo se interponían los titulares que leía cada mañana. Todos los días repetía el perpetuo rito: iba a la terraza y buscaba frenéticamente en los periódicos una noticia que no leyó jamás. Llevaba más de treinta años siento fiel a esa costumbre. Leía todos los periódicos que cada mañana llegaban a su puerta, todos, nacionales e internacionales. Estas ansias de noticias la fueron desquiziando; en los últimos años su vida se resumía en estar en la terraza rodeada de sus periódicos y acariciar el espinazo de Charlie.
Podría concluirse que su insignificante existencia sólo la hubiera justificado una razón, ésa que ella busca todas las mañanas en cada titular que leía. Esa que la convirtió en un despojo humano, prisionera de su espacio y de sí misma. Inexplicablemente, la angustia en que vivió no dejó huellas visibles de su dolor. Sólo su yo interior supo de la decepción que sentía cada mañana frente al periódico en la terraza de su casa. El era testigo y protagonista de su calvario. Enternecidos los titulares la miraban y la compadecían desde los rincones.
Hoy fue diferente. Como si tratara de vencer la interminable espera, se internó en la nada al compás del vaivén del único mueble de la casa que todavía le quedaba alma. Ese en que ella y Charles se mecían mientras degustaban algunas cerezas... Sin proponérselo, una espesa modorra se virtió sobre ella indetenible, implacable, fulminante... Sus vivencias pasaron en frente de ella lentamente, yuxtapuesta, amontonadas. Le pareció que a los lejos escuchó el desesperado grito de Charlie. Se incorporó y lo rescató amablemente. Sus ojos brillaron y reflejaron una compasiva mirada; nadie hubiera podido adivinar que tal carámbano humano era capaz de albergar aquel tierno sentimiento. Charlie era el único ser viviente que le importaba...
-Cariño, ¿te lastimé? Perdóname. Sabes que sería incapaz de lastirmarte...
A la interrogante de la señora siguió una respuesta que ella parecía entender muy bien. Visiblemente conmovida por sus mejillas corrieron dos gruesas lágrimas, al tiempo que lo estrechaba fuertemente contra su pecho. Esos pechos marchitos por los años, sedientos de una caricia... Por primera vez en muchos años sintió el calor de un ser vivo. La señora lo abrazaba más fuerte cada vez, sus ojos eran dos llamaradas de fuego. Charlie estaba inmóvil, tranquilo, dejándose acariciar. Sin advertirlo, inocentemente le correspondió con una sutil carricia. En ese preciso momento todo se transformó, un dulce olor a cerezas se deslizó por el ambiente. Los muebles ya no eran opacos, las cortinas se movían al compás del viento que empezó a azotar, la expresión seca y agreste de la señora Montemayor iba cediendo poco a poco. Súbitamente, como si siguiera una orden inquebrantable, se tendió sobre el viejo desván de la sala; ahora sólo se dejaba llevar, por el devenir de sus recuerdos. Sus párpados escurrieron la humedad de sus ojos de fuego... Ya, era toda ella un volcán: sus piernas, sus pechos enchidos, toda su piel, iba al encuentro de tiempos mejores.
Un intenso olor a cereza impregnó completamente el ambiente. La señora Montemayor, daba vueltas, y se confundía con unos hilos de seda rojo carmesí. Por su cuello viajaba el aliento cansado de aquel que había sido su mejor amante, Charles. Por primera vez en treinta años había vuelto a conquistar la frontera del placer; sintió que le salían alas, flotaba... A lo lejos quedaron los periódicos y la infructuosa búsqueda de cada mañana en la terraza. Abrió los ojos, se vio sola sobre el viejo mueble, sin sábanas de seda. Agonizante, se incorporó, y se encontró en el centro de la sala librando una férrea lucha. Modorrosa y atormentada, preferería creer que lo que vivió fue sólo un espejismo y nada más. El deseo se había transformado en culpa. A su alrededor todo era opaco, el aire seguía estático, todo seguía victima de la inercia de siempre. El dulce olor de las cerezas, era ahora un amargo cloroformo. Desorientada, y queriendo escapar de sí, se encaminó hacia su dormitorio. Inúltimente trató de olvidarse de que su piel la había traicionado ante el más inocente de los roces. Un impulso la condujo hacia aquel lugar que por años había evitado: el sepulcro. Se detuvo ante el envejecido muble, abrigado por el polvo y la telaraña, lo abrió automáticamente, sin proponerselo. Sintió sus ojos bullir pero no lloró. Sacó un manojo de papeles amarillentos, carcomidos por el tiempo, los abrazó y los soltó como si la quemaran, ya sólo alcanzó pronunciar algunas palabras que no llegó a escuchar:
-¿Otra cereza?, Cariño
-Si, amor mío....
"De noche"
Vislumbro tu sombra
Mas no logro acariciarte
Ansiosa te añoro
Los minutos pesan
!Qué larga es esta vigilia
Si no vienes por mí!
Sigiloso llegas,
Sin tocarme,
Te apoderas de mí
Me posees toda
Ausente, vago por laberintos
de fantasías
El Alba asoma
Alzas el vuelo
Abro los ojos
Saciada
El día pasa,
Tras un agonizante sol,
Deslizándote
En las tinieblas
De la noche,
Caprichoso,
Inesperadamente
Te posarás sobre mí
¡Feliz Cumpleaños Querido Gabo!
Sé que el tiempo es indetenible, y que hoy estás un poco más cerca de ese sueño del que despertaste el 6 de marzo de 1928; sin embargo los de tu estirpe no envejecen, ya que has trascendido tu humanidad para convertirte en símbolo. Ya no eres lo que eras sino lo que representas. Ojalá que tu pluma mágica permanezca con nosotros por muchos años más; es un deseo un tanto egocéntrico -lo sé-, ya que es más mío que tuyo, pero es la mejor forma para seguir saciándome de ti. En mi casa eres como de la familia; estás en todo lo lugar, en la sala, en mi cuarto, en mi escritorio, hasta en mi cama en las noches de insomnio. Te siento tan de cerca, que me es natural llamarte Gabo, quizás el mucho leerte me permita el atrevimiento. ¡Qué los cumplas feliz mi querido Gabo!