sábado, 12 de julio de 2014

Un iceberg llamado París

No recuerdo quien ha dicho, y tal vez con razón, que no debemos volver a los lugares en los que hemos sido felices.

Supongo que al volver corremos el riego de que la realidad permee la ensoñación de los recuerdo felices, y se imponga triunfante sobre ellos.

Sin embargo, la memoria es un monstruo del que nunca debemos fiarnos demasiado. Siempre está creando versiones sobre versiones de lo que creemos recordar.

Así es que, a mí sí me gusta volver a  esos lugares en donde he sido feliz. No necesariamente por lo vivido, sino por lo que quedó por vivir.

Fui feliz en París, y volveré aunque hoy  no sepa cuando.

Para mí, más que un lugar geográfico París es una idea iceberg, encantadora, enorme e inasible. Para lograr la más mínima aproximación se necesita de mucho tiempo, y no los cuatro días y cinco noches que le dediqué.

Mi visita fue un tímido intento de divisar la punta de esa idea iceberg, y aceptar que era imposible explorarla, mucho meno llegar a conocerla.

He aquí como transcurrió mi acercamiento al iceberg que es París.

El primer día me lo pasé caminando, exploré el área en donde me hospedaba.

Por casualidad me encontré con la estatua de la Libertad, estuve en la Torre Eiffel, y la catedral de Notre-Dame. Ésta sólo la vi por fuera porque ya estaba cerrada. Sin embargo, pude subir a las torres.

Me senté a la margen del Sena, debajo de un puente e imaginé la escena incial de Rayuela. Observé a la gente. Comí como diosa, tomé vino, café y comí crème brûlée.

Pasé gran parte de la tarde en el Museo de Quai Branly, al cual llegué deambulando y por accidente, y me encantó.

Este museo se me antojó una monumental resistencia del arte de los colonizados ante el arte occidental. Allí en pleno corazón de París se escuchaban las voces de los aborígenes de Américas, África, Oceanía y Asia.

Me sorprendí sonriendo complacida.

El museo alberga una colección permanente impresionante. Además, hay actualmente dos exhibiciones: Tiki PopAmerica's dreams of its Polynesian paradise y Tatuadores y tatuados una exploración de la evolución de lo tatuajes. Ésta última me encantó, Tiki Pop casi nada.

Me quedé a cenar en el área y volví al hotel bastante tarde.

Al segundo día volví a caminar, porque es la mejor manera de ver una ciudad. Este día además de vagar sin rumbo fijo, fui al Museo de Orsay y al Arco del Triunfo.

En el Museo de Orsay pude ver casi todo, pasé unas cinco horas allí, aunque ví poquísimo de Monet, pues cerraron justo cuando empezaba a verlo.

El museo me gustó muchísimo. Vi varias esculturas que me impactaron. Una de las obras que más disfruté fue L'age mûr de Camille Claudel.

Pasé mucho tiempo con Van Gough de quien había visto poco, y Jean-Baptise Corpeaux porque me encanta  -aunque acababa de ver su exhibición a quí en el museo Metropolitano.

Espontáneamente se me ocurrió empezar a comparar a los Ugolinos de Corpeaux y Rodin. Decidí que el del primero es superior. Lo que no me queda claro es cuál de los dos es más leal a la Divina Comedia, fuente de inspiración de ambos escultores.

Salí pensando que volvería a ver a Monet, pero no me alcanzó el tiempo. Cruce al otro lado del Sena, y me fui caminando hasta el Arco del Triunfo. Era tarde cuando bajé del observatorio, porque me quedé disfrutando la impresionante vista de la ciudad.

Esa noche cené por esa área. La cena estuvo bien. Estaba cansada y quería volver al hotel. Subí al metro para cruzar al otro lado, donde tenía que coger otro tren para volver al hotel. Para cuando llegué a la estación donde debía hacer la transferencia, el metro había cerrado.

¡Algo inimaginable para una neoyorquina! No sabía que el metro de París cerraba por la noche. ¡Viaja y aprende, parece ser el lema!

Me tocó caminar más. ¡Tremenda caminata! Ya empezaban a resentirse las pantarrillas. Esa noche tomé iboprofeno, y al otro día no quería levantarme.

Amaneció lloviendo a cántaros. Iría al Museo de Rodin. Era domingo, y no sabía que ese día la entrada al museo era gratis. ¡Qué error! Todo París parecía estar allí.

Me tocó esperar en fila, bajo la lluvia por una hora. Estaba empapada porque llovía en todas dirección. Pensé irme, pero no tendría tiempo de regresar.

Al entrar al museo, no me arrepentí de haber esperado. Es un lugar maravilloso. Es el lugar donde Rodin vivió sus últimos días. Allí creó muchas de sus obras, y es el lugar que eligió para exhibir sus obras.

Valió la pena esperar, aunque fuera bajo la lluvia. Los jardines son preciosos y el ver parte de su obra estratégicamente diseminda en ellos fue un placer.

En el Museo de Rodin descubrí su faceta de pintor. No tenía la menor idea de que había dejado algunos cuadros. Allí también vi un cuadro de Van Gogh, y de otros pintores, entre ellos Monet, y también dos o tres esculturas de Camille Claudel.

Actualmente hay una exhibición del fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorne: Mapplethorpe-Rodin. Sabía de la influencia de Rodin en él, pero ver sus obras expuestas juntas, de forma que subrayaran su relación me encantó. Entré sin la menor expectativa, y resultó ser una experiencia iluminadora.

El cuarto día, y el último en París, era para ir al Louvre, comprar algo para leer en el tren al día siguiente mientras me iba al sur, y seguir caminando.

El día empezó mal, a pesar de que me desperté temprano para ganar tiempo. Al llegar al Louvre, me di cuenta que no tenía el Pase para los museos. Miré la fila y pensé que hacerla era peor que regresar  por el pase al hotel.

Volví al hotel, no pude evitar sentirme malhumorada. No encontré el pase donde pensé estaba. Lo había perdido, probablemente en el Museo de Rodin, fue la última vez que lo tuve en las manos.

Recordé haber leído alguna vez sobre una entrada menos transitada para entrar al Louvre. Me metí al Internet, y encontré la información que necesitaba. Entré por la entrada "secreta", aunque había cola era muchísimo más corta. Esperé unos quince minutos para entrar.

Desde un principio sabía que no vería todo lo que quería, ni lo que había que ver. Podría pasar meses en el Louvre, y sólo tenía unas horas.

Llevaba una lista de lo que no podía dejar de ver. Ésta consitía de esculturas y pinturas.

Vería: la Venus de Milo, El esclavo rebelde, El esclavo moribundo, El escriba sentado, la estatua colosal de Ramsés II, Psique reanimada por el beso del Amor, la Mona Lisa, la Virgen de las rocas, la Coronación de Napoleón, las Bodas de Canaan, y La libertad guiando al pueblo.

No había tiempo para más. Y menos, después del contratiempo de ese día. Ya no disponía del tiempo para hacer la visita por mi cuenta, perderme, encontrarme y seguir la autoguía. 

Volví a la boletería y compré un boleto para una visitia guíada. Este nuevo plan dejaba fuera a varias piezas de mi lista: el Escriba sentado, la Virgen de las rocas, y Ramsés II. No había de otra.

Salí del Louvre contenta, aunque insatisfecha por no haber visto lo que había querido ver.

No tenía tiempo que perder, mis horas estaban contadas.

Me fui al Panteón. Tenía justo una hora, pero alcancé a visitar la cripta que era lo que más me interesaba. Visité a Voltaire, Victor Hugo, Rosseau, Dumas, Zola, Braille, Jaurés, entre otros.

Eran casi la siete. Aún debía comprar mis libros para el viaje al sur.  Llegar a la librería Palimpsesto fue toda una experiencia, aunque no está lejos de donde me encontraba.

Los libros estaban un poco desordenado, y ni el señor ni la señorita que allí se encontraban hicieron nada por ayudarme.

Me pasé un buen rato mirando libros y viendo que me llevaba.

Al encontrarme, por puro azar por que orden no había, con dos libros de Álvaro Mutis y Cabrera Infante decidí dar por terminada mi exploración.

Salí, y me instalé en un café a leer y a tomar unas copas de vino, pero terminé quedándome a cenar.

Ya con unas copitas encima, salí a la calle y empecé a deambular por el Latin Quartier, cogí el metro, iba al hotel, sin embargo, a medio camino cambié de parecer. Decidí pasar por la que fuera la última residencia de Córtazar.

La experiencia se merece un post en sí, así que es todo lo que diré, porque terminó siendo todo una aventura en la que conocí a un abuelito muy bonachón.

Con la aventura Cortázar-Farid (el abuelito) cerré mi última noche en París.

Al día siguiente, hice la maleta y salí.

Me fui sabiendo que no había hecho ni la mínima parte de loque habría querido, pero estaba contenda de haber explorado aunque fuera la puntita de ese iceberg, que conocemos como París.

4 comentarios:

  1. En tres días nosotros vamos a París, mis hijas, Rosa Mari y yo. No sabes la inspiración que me supone tu post para nuestra visita. Es una visita vivenciada que experimentaste en soledad viajera. Mi visita es diferente ya que es una visista familiar. He estado en París varias veces y en diferentes momentos de mi vida. De hecho, la última en 1994 fue nuestro viaje de novios que fue precisamente a París y recorrimos algunos de los lugares que reseñas.

    El museo de Orsay fijo que lo veremos, igual que el museo Rodin. Tomo nota de que en domingo es gratuito. Nos tocará también el Louvre aunque le tengo algo de temor por la magnitud del mismo. Me agotan los museos grandes. Mi capacidad de ver arte se limita a un par de horas, y luego me agoto.

    Me alegro de que tu estancia en París volviera a ser feliz. Es una ciudad que siempre me ha cautivado, algo que no logra Londres a la que veo siempre fuera de mí. En París me siento como si estuviera caminando por una ciudad cercana y mía. Me pasó tambien con tu ciudad, Nueva York cuando la visité durante una semana en 1981. Todavía estaba allí el Guernika de Picasso.

    Sin duda la mejor forma de conocer una ciudad es patearla sin rumbo fijo tal vez y dejar que los pies te lleven recorriendo su geografía íntima.

    Siempre nos quedará París.

    ¿Cuál es la tarifa más ventajosa para moverse por el metro de París?

    Un cordial saludo, y gracias por tu crónica.

    ResponderEliminar
  2. Me alegro por ti Sonia!
    Sergio

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado todo lo que cuentas, tu periplo por esa ciudad tan especial que es París. Claro que es imposible ver todo en cuatro o cinco dias pero a tí te ha lucido bastante y me alegro mucho. Todavía tengo yo la pena de lo poco que pude ver en mi viaje a Rusia hace doce años (allí me pilló la tragedia de las Torres Gemelas). Mi ilusión por ver el museo de L'ermitage se convirtió en cuatro horas de visita que no dieron para mucho aunque pude ver a mi pintor favorito Matisse y la pintura rusa y sus iconos. Sé que jamás volveré y siento, como tú, lo que me perdí, con la diferencia de que tu volverás otra vez.
    En fin, Sonia, que me ha gustado mucho todo lo que cuentas.

    ResponderEliminar
  4. José Luis,

    El pase para los museos te ahorra evita la fila, pero no es barato y por lo que leo no tienes interés de pasar demasiado tiempo allí, asi que no te conviene. Con el pase de metro de visitantes puedes lograr descuentos en las entras.

    Los museos de Rodin y Orsay valen la pena. El Louvre es un sueño pero inmenso. La entrada que esta por el carrusel, que puedes acceder por ambos lados del Arco del Carrusel, en verdad ahorra mucho tiempo :) La fila de la entra de las píramides, es para pegarse un tiro :P

    Te deseo un feliz viaje :) y ya he contestado en FB sobre los pases para el transporte :)

    Abrazos y gracias por leer mi kilométrica crónica :)

    Sergio, mucha gracias la pasé súper bien, no sólo en París sino también en la Costa Azul :)

    Lola querida, me agrada tanto que te guste mi crónica :) Lamento lo de tu viaje a Rusia. Al menos pudiste ver a tu pintor favorito <3 Rusia está en mi lista de lugares a visitar, a ver cuando me armo esa aventura :)

    Besos, Lola y hasta pronto.

    ResponderEliminar