Amar más a los muertos que a los vivos, no es nuevo, pero los nuevos medios lo amplifican como nunca antes. No es lo mismo escuchar a una persona lamentar a un muerto que no valoró, o no conoció en vida, que tener que soportar toda una letanía de lamentos en Facebook o Twitter.
Más de una vez me he preguntado por qué la gente da riendas sueltas a sus emociones en las redes sociales ante muertos que apenas conocía, o que en vida nunca le importaron. Me parece un espetáculo de mal gusto e insufrible.
Más de una vez me he preguntado por qué la gente da riendas sueltas a sus emociones en las redes sociales ante muertos que apenas conocía, o que en vida nunca le importaron. Me parece un espetáculo de mal gusto e insufrible.
Los más insoportables de los "dolientes" virtuales son aquellos que "sufren" la muerte de alguien a quien no conocían. Sin embargo, los que me revientan las vísceras son los que consternados lamentan la desaparición física de alguien para quien nunca tuvieron tiempo. Ese exibicionismo, que se posiciona a medio camino entre el egocentrismo y el morbo, es patético.
Cuando murió mi abuelo, me sorprendió ver en Facebook cuánto lo querían muchos que jamás tuvieron tiempo para dedicarle un rato. Esta semana vi repetirse el mismo espetáculo: dolientes digitales exhibiendo su luto, cinta negra incluida, por la muerte de un familiar. Muchos de ellos jamás cruzaron una palabra con la difunta.
El amor que se profesa a los muertos esta exento de toda responsabilidad, por eso es tan común. Albert Camus lo ha dicho como nadie “¿… sabe usted por qué somos siempre más justos y generosos con los muertos? La razón es muy sencilla. Con ellos no tenemos obligaciones.”
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