Conocer a alguien lleva tiempo, años, y ni siquiera así tendremos nunca la certeza de saber quién es verdaderamente ese otro ser. De igual modo, llegar a conocernos a nosotros mismos es tanto o más difícil. El proceso requiere poner un espejo en esos sitios oscuros que preferiríamos no ver –aunque está claro que llegar a esos baches es la mayor parte del trabajo, y reconocernos con nuestras miserias es el principio del conocimiento propio.
Entender quiénes somos requiere soledad, trabajo, dedicación, esfuerzo consciente, y un viajar constante hacia adentro. Requiere estar a solas con uno mismo, sentir el dolor en vez de evadirlo, reconocer la desesperación, la soledad cósmica, los miedos, las inseguridades. Es enfrentar nuestros demonios, esos que nos han legado otros, y los de nuestra propia autoría. Se precisa de conversar con hombres que vinieron antes, y que sintieron la misma angustia, el mismo desasosiego y dolor. Sentir su soledad, mitiga de algún modo la nuestra. A través de esos náufragos, entendemos, a veces, nuestra agonía.
Llevo años mirándome por dentro, he ganado terreno, sin embargo, el campo siempre se ensancha sin que pueda hacer nada. El ser no es estático, mucho menos lo son las circunstancias, y el mundo físico. Me he visto actuar en situaciones que jamás imaginé. He caído mil veces, y me he levantado otras tantas. He sufrido y gozado profundamente. He vivido una vida auténtica, sin subterfugios ni escapismos.
La vida es un largo aprendizaje para algunos, para otro sólo un trayecto que hay que pasar lo mejor posible, y sin pensar mucho. A esos los detesto, pero a la vez los envidio. Nunca podré ver la vida desde su óptica. Eso es cuestión meditada, asumida y superada. Es una cuestión filosófica. Prefiero sentir el dolor de la existencia que drogarme con banalidades que no me sirven de nada, porque al final la angustia permanece.
Para mí la vida no es un valle poblado de flores, si es valle, es de tribulación. Nuestra primera desgracia es nacer. Nos traen a una fiesta a la que no pedimos venir. Ya aquí hay que hacer del desastre lo que podamos. Cada quien debe dotar de significado este sinsentido. Muchos encuentran su oasis en ficciones de origen mundano, que por dos milenios han pasado por divinas. Esas ficciones que a tantos ayudan a transitar este pasaje, han servido de excusas por siglos para subjugar, invadir, y perpetuar el poder. A mí esa ficción no me sirve. No mitiga ni mi angustia, ni mi dolor, ni mi soledad cósmica.
Mi visión de la vida es pesimista, lo sé. No espero que nadie la comparta ni la entienda. No es ni mejor, ni peor que la de los demás, simplemente es la mía. Es una visión hecha de vivencias, de soledades, de dolores, de decepciones, de lecturas. A pesar de mi visión nihilista, he elegido construir, en vez de destruir. Por años he ido creándome un mundo propio, que funciona como amortiguador entre el sinsentido y mi día a día. Mi mundo inventado fortalece mi naturaleza solidaria, mi amor por la gente, mi intento de ser la voz de los oprimidos, y mi lucha constante de ser mejor persona cada día.