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"Empecé a usar el negro puro como un color de luz y no de oscuridad"
Henri Matisse
Traigo a colación estos datos demográficos porque nuesta diversidad está siendo atacada por el grupo anti-inmigrantes, The Minuteman Project. Este grupo de supremacistas blancos está planeando una manifestación en la Zona Cero mañana 26 de julio a las 12:00 P.M.
Derechos sobre la línea, es un documental que trata de The minuteman Project y sus abusos en la frontera, si quieres ver un fragmento haz click aquí.
Podría concluirse que su insignificante existencia sólo la hubiera justificado una razón: ésa que ella buscaba todas las mañanas en cada titular que leía. Esa que la convirtió en prisionera de su espacio y de sí misma. Inexplicablemente, la angustia en que vivió no dejó huellas visibles de su dolor. Sólo su yo interior supo de la decepción que sentía cada mañana frente al periódico en la terraza de su casa. El era testigo y protagonista de su calvario.
Hoy fue diferente. Como si tratara de vencer la interminable espera, se internó en la nada al compás del vaivén del único mueble de la casa que todavía le quedaba alma. Ese en que ella y Charles se mecían mientras degustaban algunas cerezas... Sin proponérselo, una espesa modorra se virtió sobre ella indetenible, implacable, fulminante... Sus vivencias pasaron en frente de ella lentamente, yuxtapuesta, amontonadas. Le pareció que a los lejos escuchó el desesperado grito de Charlie, se incorporó y lo rescató amablemente. Sus ojos brillaron y reflejaron una compasiva mirada; nadie hubiera podido adivinar que tal carámbano humano era capaz de albergar aquel tierno sentimiento. Charlie era el único ser viviente que le importaba...
-Cariño, ¿te lastimé? Perdóname. Sabes que sería incapaz...
A la interrogante de la señora siguió una respuesta que ella parecía entender muy bien. Visiblemente conmovida, por sus mejillas corrieron dos gruesas lágrimas, al tiempo que lo estrechaba fuertemente contra su pecho. Esos pechos marchitos por los años, sedientos de una caricia... Por primera vez en muchos años sintió el calor de un ser vivo. La señora lo abrazaba más fuerte cada vez, sus ojos eran dos llamaradas de fuego. Charlie estaba inmóvil, tranquilo, dejándose acariciar. Sin advertirlo, inocentemente le correspondió con una sutil carricia. Al instante todo se transformó; un dulce olor a cerezas se deslizó por el ambiente. Los muebles ya no eran opacos, las cortinas se movían al compás del viento que empezó a azotar, la expresión seca y agreste de la señora Montemayor iba cediendo poco a poco. Súbitamente, como si siguiera una orden inquebrantable, se tendió sobre el viejo desván de la sala; ahora sólo se dejaba llevar, por el devenir de sus recuerdos. Sus párpados escurrieron la humedad de sus ojos de fuego... Ya, toda ella era un volcán: sus piernas, sus pechos enchidos, toda su piel, iba al encuentro de tiempos mejores.
Un intenso olor a cereza impregnó completamente el ambiente. La señora Montemayor, daba vueltas, y se confundía con unos hilos de seda rojo carmesí. Por su cuello viajaba el aliento cansado de aquel que había sido su mejor amante, Charles. Por primera vez en treinta años había vuelto a conquistar la frontera del placer; sintió que le salían alas... A lo lejos quedaron los periódicos y la infructuosa búsqueda de cada mañana en la terraza. Abrió los ojos, se vio sola sobre el viejo mueble, sin sábanas de seda. Agonizante, se incorporó, y se encontró en el centro de la sala librando una férrea lucha. Modorrosa y atormentada, preferería creer que lo que vivió fue sólo un espejismo y nada más. El deseo era ahora culpa. A su alrededor todo era opaco, el aire seguía estático, todo volvió a la inercia de siempre. El dulce olor de las cerezas, era ahora un amargo cloroformo. Desorientada, y queriendo escapar de sí, se encaminó hacia su dormitorio. Inúltimente trató de olvidarse de que su piel la había traicionado ante el más inocente de los roces. Un impulso la condujo hacia aquel lugar que por años había evitado: el sepulcro. Se detuvo ante el envejecido muble, abrigado por el polvo y la telaraña, lo abrió automáticamente, sin proponérselo. Sintió sus ojos bullir pero no lloró. Sacó un manojo de papeles amarillentos, carcomidos por el tiempo, los abrazó y los soltó como si la quemaran; pronunció algunas palabras que no llegó a escuchar:
-¿Otra cereza?, Cariño
-Si, amor mío....