domingo, 18 de noviembre de 2018

Que el miedo no nos quite la urgencia de vivir

Hacer algo que nos provoca aprehensión es siempre una buena idea, ya que significa que nos empuja fuera de nuestra zona de confort. No estoy hablando de actividades que ponen nuestra vida en peligro, per se, sino de aquellas que típicamente obviamos en favor de otras en las que nos sentimos más cómodos. Este año he hecho algunas cosas que me han sacado totalmente de esa esa zona común en la que han oscilado mis actividades y pasatiempos, y consecuentemente, han sido las mejores aventuras que he vivido.

Una de esas experiencia maravillosa fue haber hecho el Camino Inka. El Camino Inca me demostró que puedo vencer mis miedos, o por lo menos neutralizarlos. No dejé que el miedo a las culebras y a la altura me impidiera hacer una de las caminatas más memorables del mundo. No vi una sola culebra, aunque se que estaban por ahí escondidas en cualquier tramo del trayecto. La altura, por el contrario, tuve que mirarla de frente, respirar profundo y continuar.

Y, es en no dejarme vencer por el miedo a las alturas fue donde mayor crecimiento. He descubierto con beneplácito que mi aprehensión a las alturas ha disminuido. Mientras hacía el Camino Inka, experimenté los interminables precipicios de la cordillera de los Andes caminando al borde de una montaña en un caminito de dos a tres pies. También crucé un rudimentario puente de palos que conectaba el vacío dejado en la ruta por un derrumbe tan brutal, que mantuvo el Camino Inka cerrado por meses. Aún hoy, meses después me parece increíble haberlo logrado.

Este año también escalé el volcán Cotopaxi e hice la caminata de la laguna de Quilotoa en Ecuador. Ambas experiencias fueron muy exigentes por lo difícil que es respirar a una altura de más de 4000 mil metros para alguien que viene de una zona de baja elevación. Hubo momentos en que me faltaba tanto el aire que me movía a pasos de tortuga, casi siempre iba en la retaguardia del grupo, pero logré terminar ambas experiencias. Me costó mucho pero las logré hacer, y fue extremadamente gratificante.

Me encanta la aventura y no voy permitir que mis miedos me impidan  embarcarme en ninguna que yo quiera hacer. Antes de que termine el año tengo otra aventura pendiente: Islandia en invierno. Me aterra la dureza del clima y la falta de luz solar en diciembre. ¿Cómo se vive con tan solo 4 horas de luz solar? No lo sé. Sin embargo, la belleza y la diversidad geológica de Islandia es algo que he querido experimentar por años, y a pesar de que me aterra la impredictibilidad del tiempo y la falta de luz solar, iré.

A pesar de que contemplé dejar el viaje para meses menos fríos, me decidí por ir en invierno. Muchas de las atracciones a las que quiero ir solo se pueden visitar en invierno; además, en diciembre existe la posibilidad de ver las auroras boreales. Para mí, tan solo la posibilidad de ver este espectáculo astronómico es suficiente para desafiar cualquier aprehensión. Es cierto que las auroras boreales son impredecibles y caprichosas, pero si voy en diciembre se cumplen dos de los requisitos en que estas se manifiestan: es invierno y las noches son oscuras y largas. 

Islandia es un país bellísimo, el cual, en algunas zonas, da la impresión de no haber sido tocado por el ser humano. La diversidad del terreno, las innumerables cascadas, los glaciares, los cañones, las formaciones rocosas y de lava, las playas negras, los volcanes, las cavernas de hielo, las termas, entre otros, hacen de Islandia un paraíso para los amantes de la naturaleza. 

La vida es corta y frágil, y no deberíamos limitarnos ni sucumbir a miedos, que muchas veces son infundados. Tenía miedo de hacer el Camino Inka, por su nivel de dificultad, por la altura, por estar en un lugar al cual es prácticamente imposible acceder en caso de un accidente. Sin embargo, vencí mi miedo, y me embarqué en la aventura más difícil y gratificante de mi vida. Hacer el Camino Inka fue muy difícil, pero ninguna de las tragedias que mis miedos imaginaron ocurrieron. Estoy segura de que podré decir lo mismo de mis aventuras por Islandia.

Siempre he creído que debemos vivir con un sentido de urgencia por hacer las cosas que queremos hacer, pues el perpetuo mañana, para el que dejamos hacer las cosas, tal vez, no se materialice. 

viernes, 6 de julio de 2018

Histeria, pandillas y violencia en la Ciudad de Nueva York


El cruento asesinato de Lesandro Guzmán-Feliz, también conocido como Junior, ha sido el catalizador para que se den las más desinformadas opiniones sobre la violencia en la Ciudad de Nueva York. Uno lee comentarios sin fundamento, revestidos de una autoridad que están lejos de tener, por carecen del mínimo dato para opoyarlos.

Algunas comentarios que me llamaron la atención inician de la siguiente manera. Sobre El Bronx: "un conocido me dijo", "mi familia no se acerca por ahí", "las pandillas controlan las calles"; y el más generalizado de todos: "los dominicanos continuan matándose entre sí por equivocación"; y, así sigue una larga letanía de conjeturas. 

Cualquiera que leyera estos comentarios, desde afuera, pensaría que la ciudad es una zona de guerra, y la verdad no lo es. No estoy sugiriendo, sin embargo, que  no hay violencia en la Ciudad de Nueva York, especialmente en los sectores más marginados de la ciudad, como lo son partes de El Bronx y Brooklyn. 

Si cotejamos las estadísticas de los asesinatos cometidos en la Ciudad de Nueva York, nos percatamos de que el Sur de El Bronx no ha tenido el dramático descenso en homicidios que el resto de la ciudad. Este hecho no ha de sorprender a nadie, pues es justo ese distrito el más pobre, no solo de la ciudad, sino de la nación. Sin embargo, decir que las pandillas se han apoderado de El Bronx, de la noche a la mañana, llegando a sugerir que la gente común y corriente tiene miedo de salir a la calle, es un desatino.  

La prominencia que le han dado algunos comentaristas a las pandillas en la Ciudad de Nueva York tras la muerte de Junior es exagerada. Sí, existen, pero no tienen ni el control ni el poder que muchos dicen que tienen. Al leer las opiniones de mucho pareciera que las pandillas comandan las calles de la ciudad. Ya desearían las pandillas integradas por hispanos -Los Trinitarios, Los Vatos Locos, Los Cholos- el poder que les adjudican los comentaristas. 

Estos desajustados sociales, junto a otras pandillas, como son God's Favorite Children y The Bloods, han asesinado a miembros de sus pandillas y a personas inocentes, en ocasiones de forma atroz, como fue el caso de Junior. Sus acciones son horribles y ojalá fueran erradicadas, pero no exageremos su alcance y control de las calles de la ciudad. 

El año pasado The New York Times publicó cada uno de los asesinatos que ocurrieron en el precinto 40 del Sur del Bronx. En ese año completo se produjeron 14 asesinatos, muchas de las víctimas estaban involucrados con pandillas, tráfico de drogas, y otras fueron inocentes que nada tenían que ver con las riñas que les quitaron la vida. 

Vale la pena echarle una mirada las estadísticas y comparar. Por ejemplo, llegué a esta ciudad a principios de la década del 90, la época más violenta en la historia de la ciudad. En 1990 2,245 personas fueron asesinadas. Si comparamos esa cifra con la de las últimas décadas difícilmente concluimos que la violencia en la ciudad está fuera de control. En 2016 hubo 335 asesinatos, 17% menos que en el 2015, y en el 2017 hubo menos de 300

Mi post no busca justificar ni excusar la muerte, ni minimizar la violencia, sino proveer un mínimo de contexto. La muerte de un solo ser humano es demasiado, pero me preocupa la ligereza con la que mucha gente sensata se formula sus juicios sin haber indagado, aunque fuera por encima, sobre las estadísticas de crímenes en la ciudad. 

Se puede leer la serie de artículos sobre los homicidios en el Sur de El Bronx  de The New York Times bajo el encabezado Murder in the 4-0

sábado, 21 de abril de 2018

El Camino Inka o una caminata entre las nubes I

Los desafíos nos ayudan a hacerle frente al deterioro físico y mental del vivir. Digamos que nos permiten mantenernos vigentes, vivos. Su provecho aumenta, si estos nos llevan por áreas en las que no tenemos experiencia ni pericia. Se trata de expandir los márgenes de comfort, pues es ahí donde radica el mayor crecimiento o bienestar.

Es por esta razón que me decidí a hacer el camino inca.  No era una forma de peregrinar ni nada que se le parezca. Mi deseo era estar cerca de la naturaleza, explorar ruinas que solo son accesibles por esta vía, exponerme a condiciones en las que no tenía experiencia, y por supuesto, llegar a Machu Picchu como lo hacían los antiguos incas: caminando entre las nubes -o sea, a gran nivel de altura.

Algunos me dijeron que el Camino inca era muy difícil, que no lo hiciera. Consejo que me entró por un oído y salió por el otro. Soy terca, tenaz en lograr lo que me propongo. Iba preparada para enfrentar el camino, pero también para escuchar a mi cuerpo. Si debía devolverme, lo haría sin problema, pero no dejaría de intentarlo.

El trayecto no es muy largo, son unos 43 kilómetros (26 millas), yo estoy acostumbrada a caminar. La diferencia es que mi experiencia se limita a terreno plano, en su gran mayoría. De antemano sabía que sería difícil. La dificultad proviene del enrarecimiento del aire a una altura que oscila entre los 3,000 y 4,200 metros. A esto se suma las variaciones del terrero: escalones gigantescos, rocas, inclinaciones y depresiones inusitadas.

Por meses leí todo lo que pude sobre las experiencias de las personas que habían hecho esta caminata. Leí las historias de muchos que lo lograron y también de los que se rindieron. Me preparé tanto que al final, la experiencia me pareció más fácil de lo que yo había anticipado.  Quiero dejar claro que esta conclusión resultó de mi tendencia a pensar lo peor ante  lo desconocido.

Estaba mentalmente preparada para el desafío. Aún debía preparar todo lo demás.

Meses antes de mi partida, empecé a buscar las botas perfectas para el terreno al que me enfrentaría. Detesto ir a las tiendas, por lo que Amazon se convirtió en mi mejor aliada. Compré varias botas, de distintas marcas, que al final terminé devolviendo. Aún de las botas que al final compré, pedí tres tallas distintas. Quería que las botas me quedaran perfectamente; ya tendría bastante con la altura y las subidas, como para tener que caminar con ampollas en los pies.

Al final compré unas botas de la marca Salomon y las usé con medias gruesas de lana. Se sintieron cómodas durante toda la caminata. El pies, a pesar de la distancia, no se sentía fatigado. ¡Perfecta ingeniería alrededor de mis pies! Me mantenían el tobillo inmóvil y la planta del pie, perfectamente ajustada a la suela. Fue la mejor decisión que tomé. A varios de mis compañeros les salieron ampollas. Y, Denise, quien me hacía compañía en la retaguardia del grupo,  perdió varias uñas de los pies.

La mayoría de gente hace el camino inca en los meses de mayo a octubre por ser la temporada seca. A mí me tocó a principios de abril, lo que es el final de la temporada lluviosa. Me preparé mentalmente para caminar empapada de agua. Compré una mochila y una chaqueta a prueba de agua, y al final no llovió. Si no las hubiera comprado, de seguro habría llovido. ¡Tuvimos mucha suerte! Hizo un tiempo espectacular durante los cuatro días de caminata.

Partí para Cuzco un domingo por la mañana dejando atrás la Lima brumosa, que me había albergado por tres días. Antes de subir al avión, me tomé dos cápsulas de un medicamento para el mal de altura. Una hora después aterrizamos, y me dispuse a ir por mi maletita.  De camino, me encontré con una palangana de hojas de coca. El letrero decía que tomara tres, pero yo me llevé un puñado. Hice un rollito con ellas y lo coloqué entre la encía y el cachete. Recogí el equipaje, y salí del aeropuerto.

Esperaba ver un rostro extraño con un cartelito con mi nombre, como tantas veces he visto en los aeropuertos. No me me había percatado aún, pero ese día descubriría que había albergado un deseo inconfeso de que al llegar a tierras extrañas, alguien me estuviera esperando con un cartelito. Esta debió ser mi oportunidad. ¡Pero, no! El señor chofer había salido a fumarse un cigarrillo, así que tuve yo que salir por él. ¡Suspiro!

Con las pastillas antialtura y mi manojo de coca, agazapado entre encía y mejilla, todo marcha a la perfección. No había sentido nada al aterrizar a 3600 metros de altura. La aprehensión cedió, y empecé a agarrar confianza; pero, de pronto, unas punzadas en las sienes me recordaron que mi canto de victoria había sido prematuro.

Al llegar a l hotel me sentía muy fatigada. Saqué mi oxímetro, y mi nivel de oxígeno en la sangre era de 81. Me recosté y empecé a respirar profundo. Agarré una bolsa de papel y respiré repetidamente en ella. Tomé agua y descansé unas horas. Más tardes, volví a medir el oxígeno, ahora marcaba 88, sentía que respiraba mejor. Se supone que el nivel de oxígeno no debe bajar de 90, pero en Cuzco...

A las 4:30 de la tarde  debía encontrarme con el resto del grupo que haría el camino inca. Cuando fue hora, bajé al vestíbulo y conocí a algunos de los miembros del grupo. Luego llegó Gato, quien sería el líder del grupo, por los dos primeros días, y empezamos a caminar hacia la oficina de G Adventures. A los cinco minutos de caminar, sentía que me faltaba aire.

Era un mal presagio para mis ilusiones de sobrevivir el camino inca.

Continuará...

miércoles, 27 de diciembre de 2017

¿En qué se nos va el tiempo?

Solemos creer que si tuviéramos más tiempo, haríamos más. Leeríamos esa novela que se llena de polvo en la mesita de noche, escribiríamos un post, una carta, una novela, llamaríamos a ese amigo que hace semanas queremos llamar, aprenderíamos un nuevo idioma u organizaríamos el clóset. Claro, si tan solo tuviéramos más tiempo. La verdad es que encontramos el tiempo para hacer las cosas que verdaderamente queremos hacer, para aquellas que no, nos falta tiempo. La cuestión es cómo vencer el no querer hacer algo. Si nos sinceramos, no es tan difícil. No quiero hacerlo, no tengo que hacerlo, pues no lo hago. No quiero hacerlo, pero tengo que hacerlo, pues empiezo en este mismo momento.

La magnitud de un proyecto se convierte en el principal impedimento para terminarlo, pues pensamos que hacer un poquito es insignificante. Esto es un error enorme que nos paraliza y estanca nuestros proyectos, sean grandes o minúsculos. Este círculo vicioso se rompe cuando dejamos de postergar el trabajo, y empezamos a hacerlo, y nos marcamos pautas, como por ejemplo, el tiempo que le vamos a dedicar, sean quince minutos o unas horas. Lo más fácil y efectivo es dedicarle el tiempo del que disponemos, así sean quince minutos. La mayor parte de la batalla es empezar. Esto lo aprendí con los quehaceres domésticos, los cuales detesto con pasión. Si me pongo a pensar en TODO lo que tengo que hacer en casa es abrumador, pero si lo divido en pequeños proyectos, es perfectamente manejable.

A pesar de que aprendí un mundo haciendo la tesis, tal vez, el mayor aprendizaje haya sido el poder del tiempo bien empleado y que un proyecto grande se completa por parte. Como no disponía de mucho tiempo, porque además de estudiar trabajo a tiempo completo,  dividía lo que tenía que hacer en pequeñas tareas que podía completar en una o dos horas, y reservaba aquellas que requerían más tiempo y concentración para el fin de semana, cuando podía entregarme de lleno a ellas.  Así logré leer muchísimos libros, escribir montones de páginas, de las que sobrevivieron 273, las que conforman los seis capítulos de mi tesis.

"No tengo tiempo" es la excusa por excelencia de nuestro tiempo, y no está exenta de razón. Pero vale la pena reflexionar sobre las cosas en las que invertimos mucho de nuestro tiempo libre.  Hace algún tiempo hice esta reflexión, y me di cuenta que sí era cierto que tenía poco tiempo, pero también lo era que parte del que tenía lo empleaba en cosas que sumaban poco o nada a los proyectos que yo quería terminar. La más obvia, aunque no la única, era mi uso de las redes sociales, así que reduje casi por completo el tiempo que pasaba en ellas. También me negué a hacer todo cuanto no aportara nada a mis proyectos.  Aprendí una fórmula mágica: decir que no sin remordimiento.

El resultado de no invertir mi tiempo en cosas inútiles y dedicarle el tiempo del que disponía a mis proyectos, aunque fuera un ratito a la vez, valió la pena.  En el 2017 terminé la tesis, hice cambios en casa, escribí un trabajo para un congreso en Colombia, leí decenas de libros, me escapé unos días a Portugal sin sentirme CULPABLE y liquidé la lista de los pendientes.  

martes, 18 de abril de 2017

Caravaggio: Negación de San Pedro y Martirio de Sta. Úrsula

Puedo pasar un día entero en un museo, absorta en el arte, saltando de una sala a otra, sin ningún plan preconcebido, solamente dejándome llevar por los sentidos. Ayer, fui al museo Metropolitano de Nueva York buscando refugio, sacándole el cuerpo a las malas noticias. Cuando el día quiso ponerse ácido, decidí reorganizar mi agenda. 

La carnada fue la recién estrenada exhibición de las dos últimas obras de Caravaggio: el Martirio de santa Úrsula y la Negación de San Pedro. La primera es un préstamo de la Banca Intesa Sanpaolo de Nápoles, la otra es parte de la colección permanente del museo Metropolitano. Ambas serán exhibidas, una al lado de la otra, por los próximos tres meses.

En ambas pinturas el espectador es atraído, a través de la focalización de la luz, hacia las partes del cuerpo que Caravaggio buscaba realzar. Sin embargo, no es el aspecto realista lo que sobresale en los sujetos presentados, sino su estado psicológico o emocional.

fuente de la imagen: Wikipedia 

La Negación de San Pedro (1610) se limita a un soldado romano, cuyo único rasgo distintivo es la vestimenta militar -casco y coraza-, su cara queda oculta por la oscuridad, la mujer acusadora y el discípulo acusado.

La mujer, que mira fijamente al soldado en actitud inquisidora, subrayada por la luz que emana de sus pupilas, señala a Pedro como discípulo de Jesús. El rostro de Pedro se muestra contraído en un gesto que yuxtapone sorpresa y negación ante la acusación de la mujer. Dos de los dedos de Pedro, enfilados hacia sí, realzan su rotunda negación. Los tres dedos que apuntan hacia Pedro, tal vez, aluda a la profecía de Jesus de que Pedro lo negaría tres veces.

La iluminación ata los tres focos de interés del cuadro en una triangulación que se mueve desde la cara de la mujer hacia las manos y al rostro de Pedro. El soldado viene a ser una especie de utilería que a través de la cual la escena se manifiesta y adquiere contexto.

fuente de la imagen: Wikipedia 

Al igual que en la Negación de San Pedro, en el Martirio de Santa Úrsula (1610) Caravaggio concibe la escena del asesinato de la santa ante a un puñado de sujetos, sin las once mil vírgenes de la leyenda. Caravaggio capta el momento en que Úrsula se rehúsa a casarse con el jefe de los hunos y este le dispara una flecha asesinándola. Destaca la expresión del verdugo, la cual es una mezcla de rabia y, tal vez, de arrepentimiento.

En un aspecto de gran dramatismo y movimiento, una mano se antepone entre Úrsula y su verdugo. La mano parece corresponder al hombre que está a la derecha de Úrsula, cuya expresión es de angustia y total derrota al no poder salvarla. Detrás del foco del cuadro, como si estuviera casi fuera de la escena, Caravaggio se inserta a sí mismo, intentando alcanzar a ver el martirio. La mirada extendida sobre el hombre de la víctima y su boca completamente abierta reflejan su estado de conmoción.

Aunque fui a ver estas dos pinturas específicamente, vi todo cuando pude ver. Iba deslizándome de sala en sala descubriendo tesoros y reencontrándome con otros. Este post se haría demasiado largo si hablara de todo lo que vi y sentí durante mi visita. Subí algunas fotos de mi recorrido a Instagram.

Lo verdaderamente importante es que el conato de mal día no era ya ni siquiera un recuerdo cuando dejé el museo, pues para mí, el arte es siempre un buen refugio, un bálsamo.

martes, 27 de diciembre de 2016

De vuelta del cementerio de las palabras muertas

Cuando era niña siempre escuchaba a mi abuela y bisabuela maternas hablar de "tisanas", y sus excelentes propiedades curativas. Varias veces me hicieron tomarlas, ya fuera para el dolor de vientre, los parásitos, la gripe, o simplemente para diezmar mi afición al café mañanero. Según estas sabias mujeres, y como ha sido comprobado por la sabiduría campesina dominicana desde el principio de los tiempos, el cafe "pone a los muchachos prietos, brutos y no los deja crecer". En mi caso, podría ser la razón por la cual no supere los 5"2. Pero, dejaré la chercha a un lado, porque no es de ello de lo que quiero escribir, y mucho menos de los malolientes  brebajes, sino de la palabra que los designa.

Para empezar, a mí la palabra "tisana" siempre me pareció horriblemente fea, y nunca me animé a pronunciarla siquiera. Por lo que me extraña estar escribiendo este post sobre ella -no es un secreto de Estado que soy la dualidad sobre dos patas. En fin, el caso es que en casa decíamos té, independientemente de su preparación, ya fuera tisana o infusión... Aprendí la diferencia años después, ya que nunca me fue necesario saberla , pues las denominaba a ambas con el mismo nombre: té. 

Y para mí sorpresa, esta mañana mientras hacía un té, presencié una simbiosis entre tisana e infusión, que me trasladó a un lugar olvidado de mi infancia. Aunque la tisana, para mí, buena terca, seguía siendo té; todo empezó cuando el olor a hierbas se apoderó del ambiente, y me dejó paralizada. El té quedó sobre la mesa, desplazado, incapaz de reclamarme para sí. El olor que emanaba,  me recordó las tisanas de mi abuela. De pronto todo adquirió su sabor amargo, su tintura fuerte y un distintivo olor a epazote, saúco y otras yerbas, me envolvió completa.

Dicha combinación de olores, texturas y sabores me transportó, de pronto, a un lugar olvidado, pero que innegablemente sigue latente en mí. Allí encontré, tirado, un prototipo de mi misma al que apenas reconocí, pero no pude evitar sonreírle. Cuando salí de aquel lugar, ahora inasible, aunque no por ello irreal, iba ebria de deleite y añoranzas. Me pareció que, momentáneamente, había habitado en dos tiempos y ocupado dos espacios. 

Y, de repente, el olor se disipó,  regresé a la cocina. Inútilmente, quise retener el espacio y el tiempo que se desvanecían ante el toque del presente. Alargué la mirada,  los vi a lo lejos, en fuga hacia un lugar indefinido. Pero, sabía, que cuando menos lo espere, me reclamarán de nuevo, y yo me abandonaré en ellos, sin resistencia. Cerré los ojos, agradecí esa complicidad involuntaria,  y, me sentí feliz, completa, ahora ya restablecida a un único tiempo y espacio. 

Me senté y disfruté de la poción mágica que tenía delante de mí, fuera té o tisana, porque esta ahora tenía un sabor indescriptible y dichoso.  Y, por primera vez, tuve la necesidad de rescatar la palabra "tisana" del cementerio de las palabras muertas.

sábado, 15 de octubre de 2016

El voto estratégico es digno y válido en la Era de Trump

Me queda claro que elegir a Hillary Clinton no supone un cambio en las políticas doméstica ni exterior. Su gobierno no cambiará nada, a saber: seguiremos viendo los altos niveles de pobreza, el enriquecimiento desmedido de unos cuantos, la brutalidad policial, el racismo institucionalizado, el aumento del ya exorbitante presupuesto militar, a expensas de los servicios sociales, las relaciones cuestionables con gobiernos criminales, como Arabia Saudí, los asesinatos de civiles inocentes en Yemen, Pakistán, Somalia, etc., y tal vez, añadamos unos cuantos a la lista de países por bombardear. 

Lo sé bien, Hillary Clinton será más de lo mismo; sin embargo, en la Era de Donald Trump la PERMANENCIA es ganancia. Por eso, votaré en contra de Donald Trump.  Con Hillary Clinton el país que conozco seguirá siendo el mismo con sus luces y sombras; seguiré protestando, quejándome de las mismas injusticias de siempre,  pero también continuaré disfrutando de los mismos derechos que me garantiza la constitución.

Hillary es una pésima opción, lo sé; pero es hora de votar estratégicamente. 

Detesto que Hillary sea lo mejor que el partido Demócrata pudo ofrecerle al país. Mi descuerdo con Hillary viene de lejos; y ni siquiera la amenaza Trump puede cambiarlo. Sin embargo, a pesar de que tengo decenas de razones para no votar ni por Hillary, ni por partido Demócrata, hay UNA razón que pesa más que todas ellas  juntas: Donald Trump. 

Si Trump llega a la Casa Blanca, el país y el mundo que conocemos, tal vez, ya no sean más. Y, ese es un riesgo muy alto que no debemos correr bajo ninguna circunstancia. Debemos alzar nuestra voz, pero, sobre todo, repudiar la retórica del odio y del miedo con la más contundente herramienta que tenemos a nuestra disposición: el voto. Hay que decirle NO a Donald Trump y su letanía deplorable de ismos. El fascismo no ha muerto; se envalentona, tanto en Europa como Estados Unidos, y es nuestro deber decirle "nunca más". 

Es absolutamente imprescindible abortar la amenaza que se cierne sobre nosotros en la persona de Donald Trump. Mi voto es estratégico, no ideológico.  Y esa, es una postura válida y digna en la Era de Trump.