Hacer algo que nos provoca aprehensión es siempre una buena idea, ya que significa que nos empuja fuera de nuestra zona de confort. No estoy hablando de actividades que ponen nuestra vida en peligro, per se, sino de aquellas que típicamente obviamos en favor de otras en las que nos sentimos más cómodos. Este año he hecho algunas cosas que me han sacado totalmente de esa esa zona común en la que han oscilado mis actividades y pasatiempos, y consecuentemente, han sido las mejores aventuras que he vivido.
Una de esas experiencia maravillosa fue haber hecho el Camino Inka. El Camino Inca me demostró que puedo vencer mis miedos, o por lo menos neutralizarlos. No dejé que el miedo a las culebras y a la altura me impidiera hacer una de las caminatas más memorables del mundo. No vi una sola culebra, aunque se que estaban por ahí escondidas en cualquier tramo del trayecto. La altura, por el contrario, tuve que mirarla de frente, respirar profundo y continuar.
Y, es en no dejarme vencer por el miedo a las alturas fue donde mayor crecimiento. He descubierto con beneplácito que mi aprehensión a las alturas ha disminuido. Mientras hacía el Camino Inka, experimenté los interminables precipicios de la cordillera de los Andes caminando al borde de una montaña en un caminito de dos a tres pies. También crucé un rudimentario puente de palos que conectaba el vacío dejado en la ruta por un derrumbe tan brutal, que mantuvo el Camino Inka cerrado por meses. Aún hoy, meses después me parece increíble haberlo logrado.
Y, es en no dejarme vencer por el miedo a las alturas fue donde mayor crecimiento. He descubierto con beneplácito que mi aprehensión a las alturas ha disminuido. Mientras hacía el Camino Inka, experimenté los interminables precipicios de la cordillera de los Andes caminando al borde de una montaña en un caminito de dos a tres pies. También crucé un rudimentario puente de palos que conectaba el vacío dejado en la ruta por un derrumbe tan brutal, que mantuvo el Camino Inka cerrado por meses. Aún hoy, meses después me parece increíble haberlo logrado.
Este año también escalé el volcán Cotopaxi e hice la caminata de la laguna de Quilotoa en Ecuador. Ambas experiencias fueron muy exigentes por lo difícil que es respirar a una altura de más de 4000 mil metros para alguien que viene de una zona de baja elevación. Hubo momentos en que me faltaba tanto el aire que me movía a pasos de tortuga, casi siempre iba en la retaguardia del grupo, pero logré terminar ambas experiencias. Me costó mucho pero las logré hacer, y fue extremadamente gratificante.
Me encanta la aventura y no voy permitir que mis miedos me impidan embarcarme en ninguna que yo quiera hacer. Antes de que termine el año tengo otra aventura pendiente: Islandia en invierno. Me aterra la dureza del clima y la falta de luz solar en diciembre. ¿Cómo se vive con tan solo 4 horas de luz solar? No lo sé. Sin embargo, la belleza y la diversidad geológica de Islandia es algo que he querido experimentar por años, y a pesar de que me aterra la impredictibilidad del tiempo y la falta de luz solar, iré.
A pesar de que contemplé dejar el viaje para meses menos fríos, me decidí por ir en invierno. Muchas de las atracciones a las que quiero ir solo se pueden visitar en invierno; además, en diciembre existe la posibilidad de ver las auroras boreales. Para mí, tan solo la posibilidad de ver este espectáculo astronómico es suficiente para desafiar cualquier aprehensión. Es cierto que las auroras boreales son impredecibles y caprichosas, pero si voy en diciembre se cumplen dos de los requisitos en que estas se manifiestan: es invierno y las noches son oscuras y largas.
Islandia es un país bellísimo, el cual, en algunas zonas, da la impresión de no haber sido tocado por el ser humano. La diversidad del terreno, las innumerables cascadas, los glaciares, los cañones, las formaciones rocosas y de lava, las playas negras, los volcanes, las cavernas de hielo, las termas, entre otros, hacen de Islandia un paraíso para los amantes de la naturaleza.
La vida es corta y frágil, y no deberíamos limitarnos ni sucumbir a miedos, que muchas veces son infundados. Tenía miedo de hacer el Camino Inka, por su nivel de dificultad, por la altura, por estar en un lugar al cual es prácticamente imposible acceder en caso de un accidente. Sin embargo, vencí mi miedo, y me embarqué en la aventura más difícil y gratificante de mi vida. Hacer el Camino Inka fue muy difícil, pero ninguna de las tragedias que mis miedos imaginaron ocurrieron. Estoy segura de que podré decir lo mismo de mis aventuras por Islandia.
Siempre he creído que debemos vivir con un sentido de urgencia por hacer las cosas que queremos hacer, pues el perpetuo mañana, para el que dejamos hacer las cosas, tal vez, no se materialice.