Por muchos de los comentarios al post anterior me di cuenta de que algunos pensaron que se trataba de una cuestión actual. No lo es. Hace unos años que pasé por esta situación. Me imagino que he crecido -para bien o para mal, no me queda claro-, porque en aquel entonces no se me ocurrió para nada cuestionarme la situación de la mascota ante nuestra separación. Todas estas preguntas se me ocurrieron hace unos días porque estoy de niñera -se vale esta palabra, ajajajaj- de la antigua mascota de mi antigua pareja y yo. Haberla vuelto a tener en casa después de tres años me hizo pensar en cómo llegamos al acuerdo de que se quedara con él y no conmigo. La verdad es que no hubo tal acuerdo. Se solucionó el asunto sobre la marcha.
La historia es bastante sencilla: un día él y yo decidimos seguir por vías separadas. El pobre animalito estaba ahí en el medio, indiferente y sin pito que tocar en aquel entierro. Al principio, se dio por sentado que se quedaría conmigo. ¿Pero cómo? ¿Por qué? No tengo la menor idea. No hablamos de ello para nada. Eran demasiadas cosas por organizar, y nos olvidamos de la mascota –que dicho sea de paso no era mía sino de él. Yo se la había regalado en un ataque de chulería de mujer enamorada. ¿Por qué se la regalé? Pues porque a él le encanta tener mascota -a mí me daba igual. Aunque en ese tiempo el animalito en cuestión me era indiferente, poco a poco me fui encariñando con él, hasta el punto de que se convirtió en parte integral de la familia. Teníamos todo tipo de cuidados y excesos con nuestra mascota. Cuando nos íbamos de vacaciones hacíamos todos los arreglos de lugar para que no le faltara nada en nuestra ausencia.
El caso fue me quedé yo con la mascota. Al principio todo iba bien, pero un buen día, se me subió el apellido a la cabeza –como dice un adorado amigo-, lo llamé por teléfono y le dije que viniera por su mascota. ¿Por qué? Porque no me dejaba dormir. Parece que estaba deprimida: empezó a perder el pelo, destruía los muebles, las colchas y las cortinas. Se comía mi plantita, corría por toda la casa y gritaba como loca en medio de la noche; es decir, desarrolló una conducta un poco neurótica –siempre había sido medio neurótica pero la cuestión llegó a niveles insospechados tras nuestra separación. En fin, se puso súper majadera, y yo que tampoco la llevaba muy bien, no aguanté más y se la devolví.
Hace una semana que estoy de niñera de esta criaturita, y me la he pasado muy bien con ella. Llegó a la casa y parecía reconocer el ambiente. Sé que la voy a extrañar cuando él vuelva de su viaje y se la lleve de regreso a casa.