El cruento asesinato de Lesandro Guzmán-Feliz, también conocido como Junior, ha sido el catalizador para que se den las más desinformadas opiniones sobre la violencia en la Ciudad de Nueva York. Uno lee comentarios sin fundamento, revestidos de una autoridad que están lejos de tener, por carecen del mínimo dato para opoyarlos.
Algunas comentarios que me llamaron la atención inician de la siguiente manera. Sobre El Bronx: "un conocido me dijo", "mi familia no se acerca por ahí", "las pandillas controlan las calles"; y el más generalizado de todos: "los dominicanos continuan matándose entre sí por equivocación"; y, así sigue una larga letanía de conjeturas.
Cualquiera que leyera estos comentarios, desde afuera, pensaría que la ciudad es una zona de guerra, y la verdad no lo es. No estoy sugiriendo, sin embargo, que no hay violencia en la Ciudad de Nueva York, especialmente en los sectores más marginados de la ciudad, como lo son partes de El Bronx y Brooklyn.
Si cotejamos las estadísticas de los asesinatos cometidos en la Ciudad de Nueva York, nos percatamos de que el Sur de El Bronx no ha tenido el dramático descenso en homicidios que el resto de la ciudad. Este hecho no ha de sorprender a nadie, pues es justo ese distrito el más pobre, no solo de la ciudad, sino de la nación. Sin embargo, decir que las pandillas se han apoderado de El Bronx, de la noche a la mañana, llegando a sugerir que la gente común y corriente tiene miedo de salir a la calle, es un desatino.
La prominencia que le han dado algunos comentaristas a las pandillas en la Ciudad de Nueva York tras la muerte de Junior es exagerada. Sí, existen, pero no tienen ni el control ni el poder que muchos dicen que tienen. Al leer las opiniones de mucho pareciera que las pandillas comandan las calles de la ciudad. Ya desearían las pandillas integradas por hispanos -Los Trinitarios, Los Vatos Locos, Los Cholos- el poder que les adjudican los comentaristas.
Estos desajustados sociales, junto a otras pandillas, como son God's Favorite Children y The Bloods, han asesinado a miembros de sus pandillas y a personas inocentes, en ocasiones de forma atroz, como fue el caso de Junior. Sus acciones son horribles y ojalá fueran erradicadas, pero no exageremos su alcance y control de las calles de la ciudad.
El año pasado The New York Times publicó cada uno de los asesinatos que ocurrieron en el precinto 40 del Sur del Bronx. En ese año completo se produjeron 14 asesinatos, muchas de las víctimas estaban involucrados con pandillas, tráfico de drogas, y otras fueron inocentes que nada tenían que ver con las riñas que les quitaron la vida.
Vale la pena echarle una mirada las estadísticas y comparar. Por ejemplo, llegué a esta ciudad a principios de la década del 90, la época más violenta en la historia de la ciudad. En 1990 2,245 personas fueron asesinadas. Si comparamos esa cifra con la de las últimas décadas difícilmente concluimos que la violencia en la ciudad está fuera de control. En 2016 hubo 335 asesinatos, 17% menos que en el 2015, y en el 2017 hubo menos de 300.
Mi post no busca justificar ni excusar la muerte, ni minimizar la violencia, sino proveer un mínimo de contexto. La muerte de un solo ser humano es demasiado, pero me preocupa la ligereza con la que mucha gente sensata se formula sus juicios sin haber indagado, aunque fuera por encima, sobre las estadísticas de crímenes en la ciudad.
Se puede leer la serie de artículos sobre los homicidios en el Sur de El Bronx de The New York Times bajo el encabezado Murder in the 4-0.