lunes, 31 de diciembre de 2012

2012: Nada me debes, estamos en paz

Otro año que vemos venir y pasar. Eso en sí, es un logro, ya que serán muchos los que no lo verán.

Para mí el 2012 fue un año de retos. Haberme recuperado del accidente, y haber vuelto a caminar sin andadores, muletas y bastones fue lo más gratificante que logré en todo el año. 

No tengo quejas. Fue un año productivo, y de grandes aprendizajes. Logré pequeñas metas que me hicieron feliz. 

Escribí el prólogo a un libro. Fue bonito ver mi nombre impreso en las páginas de un libro. 

Oficialmente soy candidata a doctorado, terminé todos los requisitos y he empezado a trabajar en la tesis. 

Pasé un mes en República Dominicana como hacía tiempo no pasaba. Fue un tiempo feliz junto a mi familia. 

Espero hacer del nuevo año, 365 oportunidades para vivir, crecer, ser feliz, y sacar adelante mis pequeños mis proyectos.

Mil gracias por pasar por mi planeta. ¡Feliz 2013! 


jueves, 27 de diciembre de 2012

La mujer, virtuosa y sumisa

Estoy leyendo Una modernidad periférica, y en el primer capítulo, titulado "Buenos Aires, una ciudad moderna," encontré una cita extraída de una de las famosas Aguafuertes Porteñas de Ricardo Arlt que captó mi atención. Ésta proviene de las aguafuertes sobre las relaciones entre los sexos antes del matrimonio. Ricardo Arlt fue un crítico mordaz de la sociedad bonaerense de la década del treinta.

He aquí lo que dice sobre cómo debe actuar la mujer que quiere cazar marido:
Aunque tenga cuarenta años, no debe haber amado nunca. Todos los hombres tienen que haberle sido indiferentes. El único que tiene derecho a hacerle perder el seso es él. 
Debe indignarse profundamente ante toda conversación liberal. También es conveniente que proteste o se escandalice frente a esas parejitas que prefieren la oscuridad de las calles a la luz eléctrica de las avenidas. 
No debe tener amigas, y menos que menos amigos. Si tiene amigas, serán chicas muy serias, muy rigurosas en el hablar, en el pensar, y, más aún en el obrar.
No deberá demostrar curiosidades de ninguna especie; no leerá, por que leer pervierte la imaginación; no paseará, porque paseando se incuban tentaciones. Por lo tanto, manifestará una alegría infinita en quedarse en casa, encerrada entre cuatro paredes, tejiendo un honestísimo calcetín. ("Lo que deben creer él y ella" en El Mundo, el miércoles 26 de agosto de 1931).
¡Cuánta hipocresía! Este artículo subraya las apariencias que debían guardarse para llegar al matrimonio. ¡Qué horror! ¿Se imaginan, una mujer que había tenido relaciones con otro hombre, que podía pensar por ella misma, y tenía una opinión propia? ¡Impensable!

Y a pesar de que hoy somos menos hipócritas, aún quedan resabios de estos arcaicos modos de pensar. Para algunos especímenes de nuestra sociedad la mujer no vale por lo que es como persona ni por su inteligencia, sino por lo "virtuosa y sumisa" que sea.

martes, 25 de diciembre de 2012

¡Feliz consumismo! Atentamente, la Grinch

Es martes 25 de diciembre, para mí un día más, para otros, ya saben: el día más importante del todo el año. Hace muchos años cuando era niña, el Nino Jesús me dejaba regalos. Los juguetes me hacían feliz, es cierto, ¿cómo negarlo? Sin embargo, en mi entorno jamás existió esa euforia enfermiza, que descubrí al llegar a Estados Unidos, simplemente por ser Navidad.

No recuerdo nunca haber hecho, o haber visto a un niño hacer un berrinche porque no recibió el regalo que había soñado. De hecho, nunca soñábamos con regalos, agradecidos recibíamos lo que nos dieran. Esa era la costumbre en casa y en mi entorno. Nunca recibí regalos extravagantes. Eran regalos sencillos cuyo propósito era hacernos sonreír y perpetuar una costumbre. ¡Qué felices éramos en nuestra inocencia!

Al llegar a Estados Unidos aprendí la malsana costumbre de consumir excesivamente, y de equipararla con la felicidad. Por unos años, participé de la locura comercial que es esta época del año. Sin embargo, había mucho en esto que no disfrutaba y que encontraba objetable. Así empezó mi proceso de grinchinización que ya conocen. Empecé a eliminar todo lo que me causaba un conflicto interno: la odiosa costumbre de expresar sentimientos navideños que no sentía -pues no creía en el aspecto religioso y menos en el material- el arbolito, los regalos, el estrés de los preparativos para la celebración del gran día.

Haberme despojado de todo eso tuvo un efecto verdaderamente liberador y unificador para mí. Era otra área en la que se fundían acciones y creencias. Otro tabú del que me liberaba. Poco importaba lo que todos pensaran. Yo era feliz, haciendo lo que creía, aunque eso me hiciera una radical, la oveja negra que se aparta del montón.

La cuestión no es regalar en sí, sino no participar en algo en lo que no creo. No espero regalos de nadie. Quien quiera regalarme, puede hacerlo pero no los espero, además los prefiero en cualquier otro momento en el que venga motivado por un deseo interior y no como reacción al consumismo de la época.

Tampoco tengo objeción a celebrar ni a comer. Ambas cosas me encantan, pero prefiero celebrar todo el año, o cuando me da la gana, a celebrar una costumbre puramente capitalista, disfrazada de religiosa, la cual para mí es un recordatorio de la aniquilación de miles y miles de nativos que desconocían el cristianismo.

Entiendo que todo el que lee esto pensará que yo soy una aguafiestas. La verdad está lejos de eso. Simplemente soy una mujer que quiere vivir su vida de acuerdo a su fuero interior -hoy y siempre-, y no según las manipulaciones religiosas y del sistema capitalista de la época -que para el caso son lo mismo. Para ustedes que celebran: ¡Enhorabuena!¡Y, feliz consumismo!

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P.D Feliz de saber que el berrinchudo del vídeo de arriba ha cambiado un poquito :P

sábado, 1 de diciembre de 2012

Túnel

¿Es noche, o día? Es lo mismo. El aire huele a hollín. Las paredes húmedas resumen abandono, olvido. Todo es penumbra. Aguijones helados penetran hasta mis huesos. Voy dando tumbos.  Me levanto. Caigo de nuevo. Me arrastro, y voy palpando, con mis manos agujereadas por el frío, cachivaches viejos, olvidados, desechados. No los veo, pero los siento. Los huelo, los toco y sus figuras se dibujan bajo mis manos. Son míos. Sí, los reconozco. Su olor anega de melancolía mi mente, mi piel, mi espíritu. Ahí están ellos, arruinados, transformados. El viento, la lluvia, y la intemperie han sido sus verdugos. O tal vez, sólo haya sido el tiempo. ¿Cómo saberlo? Aquí dentro todo es sombra, cada día es una tonelada, y mi cuerpo ya empieza a quebrarse bajo su peso.