Toda sociedad tiene modelos pre-hechos en los que pretende enfundar a sus ciudadanos. Se espera que todos nos ajustemos a estos
modelos, quepamos en ellos o no. Uno de
estos estuches es el matrimonio. Toda mujer normal
debe casarse, parir hijos y ser una buena esposa. Por siglos, la mujer no existió como individuo sino como la reproductora de hijos que perpetuaban el orden patriarcal. A pesar de que eso ha cambiado, y hoy día el matrimonio y la maternidad no suponen una negación del ser, hay mujeres que conciben una vida al margen de esta
dicotomía.
Sin embargo, una mujer que no se ha casado, o peor aún que no tiene hijos, es vista como una anomalía. Todos se sienten con el derecho de cuestionarla y hacerle ver el error en que ha caído. Otros más osados llegan a ofrecer soluciones, sin ni siquiera pensar por un momento en que para esa mujer el no casarse es simplemente una opción. No se detienen a pensar en que el conocer a alguien y casarse es bastante sencillo, si el énfasis se pone en el trámite y no en la plenitud de la relación, el crecimiento y plan de vida de los cónyuges.
Hay muchas razones por las que una mujer
puede decidir no entrar en un contrato legal con un hombre. Las principales podrían ser la falta de fe en la
institución del matrimonio, el no haber encontrado el amor que ella anhela, o
simplemente que no le da la gana de atar su vida para siempre a un hombre. En nuestra sociedad el matrimonio es parte de un
to-do list que hay que cumplir ante de cierta edad, y esto lleva a muchas personas a tomar
decisiones precipitadas. En muchos casos, tras una bonita y costosa boda, los esposos se enfrentan a un doloroso divorcio en un tiempo relativamente corto.
Para mí, lo importante no es el matrimonio en
sí, sino el amor. Nunca he aspirado a casarme aunque he buscado el amor incesantemente, y jamás desistiré de ello. El amor es una necesidad humana. El matrimonio es una opción. Éste no es más que una institución
que nos han heredado el Estado y la Iglesia en su necesidad de perpetuar el orden social.
El matrimonio sostiene la sociedad, es lo
que le da homogeneidad. No es por accidente que los guardianes de la moral
demonizan a las madres solteras, a los homosexuales, y todo aquél que no se ciñe al orden establecido. Los curas y los políticos nos hablan de la importancia del matrimonio. Esto tiene sentido si pensamos en que unos y otros necesitan que el
matrimonio le produzca hijos bien educados, o sea que obedezcan sin chistar, que no se
desvíen, que se conformen, y, que a su vez, repitan el mismo patrón.
No ha de sorprender, entonces, que cualquiera que se sitúe en los márgenes de este entramado
social sea señalado e identificado como una anomalía que hay que combatir -ya sean solteronas, madres solteras o homosexuales. Aunque cabe mencionar que cada vez más personas desafían este orden social: viven con su pareja sin casarse, y tienen o adoptan niños como padres solteros. Sin embargo, estas transgresiones no están exentas de la ojeriza y amonestación de los guardianes del bien vivir.