Sólo la idea de estar en un carro después del accidente me aterra; y por ello creía que al manejar de nuevo me pondría nerviosa. Me equivoqué. Anoche decidí que llevaría el carro al concesionario al levantarme. Lo dije en Twitter como una forma de afirmación. Me acosté segura de que iba a conducir.
Hoy me levanté. Preparé el desayuno. Me alisté y salí a la calle. Hacía una semana que no salía. Me dirigí al garaje, entré y llegué al carro. Abrí la puerta, dispuse el bastón y la cartera en el asiento del pasajero, y en el trasero coloqué unos libros que tengo que devolver a la biblioteca.
Me senté. Arreglé los espejos, ajusté el asiento. Arranque el motor, saque unas gafas de la guantera y respiré tranquila. Encendí el radio, y de súbito, la voz de Manú Chao llenó el espacio a través de las bocinas. Recordé que había sido ése, precisamente, el último álbum que había escuchado antes de accidentarme.
Me miré en el espejo. Puse el carro en marcha, y lo saqué del garaje. Doble a la izquierda tres veces y una a la derecha. Seguí derecho sobre la Northern Boulevard hasta la calle 114, entonces hice otra derecha; sólo me faltaba pasar un semáforo, y estaría en el Grand Central Parkway. Tras cruzar el semáforo entraría a la autopista. Sería la primera vez en casi seis meses, pero estaba muy bien. Me sentía como siempre me siento al volante: tranquila, segura, libre.
Quince millas más tarde, había llegado a mi destino. Hice el papeleo correspondiente. Me senté al escritorio, conecté mi laptop y aquí estoy escribiendo ésta tan necesaria catarsis, que me deja un poco más cerca del retorno a mi vida normal.
Hoy me levanté. Preparé el desayuno. Me alisté y salí a la calle. Hacía una semana que no salía. Me dirigí al garaje, entré y llegué al carro. Abrí la puerta, dispuse el bastón y la cartera en el asiento del pasajero, y en el trasero coloqué unos libros que tengo que devolver a la biblioteca.
Me senté. Arreglé los espejos, ajusté el asiento. Arranque el motor, saque unas gafas de la guantera y respiré tranquila. Encendí el radio, y de súbito, la voz de Manú Chao llenó el espacio a través de las bocinas. Recordé que había sido ése, precisamente, el último álbum que había escuchado antes de accidentarme.
Me miré en el espejo. Puse el carro en marcha, y lo saqué del garaje. Doble a la izquierda tres veces y una a la derecha. Seguí derecho sobre la Northern Boulevard hasta la calle 114, entonces hice otra derecha; sólo me faltaba pasar un semáforo, y estaría en el Grand Central Parkway. Tras cruzar el semáforo entraría a la autopista. Sería la primera vez en casi seis meses, pero estaba muy bien. Me sentía como siempre me siento al volante: tranquila, segura, libre.
Quince millas más tarde, había llegado a mi destino. Hice el papeleo correspondiente. Me senté al escritorio, conecté mi laptop y aquí estoy escribiendo ésta tan necesaria catarsis, que me deja un poco más cerca del retorno a mi vida normal.