sábado, 22 de marzo de 2014

El lente satírico de Suzanne Heintz y sus maniquíes

La historia de Suzanne Heintz se esparce como pólvora: La mujer que formó una familia con dos maniquíes. Incialmente, cuando leí el titular la idea me pareció una tontería. Me pregunté ¿a quién se le ocurre hacer una familia con maniquíes? Imaginé a una loca más a las que el Internet le ofrece una plataforma. Pero, ¡qué equivocada estaba!

Hice clic en el vínculo, y al observar las fotos me di cuenta de que lo que hacía Heintz era pura sátira. Los Heintz proyectan la imagen de una familia típica, feliz, que pasa tiempo junta en casa, y que una vez al año va de vacaciones. Suzanne aparece en su rol de madre y esposa: lava los platos, mantiene el jardín, sirve la cena, acuesta a la hija, y el esposo simplemente está. Está sentado a la mesa esperando la cena o leyendo el periódico. Una familia mainstream como quisiera perpetuar nuestra sociedad.

La foto más impactante para mí es la que nos ofrece una escena matinal en la que el Sr. y la Sra. Heintz están sentados a la mesa. Podemos percibir la rabia, que bordea la tristeza, o viceversa, de la señora Heintz. La señora simplemente está ahí con los labios cotraídos, la mirada perdida, mientras intenta comerse una toronja.

El espectador siente el  infierno que vive la señora de la casa. La escena nos obliga a contemplar la vida ficticia y la real de Suzanne. ¿Es ésta la felicidad que la sociedad quiere para ella? ¿Qué tal si ella está verdaderamente contenta con su forma de vivir? ¿Por qué exigirle que sea quien no es, y entre a un matrimonio para callar la sociedad? ¿A eso se llama ser feliz?

La respuesta de Suzanne Heintz es brillante. Si lo que se precisa es una familia a cualquier precio, ella provee una, aunque sea de plástico. La osadía de Heintz le acerca un espejo a la sociedad, en el que se proyecta lo rídiculo de su obsesión con el matrimonio y la familia como únicos caminos para las mujeres. Una idea que fue siempre rídicula, pero que el siglo XXI acentúa particularmente.

No hay felicidad ni exito sin hijos ni esposo para la mujer. Se puede haber logrado miles de metas, pero el no complementarlo con un matrimonio los hace irrelevantes. No importa que tan plena sea su vida, ésta será vista como una "pobre mujer." Todos sienten lástima por las mujeres exitosas y solteras; a pesar de que ellas están viviendo su vida, tal cual la pensaron, y no siguiendo un esquema.

A la gran mayoría se le escapa que el no casarse ni tener hijos es sólo una opción. Muchas mujeres son felices así, y el vivir en el siglo XXI se lo permite, aun cuando el resto de la sociedad se resista a asimilarlo, y las siga hostigando con preguntas, que más que respuestas buscan explicaciones. Sería genial si en vez de cuestionar la forma cómo una mujer ha elegido vivir su vida, se la aceptara tal cual, y si es obligatorio interrogar, que sea sobre su estilo de vida, y no sobre el que obiviamente rechazó. 

domingo, 16 de marzo de 2014

Reincidente en los amores sin futuro

Tenía este post como borrador desde hace algún tiempo. Lo publico hoy porque a esta situción ya se le puso un muy necesario epitafio.

Una de las menos apreciadas ventajas de ser soltero es poder meter la pata repetidas veces, sin causar daños a terceros. Estoy a punto de reincidir en esta práctica: abro la puerta, de nuevo, a un romance que se abortó antes de ser, y cuyo futuro sigue siendo incierto.

Nuestra no-historia se limitó a horas de conversaciones por Internet, varias discusiones teléfonicas, una accidentada cita, un beso y un abrazo. Nada más. Y a pesar de todo, lo que sea que nos atrae se resiste a desaparecer. ¿Será terquedad a la seguda potencia? Podría ser.

Hace unos días recibí un correo en que me decía que venía a verme. El mundo giró sobre sí estrepitosamente, y perdí el balance. Para mí, aquel aborto de romance era asunto superado, puesto desde hace un año en la columna de los intentos amorosos no realizados, fallidos y no consumados.

La reacción inicial fue un gran vértigo, y un mutismo absoluto. Me quedé pensando, ¿qué suponía para mí la llegada de este hombre a mi territorio? Inicialmente, pensé no asistir a la cita, pero una espinita dentro de mí insistía en lo contrario.

La idea de aceptar la invitación se fue solidificando cuando llegaron los correos subsiguientes con sus planes de alojamiento, totalmete ajenos a mí. Esto me hizo bajar la guardia. Así era mucho más fácil. No tenía que salir de la ciudad, ni preocuparme por su estadía. Él vendría a mí, y con su mundo resuelto.

Eso me libero de toda aprehensión. Me agradó, no sé bien por qué, tal vez, le hizo una leve caricia a mi ego. O, tal vez, porque me liberaba de responsabilidades que no estaba dispuesta a asumir.

Este hombre ejerce una fascinación sobre mí que no logro explicar. No obstante odiar nuestros constantes choques, hay algo en él que me cautiva.

¿Por qué chocamos constantemente? Mil veces me lo he preguntado. ¿Será su propensión a hablar  y sobreanalizar demasiado? No lo sé. Lo que he podido sacar en claro, al fin, es la virtud que encierra el mutismo natural de los hombres. ¡Al fin lo he entendido! Nunca más me quejaré del silencio de un hombre.

Lo cierto es que cenaremos juntos, conversaremos, o tal vez, simplemete nos quedemos callados. Lo que no me queda claro es qué es lo pretendemos en vernos cuando hay fronteras físicas y emocionales que nos separan.

domingo, 9 de marzo de 2014

Pequeños placeres

Esta mañana que me ronda la melancolía, he decidido alejarla pensando en esas pequeñas cosas que me hacen feliz.

1. Acostarme en la cama con las sábanas acabadas de cambiar

2. Amanecer en Cabarete 

3. Aprender cosas nuevas 

4. Asistir a eventos culturales: charlas, museos, exhibiciones, recitales 

5. Ayudar a quien me necesita 

6. Caminar descalza en un piso perfectamente limpio 

7. Consentir a mis sobrinos 

8. Conversar con extraños 

9. Deambular por las calles de La Ciudad de Nueva York 

10. Descubrir lugares nuevos 

11. Deshacerme de las cosas que ya no uso 

12. Desvelarme para terminar una novela que no puedo soltar 

13. Dominar mis miedos 

14. Dormir toda la noche y levantarme descansada 

15. El aire fresco de las montañas 

16. El arrullo del sonido del mar 

17. El café negro con nuez moscada 

18. El calor del sol en las mejillas 

19. El choque de las olas en los arrecifes 

20. El color de las hojas en otoño 

21. El jugo de los mangos chorreando entre mis dedos 

22. El jugo de vegetables 

23. El olor a café recién colado 

24. El olor salobre del mar 

25. El Parque Central 

26. El pisco sour 

27. El sol poniéndose sobre Manhattan, visto de Astoria Park 

28. El té de jengibre 

29. Encontrar una notita escrita hace años entre mis cosas 

30. Escribir en mi blog y en mi libretita personal 

31. Estar en la playa 

32. Hablar con mi vecino de 8 años 

33. Hacer el amor después de un día de playa 

34. Hacer el amor por la mañana 

35. Hacer las maletas para un viaje 

36. Hojear libros en las librerías 

37. Imaginarme el futuro que quiero 

38. Ir de gira en familia o con amigos 

39. La brisa del amanecer 

40. La caricia de la lluvia en mi ventana 

41. El roce de mi pelo alborotado por la brisa 

42. La chispa en los ojos de un niño que ha entendido un concepto 

43. La comedia de George Carlin 

44. La comida del mar, especialmente el ceviche 

45. La llamada de un amigo sólo para saber cómo estoy 

46. La lluvia en días tibios 

47. La luna llena 

48. La música clásica 

49. La poesía que sugiere, y no cuenta 

50. La sala de mi casa, una vela y un vino tinto 

51. La sensación de bienestar después de hacer ejercicio 

52. La soledad y el silencio que me permiten crear, pensar y sosegar mi mundo interior 

53. La sonrisa de los niños 

54. La sonrisa de mi madre 

55. La sopa de fideo y pollo 

56. Las cartas o correo electrónicos de gente que hace rato no veo 

57. Las noches estrelladas en campo abierto 

58. Las películas extranjeras 

59. Las primeras flores de la primavera 

60. Las rosas amarillas 

61. Las tarjetas o correos de mis antiguos estudiantes 

62. Los abrazos espontáneos 

63. Los animales 

64. Los cuadros de mis pintores favoritos 

65. Los días de verano 

66. Los huevos hervidos, blanditos como me los hacía mi abuela de niña 

67. Los mimos de mi madre 

68. Los viajes por carretera 

69. Los videos divertidos en YouTube 

70. Mecerme en una hamaca 

71. Meterme al sauna después de hacer ejercicio 

72. Mi casa limpia y ordenada 

73. Mi trabajo 

74. Mis amigos de hace más de 20 años 

75. Mis perfumes favoritos 

76. Observar a la gente ajena a mi mirada 

77. Oler libros nuevos y viejos 

78. Pasar horas desconstruyendo un libro 

79. Pasar rato charlando con mis amigos en un café de la ciudad 

80. Pasear en velero al atardecer 

81. Perderme entre los árboles 

82. Planear. Soñar. Imaginar posibilidades 

83. Presentar mi trabajo en conferencias 

84. Recordar mi niñez, feliz, libre 

85. Reflexionar sobre todos los obstáculos que he vencido 

86. Rodearme de libros 

87. Simplificar mi vida 

88. Tener la atención total de mis estudiantes cuando les hablo 

89. Terminar las cosas que empiezo 

90. Tomar fotos 

91. Un día libre por la nieve 

92. Un masaje de cuerpo entero. Preferiblemente Shiatsu 

93. Un mensaje de un amigo que está lejos 

94. Un partido de fútbol o de Béisbol 

95. Un susurro al oído 

96. Una ducha caliente 

97. Una historia bien contada 

98. Una metáfora bien lograda. 

99. Vagar por Astoria Park 

100. Vivir en la Ciudad de Nueva York

martes, 4 de marzo de 2014

El principito y sus raíces neoyorquinas


El principito es uno de esos libros que nos embrujan. Sus palabras nos envuelven en una encantada red de terciopelo, encandilándonos los ojos, y contrayéndonos el corazón. Lo he leído varias veces, en tres idiomas distintos, y la magia se repite siempre.

Leer El principito  es una entrega dulce, de la que siempre salgo fortalecida y feliz. Nada que ver con el efecto nefasto de aquel libro venenoso que fascinaba a Dorian Gray, y de cuyas páginas emanaba su destrucción.

¡No! La fascinación por El principito nos edifica, nos libera. Nuestro amigo nos toma de la mano, y desde una atalaya nos muestra verdades que habíamos obviado. No nos enseñana nada que ya no supiéramos, y por eso, asentimos, fulminados por la fuerza de sus enunciados. 

The Morgan Library & Museum nos ofrece, en su temporada invierno-primavera, la oportunidad de echar un vistazo al proceso creador de El principito. The Little Prince: A New York Story es una íntima retrospectiva de su gestación, durante la estancia de Saint-Exupéry en Nueva York.

La exhibición  recuenta algunos eventos de aquellos días. Incluye manuscritos, ediciones antiguas, pasajes y dibujos eliminados de la versión final, cartas, entradas de diario de aficionados, la dedicatoria del autor a su primer lector infantil, el contrato original de la publicación del ibro, entre otras cosas.

La última parte de la exhibición tiene que ver con la vuelta de Saint-Exupéry a Europa. Hay fotos, un brazalete, y algunos hechos sobre Saínt Exupery y la Segunda Guerra Mundial. Lo último que leemos antes de salir de la sala es sobre su desaparición en 1944 mientras hacía, lo que sería, su último vuelo de reconocimiento.

Uno de los datos más interesantes, para mí, fue el que Orson Welles intentara hacer de El principito su tercera película. Y, ahí, tras el cristal, está el guión, con anotaciones y todo, que atestigua el hecho. ¡Fascinante!

Welles intentó buscar la colaboración de Walt Disney para la realización de la película. El proyecto no prosperó, porque éstos no lograrían ponerse de acuerdo. Según Welles, Disney salió disparado de la reunión que sostenían, argumentando que allí "No había espacio para dos genios."

Interesante también, me pareció el que Saint-Exupéry llevara toda una vida haciendo ilustraciones al margen de sus darios, que llegarían a ser parte de lo que sería El principito aunque con modificaciones. Es como si el personaje se le hubiera ido revelando poco a poco, sin que él lo supiera.

The Little Prince: A New York Story es una exhibición sencilla, y quien no se adhiera al culto que yo le profeso a El principito corre el riesgo de salir desilusionado. Yo, por el contrario, quedé complacida. Debo decir que, mientras estuve presente, constaté la diversidad del público. Había  niños, adultos y ancianos. Un excelente testamento del encanto y vigencia de este gigante en miniaturas.