viernes, 21 de noviembre de 2014

Redescubriendo al Borges de Inquisiciones

He vuelto a echar una mirada sobre Inquisiciones. En estos días me ha dado por leer o releer varios textos que se publicaron en Argentina alrededor de 1926. Mi interés por este año es puramente filológico. Pero volvamos a Borges.

Me ha sido agradable volver a ese Borges que preludia al de las décadas posteriores. He leído varios textos de los incluidos en Inquisiciones. Tal vez, escriba algo de algunos de ellos. Pero hoy, quiero solamente comentar las siguientes palabras, que alguna vez había leído, pero que simplemente les pasé por encima. Esta vez, me he quedado rumiándolas:
"La prefación es aquel rato del libro en que el autor es menos autor. Es ya casi un leyente y goza de los derechos de tal: alejamiento, sorna y elogio. La prefación está en la entrada del libro, pero su tiempo es de posdata  y es como un descartarse de los pliegos y de un decirles a adiós" (7).
Tiene razón Borges en que el tiempo de la prefación es de "posdata". Siendo así, me parece que más que prólogo las obras literarias deberían, si fuera necesario, llevar epílogos, jamás prefación. Como lectora, si la hay, jamás la leo antes de terminar el libro; a menudo ésta sólo es provechosa una vez leído el libro.

El otro aspecto interesante de esa cita es que el autor, en su función de prologuista deja de serlo para convertirse en un primer casi leyente de su obra. No lee ya buscando perfeccionar el texto, sino despedirlo. Sin embargo, jamás podría ser una auténtico lector, pues no podría aspirar al asombro y a la ensoñación que produce el descubrir o construir el texto. Su mirada privilegiada, y cegata a la vez, se lo impiden. 

Por otra parte, confieso que me ha chocado la predilección borgeana por el arcaísmo "leyente" en vez de lector. En Inquisiciones lo usa varias veces. Y me pregunto por qué. Hice una búsqueda en CORDE, y contasté que hay veintiocho casos registrados de la palabra en los cuatro siglos anteriores a Borges, y seis entre 1900-1925.

Son sólo un puñado los escritos en los que aparece "leyente". Sin embargo, me llamó la atención que uno de ellos sea de Diego Torres de Villarroel (1693-1770). Borges menciona el texto en cuestión, y reseña su obra en Inquisiciones. ¿Coincidencia?

En estas cosillas, pierdo yo mi tiempo este viernes por la tarde. Mentirías si les dijera que no disfruto estas nimiedades literarias.

jueves, 20 de noviembre de 2014

En inmigración, Obama ofrece un paliativo, no una solución

Obama anunció esta anoche una acción ejecutiva orientada a mejorar la crisis migratoria que vive el país. Es importante entender qué garantiza la orden y a quiénes beneficia, antes de poner al señor presidente en un pedestal.

Ésta garantiza permiso de trabajo, y la tranquilidad de saber que no se será deportado por un período de tres años. La orden no garantiza la legalización y menos la ciudadanía. Los beneficiados serán unos cinco millones de personas.

Para ser elegibles, los inmigrantes deben haber residido en el país por cinco años, tener niños, sean ciudadanos estadounidenses o residentes legales, y, por supuesto, no haber delinquido.

Con esta orden ejecutiva, el presidente ha creado, por lo menos, dos grupos de inmigrantes indocumentados: los que él decidió amparar temporalmente, y los que dejó a merced del Servicio de Inmigración. Ha aliviado el sufrimiento de un grupo de inmigrantes, pero no ha hecho nada por la mayoría.

Escuché el discurso con atención, analicé cada palabra que dijo el presidente Obama. No me gustó su tono denigrante, aunque iba disfrazado de buenas intenciones. La retórica religiosa suena siempre tan falsa en boca de los políticos; y la criminalización de los inmigrantes es simplemente intolerable y demagógica. Recalcó ad nauseam que haber entrado al país sin documentos es un acto criminal.

Obama habló incesantemente de que los EE. UU. es una nación de leyes, y de que los inmigrantes por haber cometido "el crimen" de entrar al país sin documentos ni autorización, deben expurgar su culpa. No sé exactamente cual será la penalidad.

Lo que sí sé es que la ley es aplicada a hombres y mujeres indefensos, que todos los días trabajan como burros para cultivar la comida que nos llevamos a la boca, limpiar nuestras casas y cuidar de nuestros niños. Sin embargo, es inexistente para los torturadores,  criminales de guerra y los desfalcadores que hundieron el país en una de las peores crisis económicas.

Me alegro de que algunos puedan salir de las sombras, aunque sea por tres años. Sé que hay mucha gente que hoy se siente un poco más libre. ¡Qué bueno por ellos! Sin embargo, creo que lo justo hubiera sido no crear dos clases de inmigrantes indocumentados. De igual modo, me pregunto qué ocurrirá con esta medida temporal, si nuestro bueno para nada congreso no pasa una reforma de inmigración dentro del período de prórroga.

La orden ejecutiva de Obama no es una solución, sino una medida paliativa.Estas personas seguirán siendo indocumentadas, la diferencia es que tendrán permiso de trabajo, y podrán respirar aliviadas aunque sea por tres años. Y ésos son los amparados, los otro seis millones de indocumentados siguen en el limbo migratorio indefinidamente, sin que al presidente ni al Congreso parezca preocuparle.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Sin el mundo en las manos

No soy de las personas que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Vivimos en un momento maravilloso en el que la tecnología y la ciencia nos ofrecen posibilidades impensables para  nuestros antepasados. La tecnología nos ha puesto el mundo en la palma de las manos, y esto ha resultado en que siempre estamos conectados, escasa vez presentes donde nos encontramos.

A mí, esa omnipresencia de la tecnología, que se traduce en intromisión en nuestro diario vivir, puede llegar a molestarme. Me desagrada nuestra adicción al móvil, por ejemplo. Me molesta su uso durante la cena o un encuentro casual con una persona, de quien quieres su plena atención. El caso es peor si hay un interés romántico, y se explora la posibilidad de una relación. He vivido algunas experiencias horrorosas en este ámbito.

Anoche, sin embargo, duré horas conversando con un ser humano a quien no vi sacar su teléfono en toda la velada. Tampoco lo hice yo, excepto cuando se fue al baño, mi teléfono vibró al entrar un mensaje de una amiga. Lo contesté, me excusé rápidamente, y lo regresé a mi cartera. Cuando mi amigo volvió, lo que sostenía en la mano era una copa de vino. Nada más.

Nuestras manos estuvieron sobre la mesa, libres de aparatos electrónicos, desconectadas del mundo. Me a gustó estar plenamente presente, de espaldas al mundo que latía detrás de la pantalla del móvil. Quisiera repetir esta experiencia más a menudo y con una audiencia más extendida.   

viernes, 7 de noviembre de 2014

La inaguantable arrogancia de los servidores de dios

Me siento a escribir este post como desahogo a la frustración que me causó esta semana una conversación con una amiga cristiana, quien desde su posición de superioridad se da el lujo de juzgarme e intenta redimir mi alma perdida. Parece ser que convertirme es su proyecto de vida. Su misión, sin embargo, está destinada al fracaso porque rechazo la premisa sobre la que se sostiene la creencia religiosa. Ni creo en un ser superior ni creo en la biblia. 

No soy maleable. Nadie nunca me ha convencido de hacer nada que yo no haya querido. Soy una mujer de convicciones fuertes, y cuando he cambiado de parecer ha sido porque la evidencia me ha convencido, no porque nadie lo haya hecho. Así es que intentar demostrarme la verdad con la ilógica retórica bíblica es inútil.

No entiendo la necesidad de querer sumarme a las filas del señor. Tal vez sea porque jamás he tenido la necesidad de convencer a nadie de mis creencias. Mi ateísmo es mío, no se lo impongo a nadie. Me parece que cada quien debe llegar a su verdad por cuenta propia. ¡Sí tan sólo los cristianos me reconocieran el derecho a no estar de acuerdo con ellos! Infortunadamente, su tozudez y arrogancia se lo impiden.

Me dicen los cristianos que ellos tienen la verdad de su lado. El problema es que a mí no me importa si tienen o no la razón, ni si erré en mi elección. Lo importante para mí es  poder pensar y cuestionar lo que quiera, ser fiel a mi misma y a mis principios. 

Por otra parte, me niego a consumir  mitología como antídoto al sufrimiento y a la mortalidad. El dolor lo enfrento, y la mortalidad no me preocupa. Sé que voy a morir, y que en unas décadas no habrá huellas siguiera de mi paso por la Tierra. El miedo a la intrascendencia, no es suficiente para creer en un ser creado a imagen y semejanza de lo peor de nuestra humanidad.

He sido atea desde siempre aunque por no pertenecerme me obligaron a hacer la primera comunión y la confirmación, y a permanecer en la Iglesia Católica hasta la mayoría de edad. Las lecturas, los años y las vicisitudes no han hecho más que afianzar mi ateísmo. Aunque debo decir que no soy seguidora de los ateos célebres de hoy, como Hitchens, Dawkins, Harris o Maher, porque han puesto su ateísmo al servicio del militarismo.

Mi ateísmo es mío, no se lo debo a nadie, me pertenece desde antes de comprender a plenitud lo que suponía. Surge de mi capacidad de pensar, analizar; y de darme cuenta de que el dios de la Biblia es un ser poco digno, el cual espera que sus súbditos se le humillen, sufran y le imploren. Mi amiga jamás podrá convencerme de su existencia. Estoy casi segura de que nuestra amistad no sobrevivirá otro de sus embistes de arrogancia. 

sábado, 13 de septiembre de 2014

The Dispossessed de Ursula K. Le Guin, un libro memorable

El reto de enumerar diez libros importantes para mí, al que me invitó Argénida Romero, me ha llevado a abrir The Dispossessed de Ursula K. Le Guin, una novela que leí hace exactamente 19 años. Esta novela constituyó mi primer acercamiento al anarquismo a través de la ficción.

The Dispossessed es una novela utópica. Tal vez, una novela de tesis en el sentido de que la autora se embarca a probar que aun la sociedad menos restrictiva, evolucionará siempre hacia la coerción de los derechos individuales, y llegará a ser opresiva. Incluso, una sociedad organizada siguiendo los supuestos del anarquismo terminaría por traicionar sus principios de no coerción. De ahí que el anarquismo nunca deba aspirar a la organización estructural de la sociedad.

A pesar de que la novela está impregnada de las ideas anarquistas de la escritora, no es un panfleto. Es una obra de ficción que se lee maravillosamente. The Dispossessed es de esa ficción que a mí me gusta, la cual a través de lo inventado subraya lo real; que siendo abiertamente ficticia, te lleva a reflexionar sobre el mundo extra-textual.

The Dispossessed es una novela inteligentemente concebida, repleta de ideas de varias procedencias. Fue una novela leída a destiempo, tal vez, porque la leí dos o tres años después de empezar a aprender inglés. Me impresionó muchísimo, pero también la encontré difícil de leer por la barrera del idioma. Sin embargo, eso no fue obstáculo para que me enamorara de Ursula K. Le Guin y me apasionara la novela.

Me gustaría leerla de nuevo, y ver si me sigue causando el mismo efecto. Tengo gran admiración por Ursula Le Guin, no sólo por su talento e imaginación, sino por ser fiel a sus ideas revolucionarias todas estas décadas. Es una de las pocas escritoras radicales de nuestro tiempo, una mujer que nada contra corrientes, cuya voz se escucha en momentos cruciales.

La última vez que la vi combatir el statu quo fue en su defensa de los manifestantes de Occupy Wall Street, al denunciar la ofensiva coordinada entre el gobierno federal y las autoridades locales, desde Oakland hasta Nueva York, para desmantelar los asentamientos del movimiento.

Les dejó el inicio de la novela, que a mí me encanta, y de algún modo, tal vez, influyera en mi concepción de la frontera como idea, como punto físico cuyo fin es, a la vez, encerrar, excluir al otro, e enarbolar la bandera del nacionalismo burgués que yo rechazo. Obviamente, no espero que nadie esté de acuerdo con mi radical postura.

Capítulo 1

“THERE was a Wall. It did not look important. It was built of uncut rocks roughly mortared. An adult could look right over it, and even a child could climb it. Where it crossed the roadway, instead of having a gate it degenerated into mere geometry, a line, an idea of boundary. But the idea was real. It was important for seven generations there had been nothing in the world more important than that wall.

Like all walls it was ambiguous, two faced. What was inside it and what was outside it depended upon which side of it you were on.

Looked at from one side, the wall enclosed a barren sixty-acre field called the Port of Anarres. On the field there were a couple of large gantry cranes, a rocket pad, three warehouses, a truck garage, and a dormitory. The dormitory looked durable, grimy, and mournful; it had no gardens, no children; plainly nobody lived there or was even meant to stay there long. It was in fact quarantine. The wall shut in not only the landing field but also the ships that came down out of space, and the men that came on the ships, and the worlds they came from, and the rest of the universe. It enclosed the universe, leaving Anarres outside, free.

Looked at from the other side, the wall enclosed Anarres: the whole planet was inside it, a great prison camp, cut off from the other worlds and other men, in quarantine.

[…]

People often came out from the nearby city of Abbenay in hopes of seeing a spaceship, or simply to see the wall. After all, it was the only boundary wall on their world. Nowhere else could they see a sign that said No Trespassing. Adolescents, particularly, were drawn to it. They came up to the wall; they sat on it. There might be a gang to watch, offloading crates from track trucks at the warehouse. There might even be a freighter on the pad. Freighters came down only eight times a year unannounced except to syndics actually working at the port, so when the spectators were lucky enough to see one they were excited, at first. But there they sat, and there it sat, a squat black tower in a mess of movable cranes, away off across the field. And then a woman came over from one of the warehouse crews and said, “We’re shutting down for today, brothers.” She was wearing the Defense armband, a sight almost as rare as a spaceship. That was a bit of a thrill. But though her tone was mild, it was final. She was the foreman of this gang, and if provoked would be backed up by her syndics. And anyhow there wasn’t anything to see. The aliens, the offworlders, stayed hiding in their ship. No show […]” (The Dispossessed, 1-2).

He aquí otra entrada de 2006 con el mismo tema. En aquellos años hablaba el señor Bush de alzar un muro en la frontera con México, a lo que por supuesto me oponía, y me sigo oponiendo. No sólo en EE.UU. sino en la República Dominicana en la frontera con Haití, en Israel, y su muro del apartheid para excluir a los palestinos, y en cualquier otra parte del mundo.

jueves, 17 de julio de 2014

Tras las huellas de Cortázar en París

Mi última noche en París decidí que iría tras las huellas de Cortázar. Me quedaban horas, o lo hacía, o pasaba mi deseo a la lista de lo que se quedó por hacer.

Mi intención inicial había sido visitar el cementerio Montparnasse, su última morada. Tenía una lista de muertos queridos que quería visitar, pero no me alcanzó el tiempo.

Lo único que me quedaba ya era pasar por la que había sido su residencia. Llevaba la dirección y la ruta del metro que debía seguir, anotada en mi libreta. Era tarde, y la voz de la razón me decía que me fuera al hotel, pero los sentimientos pudieron más, así que hice transferencia al número 8, rumbo a la rue Martel, número 4.

El trayecto sería de La Motte-Picquet a Strasbourg-Saint Denis, diez paradas. Saqué el mapa de la ciudad, e intenté ubicar la calle. No la encontré por ningún lado. Pensé la encontraría al consultar el mapa agrandado, e iluminado que hay a la boca de todas las estaciones de metro.

Al salir a la superficie observé mi entorno, y por primera vez, había llegado a un área en la que no me sentí cien por ciento segura. Me acerqué al mapa, cuidándome la espalda,  y busqué infructuosamente la Rue Martel.

Le pregunté a unos hombres que no me dieron buena impresión, pero era lo que había que hacer. Me dijeron que esa calle no existía. No les creí, aunque creo que estaban convencidos de lo que me decían.

Mientras estaba rodeada de esos cuatro hombres, se acercó un quinto,  y le preguntaron si conocía la calle. Cambiaron de idioma, ahora hablaban turco. Entre señas y francés, seguí al recién llegado, quien había dicho conocer la calle.

No estaba segura de lo que hacía, pero lo seguí. Entramos a la estación de metro, y entonces me tranquilicé. Me di cuenta de que mi acompañante era un buen hombre, de verdad quería ayudarme.Se acercó a la ventanilla y le habló al vendedor de billetes. Éste me pidió la dirección, y le pasé mi libreta.

Metió los datos en la computadora, y unos minutos después, tenía en las manos un papel impreso con mi nueva ruta. Le agradecí a ambos, y continué mi pesquisa. Debía subir al metro número 4 y bajarme en Chateau d'Eau. Sólo una parada. Seis minutos se leía en el papel.

Salí del metro, y repetí el rito anterior: busqué en al mapa, y la calle no apareció. El área no tenía mejor pinta que la anterior. Me quedé pensando en que dirección caminar, más por instinto que por lógica.  Decidí caminar sobre la avenida principal.

Vi aparecer a un hombre mayor, de baja estatura, y aspecto bonachón. Llevaba gorra, y una mochila sobre la espalda. Era él todo un bulto negro, salpicado por el blanco del cuello de la camisa, de su tez, su pelo y su barba.

Le hablé en inglés y español, y no me entendió. Le mostré la dirección, y nos aceramos al mapa. Sacó sus espejuelos, y tampoco dio con la rue Martel. Me sentí menos idiota.

Le di las gracias en español, y me devolvió unas palabras en un español ininteligible. Me hizo seña que lo siguiera. Doblamos un par de calles, y de pronto, el barrio adquirió un barniz de bohemia, que me agradó.

Entramos a un bar. Preguntó por la calle, y le dijeron que siguiéramos derecho, y que nos toparíamos con ella. Caminamos unos diez minutos, y de repente, apareció ante mis ojos el típico letrero azul en el que se leía: Rue Martel.

Señalé el nombre de la calle, y Farid me devolvió una mirada cómplice y una dulce sonrisa hueca. Doblamos, y pronto estuvimos ante el edificio número 4. Sonreí complacida al visualizar la lápida por la que me había embarcado en esta aventura.

Saqué la cámara y tomé unas fotos: de la lápida, de la puerta, del número 4, de la calle, del bar que me observaba desde la esquina opuesta.

Me imaginé a Cortázar con sus seis pies y cuatro pulgadas saliendo por la puerta, y cruzar al bar a tomar unas copas o un café, de seguro cebar un mate era allí imposible.

Mi amigo Farid, no sabía qué pensar. Con unas palabras que no entendí, pero que comprendí perfectamente me dijo, “A esto has venido?". "Esto es todo, Sonia? -Dijo mi nombre por primera vez.  Sonreí y asentí. Sacudió la cabeza, sonriendo.

Era hora de volver al hotel, pero antes invité a Farid tomar algo. Se disculpó, por no poder aceptar. Iba a reunirse con su grupo musical, sus compañeros lo esperaban. Lo que había pensado era una mochila, resultó ser una guitarra.

Podía salir de allí sin ningún problema, pero Farid, insistió en acompañarme hasta una estación donde coger el metro número 8, para que mi regreso fuera más fácil. Ya nos entendíamos perfectamente, entre risas, medio francés, medio español, y mucha gesticulación.

Íbamos conversando. Me contó que su esposa había muerto y que nunca se volvió a casar, que no tenía hijos, que había llegado de Argeria hacía más de cuarenta años, que había estado en España e Italia.

Le dije que había nacido en la República Dominicana,  pero que había vivido la mayor parte de mi vida en Nueva York, y volví a ver su sonrisa hueca.

Había dejado de prestar atención a la ciudad, porque Farid ya la acaparaba toda, pero miré a mi alrededor y estábamos en una zona repleta de bares, y de una vida nocturna vibrante. Me dieron ganas de quedarme allí. 

Al doblar a la esquina, apareció la boca del metro. La estación era Grands Boulevards, estaba a tan sólo a una parada de donde me había bajado inicialmente (Strasbourg).

Farid y yo íbamos en la misma dirección, el bajaría en Opéra, y yo en La Motte-Picquet. Nos quedaban dos paradas juntos. Me dio su dirección por si volvía a París, la escribí en mi libreta.

Al entrar a Opéra, nos dimos un abrazo y nos dijimos adiós. Me dio mucho gusto conocer a Farid.  Me quedé pensando en él por un buen rato.

Y de repente, recordé a Cortázar, quien había pasado a un segundo plano. Me puse a ver las fotos, y descubrí que, tal vez por la emoción, había tomado unas fotos pésimas. Me dije que igual eran mis fotos de donde había vivido Cortázar.

Volví al hotel, y pensé en Farid hasta que me venció el sueño. Al llegar a Nueva York le envié una postal. Me lo imagino leyéndola, al tiempo que despliega su dulzona sonrisa hueca.

sábado, 12 de julio de 2014

Un iceberg llamado París

No recuerdo quien ha dicho, y tal vez con razón, que no debemos volver a los lugares en los que hemos sido felices.

Supongo que al volver corremos el riego de que la realidad permee la ensoñación de los recuerdo felices, y se imponga triunfante sobre ellos.

Sin embargo, la memoria es un monstruo del que nunca debemos fiarnos demasiado. Siempre está creando versiones sobre versiones de lo que creemos recordar.

Así es que, a mí sí me gusta volver a  esos lugares en donde he sido feliz. No necesariamente por lo vivido, sino por lo que quedó por vivir.

Fui feliz en París, y volveré aunque hoy  no sepa cuando.

Para mí, más que un lugar geográfico París es una idea iceberg, encantadora, enorme e inasible. Para lograr la más mínima aproximación se necesita de mucho tiempo, y no los cuatro días y cinco noches que le dediqué.

Mi visita fue un tímido intento de divisar la punta de esa idea iceberg, y aceptar que era imposible explorarla, mucho meno llegar a conocerla.

He aquí como transcurrió mi acercamiento al iceberg que es París.

El primer día me lo pasé caminando, exploré el área en donde me hospedaba.

Por casualidad me encontré con la estatua de la Libertad, estuve en la Torre Eiffel, y la catedral de Notre-Dame. Ésta sólo la vi por fuera porque ya estaba cerrada. Sin embargo, pude subir a las torres.

Me senté a la margen del Sena, debajo de un puente e imaginé la escena incial de Rayuela. Observé a la gente. Comí como diosa, tomé vino, café y comí crème brûlée.

Pasé gran parte de la tarde en el Museo de Quai Branly, al cual llegué deambulando y por accidente, y me encantó.

Este museo se me antojó una monumental resistencia del arte de los colonizados ante el arte occidental. Allí en pleno corazón de París se escuchaban las voces de los aborígenes de Américas, África, Oceanía y Asia.

Me sorprendí sonriendo complacida.

El museo alberga una colección permanente impresionante. Además, hay actualmente dos exhibiciones: Tiki PopAmerica's dreams of its Polynesian paradise y Tatuadores y tatuados una exploración de la evolución de lo tatuajes. Ésta última me encantó, Tiki Pop casi nada.

Me quedé a cenar en el área y volví al hotel bastante tarde.

Al segundo día volví a caminar, porque es la mejor manera de ver una ciudad. Este día además de vagar sin rumbo fijo, fui al Museo de Orsay y al Arco del Triunfo.

En el Museo de Orsay pude ver casi todo, pasé unas cinco horas allí, aunque ví poquísimo de Monet, pues cerraron justo cuando empezaba a verlo.

El museo me gustó muchísimo. Vi varias esculturas que me impactaron. Una de las obras que más disfruté fue L'age mûr de Camille Claudel.

Pasé mucho tiempo con Van Gough de quien había visto poco, y Jean-Baptise Corpeaux porque me encanta  -aunque acababa de ver su exhibición a quí en el museo Metropolitano.

Espontáneamente se me ocurrió empezar a comparar a los Ugolinos de Corpeaux y Rodin. Decidí que el del primero es superior. Lo que no me queda claro es cuál de los dos es más leal a la Divina Comedia, fuente de inspiración de ambos escultores.

Salí pensando que volvería a ver a Monet, pero no me alcanzó el tiempo. Cruce al otro lado del Sena, y me fui caminando hasta el Arco del Triunfo. Era tarde cuando bajé del observatorio, porque me quedé disfrutando la impresionante vista de la ciudad.

Esa noche cené por esa área. La cena estuvo bien. Estaba cansada y quería volver al hotel. Subí al metro para cruzar al otro lado, donde tenía que coger otro tren para volver al hotel. Para cuando llegué a la estación donde debía hacer la transferencia, el metro había cerrado.

¡Algo inimaginable para una neoyorquina! No sabía que el metro de París cerraba por la noche. ¡Viaja y aprende, parece ser el lema!

Me tocó caminar más. ¡Tremenda caminata! Ya empezaban a resentirse las pantarrillas. Esa noche tomé iboprofeno, y al otro día no quería levantarme.

Amaneció lloviendo a cántaros. Iría al Museo de Rodin. Era domingo, y no sabía que ese día la entrada al museo era gratis. ¡Qué error! Todo París parecía estar allí.

Me tocó esperar en fila, bajo la lluvia por una hora. Estaba empapada porque llovía en todas dirección. Pensé irme, pero no tendría tiempo de regresar.

Al entrar al museo, no me arrepentí de haber esperado. Es un lugar maravilloso. Es el lugar donde Rodin vivió sus últimos días. Allí creó muchas de sus obras, y es el lugar que eligió para exhibir sus obras.

Valió la pena esperar, aunque fuera bajo la lluvia. Los jardines son preciosos y el ver parte de su obra estratégicamente diseminda en ellos fue un placer.

En el Museo de Rodin descubrí su faceta de pintor. No tenía la menor idea de que había dejado algunos cuadros. Allí también vi un cuadro de Van Gogh, y de otros pintores, entre ellos Monet, y también dos o tres esculturas de Camille Claudel.

Actualmente hay una exhibición del fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorne: Mapplethorpe-Rodin. Sabía de la influencia de Rodin en él, pero ver sus obras expuestas juntas, de forma que subrayaran su relación me encantó. Entré sin la menor expectativa, y resultó ser una experiencia iluminadora.

El cuarto día, y el último en París, era para ir al Louvre, comprar algo para leer en el tren al día siguiente mientras me iba al sur, y seguir caminando.

El día empezó mal, a pesar de que me desperté temprano para ganar tiempo. Al llegar al Louvre, me di cuenta que no tenía el Pase para los museos. Miré la fila y pensé que hacerla era peor que regresar  por el pase al hotel.

Volví al hotel, no pude evitar sentirme malhumorada. No encontré el pase donde pensé estaba. Lo había perdido, probablemente en el Museo de Rodin, fue la última vez que lo tuve en las manos.

Recordé haber leído alguna vez sobre una entrada menos transitada para entrar al Louvre. Me metí al Internet, y encontré la información que necesitaba. Entré por la entrada "secreta", aunque había cola era muchísimo más corta. Esperé unos quince minutos para entrar.

Desde un principio sabía que no vería todo lo que quería, ni lo que había que ver. Podría pasar meses en el Louvre, y sólo tenía unas horas.

Llevaba una lista de lo que no podía dejar de ver. Ésta consitía de esculturas y pinturas.

Vería: la Venus de Milo, El esclavo rebelde, El esclavo moribundo, El escriba sentado, la estatua colosal de Ramsés II, Psique reanimada por el beso del Amor, la Mona Lisa, la Virgen de las rocas, la Coronación de Napoleón, las Bodas de Canaan, y La libertad guiando al pueblo.

No había tiempo para más. Y menos, después del contratiempo de ese día. Ya no disponía del tiempo para hacer la visita por mi cuenta, perderme, encontrarme y seguir la autoguía. 

Volví a la boletería y compré un boleto para una visitia guíada. Este nuevo plan dejaba fuera a varias piezas de mi lista: el Escriba sentado, la Virgen de las rocas, y Ramsés II. No había de otra.

Salí del Louvre contenta, aunque insatisfecha por no haber visto lo que había querido ver.

No tenía tiempo que perder, mis horas estaban contadas.

Me fui al Panteón. Tenía justo una hora, pero alcancé a visitar la cripta que era lo que más me interesaba. Visité a Voltaire, Victor Hugo, Rosseau, Dumas, Zola, Braille, Jaurés, entre otros.

Eran casi la siete. Aún debía comprar mis libros para el viaje al sur.  Llegar a la librería Palimpsesto fue toda una experiencia, aunque no está lejos de donde me encontraba.

Los libros estaban un poco desordenado, y ni el señor ni la señorita que allí se encontraban hicieron nada por ayudarme.

Me pasé un buen rato mirando libros y viendo que me llevaba.

Al encontrarme, por puro azar por que orden no había, con dos libros de Álvaro Mutis y Cabrera Infante decidí dar por terminada mi exploración.

Salí, y me instalé en un café a leer y a tomar unas copas de vino, pero terminé quedándome a cenar.

Ya con unas copitas encima, salí a la calle y empecé a deambular por el Latin Quartier, cogí el metro, iba al hotel, sin embargo, a medio camino cambié de parecer. Decidí pasar por la que fuera la última residencia de Córtazar.

La experiencia se merece un post en sí, así que es todo lo que diré, porque terminó siendo todo una aventura en la que conocí a un abuelito muy bonachón.

Con la aventura Cortázar-Farid (el abuelito) cerré mi última noche en París.

Al día siguiente, hice la maleta y salí.

Me fui sabiendo que no había hecho ni la mínima parte de loque habría querido, pero estaba contenda de haber explorado aunque fuera la puntita de ese iceberg, que conocemos como París.

sábado, 28 de junio de 2014

Francia, mi destino veraniego

El verano es sinónimo de viajes, de aventuras, de sueños realizados.
 
Es mi época favorita del año, no sólo por los viajes sino porque puedo dedicarme a disfrutar la vida, sin las preocupaciones del trabajo.

Me encanta viajar.

Viajar es vivir, es crecer, es conectarnos con la esencia humana. Es deshacer la distancia física, y darnos cuenta que más allá de las diferencias superficiales, en el fondo somos muy similares.

¿A dónde iré este verano? Es una pregunta que, normalmente, circula por mi mente a principios de año.

Estaba segura iría a Argentina: a Córdoba y Buenos Aires, a la primera por razones de estudio, y a la segunda por puro placer.

Organizo mis vacaciones con tiempo, pero a veces, hay cambios de último momento. Es lo que ha ocurrido este año.

El viaje a Argentina tendrá que esperar. 

No me apetece estar cerca de nada que se parezca al frío, después del bestial invierno al que sobrevivimos en el este de los Estados Unidos.

Me voy a Francia.

Es mi primera visita, y estoy muy emocionada. Siempre he querido ir, y a decir verdad no sé porqué no lo he hecho.

Allí tengo tanto que ver, tanto que hacer, tanto que vivir, tanto que soñar.

Iniciaré mi aventura en París, y luego me iré a la  la Cosa Azul. Al sur, más que nada, me voy en busca de las aguas del Mediterráneo. Estaré en Niza, Cannes y Antibes.

Todo está listo: reservaciones, itinerario, ropa, libros, tarjetas de memoria, cámara, gafas. Todo.

Viajaré con equipaje de mano solamente.  Me agrada la libertad que me proporciona viajar con poco equipaje.

Es todo una hazaña meter en dicha maletita todo lo que creo necesitar. No son solamente los objetos personajes, sino los libros. Me llevo el Kindle en la cartera, y unos tres libros impresos.

Mi lista de lectura incluye La hojarasca de Gabriel García Marquez,  Por el camino del Swann de Proust, ¡Estafen! de Juan Filloy y Literatura argentina y realidad política de  de David Viñas.

Los primeros dos libros los leeré por placer, pero los otros dos son parte de mi tesis. Intentaré dedicarle una o dos horas diarias a la tesis para poder cumplir con la próxima fecha de entrega.

Tengo la mejor intención de trabajar, pero lo más importante será el disfrute de mi estadía, y vivir el sueño de estar en Francia, especialmente en París.

Espero volver con las pilas recargadas, totalmente revitalizada, y con la fortaleza necesaria para enfrentar los retos que me esperan. Se vienen grandes cambios, y nada como la energía de un viaje de ensueño para echarlos a andar.

¡Estoy muy ilusionada!

domingo, 22 de junio de 2014

Epílogo

El pasado volvió porque la puerta aún permanecía abierta. Había algo que no se había dicho, y eso permitió su retorno.

Su regreso precisaba de mi complicidad, y la tuvo.

La aparición tuvo lugar sin aviso previo, el viernes trece de junio. Estaba en Nueva York, y pedía alguna recomendación de cosas que hacer.

Vi el mensaje y no daba crédito a lo que veía. No dije nada, por horas.

Estoy segura de que esperaba lo rechazara de plano, pero mi estrategia era otra.

Me daba la oportunidad que jamás pensé tener. Tendríamos esa conversación que debimos tener hace cinco años.

Era el momento de desempacar las emociones metidas sin procesar en algún rincón en el que no me dolieran.

Así lidié con su súbita desaparición.  El dolor fue mermando día con día, y un buen día despareció. Dejó de afectarme su recuerdo y su abandono.

Sin embargo, algo quedó inconcluso porque nunca hablamos. Acepté que así sería. Añadí la experiencia a la lista de las cosas irresolubles, y seguí con mi vida.

Y, de repente, aparece en persona en mi ciudad. Sus mensajes habían vuelto a hacer vibrar mi móvil, y sentí que todo un lustro se condensaba en esos momentos.

Y se vino la avalancha emocional.

Las emociones se multiplicaron al contestar el teléfono que me traía su voz, cerquita, al oído.  Su voz abrió la compuerta de la memoria emocional, y volví a las vivencias que fijaron sus recuerdos.

Era junio de 2009, de nuevo.

Regresaron las mariposas a revolotear en el estómago. El sudor me humedecía las palmas de las manos. Se aglomeró en mí todo una constelación de emociones.

Hablamos tranquilamente, a pesar del vértigo.

Nos vimos unas horas más tarde, cuando el huracán inicial había pasado. Llegué al lugar donde me esperaba y al verlo ahí de pie, ante mí, no se me ocurrió decirle absolutamente nada.

Nos abrazamos. Las palabras empezaron a surgir, escasas e insignificantes. Caminamos por horas por las calles de Manhattan. Y, las palabras fueron acomodándose, encontrando su forma.

Nadie entiende que haya querido verlo después de su maltrato. No hace falta que lo entiendan. Yo sé por qué lo hice.

Necesitaba procesar un pasado importante e irresoluto.

Nuestra separación fue abrupta, y sin ninguna explicación. Se produjo de tirón, causándome un gran desgarre. No hubo explicaciones ni una conversación entre dos adultos que deben separarse.

Accedí a verlo, porque cinco años son suficientes para deshacer un silencio, y para desvanecer un enojo. Además, lo había absuelto en ausencia.

No suelo guardar rencor. Me gusta viajar ligero por la vida.

Haber mirado el pasado a los ojos me hizo bien, aligeró la carga.  Revivir emociones pasadas produjo una necesaria y liberadora catarsis.

Nos peleamos porque cometió una innecesaria e imperdonable torpeza.

Ese fue el detonador que provocó mi explosión. Canalicé emociones subyugadas por la resignación. Verbalicé mucho de lo que le habría querido decir hace cinco años. 

Recordé la rabia, los celos, el abandono, la humillación y la pérdida de la confianza.

Esa discusión fue la catarsis que me liberó de un empacho emocional que vivía latente en mí.

Eso lo entendí después.

En el momento me subía un taxi, y me alejé encolerizada. Cuando se apaciguó el enojo, una calma sanadora se posó sobre mí.

No hablamos desde la medianoche hasta el lunes por la tarde. Me invitó a cenar el martes. No estaba segura de querer verlo otra vez.

Analicé mi reacción ante su estupidez de la noche de domingo. Me dí cuenta que ésta sólo fue el detonador que liberó mi ira reprimida por años.

Por eso, el martes en la mañana cuando me invitó de nuevo, acepté cenar con él. Se marcharía el miércoles. Sería nuestra última cena.

Esos días que estuvo en Nueva York pasamos mucho tiempo juntos. Nos divertimos, hicimos turismo, y tuvimos tiempo de decirnos mucho de lo que se había quedado por decir.

El martes estuve más callada de lo usual durante la cena, y él más parlanchín, y geek que nunca. Lo escuché atentamente.

Nos despedimos.

Me quedé observándolo mientras se alejaba. Sentía emociones encontradas. Era el momento culminante de una historia importante, intensa y accidentada.

El círculo se cerraba sobre sí mismo ante mis ojos. 

Estaba en paz. 

El hombre que acaba de partir, no era ya, la persona a quien yo había amado.

La realidad se había impuesto. Se había roto la estela de idealidad que suele envolver las historias de amores truncadas.

Estábamos en paz con nuestro pasado, y avanzábamos de cara al futuro, anclados en nuestro presente.

sábado, 26 de abril de 2014

Complicidad y deshumanización ante los asesinatos extrajudiciales

El fin de semana pasado Obama asesinó a 33 personas en Yemen. La versión oficial es que eran integrantes de Al Qaeda, pero, ¿es cierto? ¡Quién sabe!

La prensa toma como cierta la afirmación del gobierno, y simplemente la repite, sin cuestionar, o, por lo menos, sugerir que tal vez, todos, o algunos de ellos, eran civiles inocentes.

Los más cínicos van más allá de repetir: defienden y justifican la versión oficial. CNN ha declarado que los Estados Unidos no asesina a personas inocentes. Lo que es una vil mentira.

Miles de personas inocentes han sido asesinadas por el progama de aviones no tripulados de Obama, entre ellos un alto número de niños, e inclusive un  adolescente estadounidense.

Los medios de prensa convencionales se hace de la vista gorda ante la posiblidad de errores en los asesinados por aviones no tripulados. Además, hacen todo lo posible por deshumanizar a las víctimas al adoptar la narrativa oficial.

¿Se han fijado en los titulares cada vez que hay un ataque en Yemen, Pakistán o Samalia? Es unánime: todos los muertos son militantes de Al Qaeda. Jamás se habla de víctimas, o simplemente de seres humanos. ¡No! Son autómaticamente  terroristas.

La prensa al hacerse eco del discurso oficial contribuye a la normalización de los asesinatos extrajudiciales. Pues, su narrativa oscurece el veradero impacto de los ataques en los países afectados.

La deshumanización de las víctimas fomenta la peligrosa creencia de que si los muertos son militantes terroristas, la campaña de terror de Obama está justificada, y si hay daño colateral, ése es el precio que hay que pagar por la seguridad.

En el siglo pasado, los asesinatos de la C.I.A. eran operaciones secretas, que se descrubrían años más tarde. Hoy se llevan a cabo abiertamente ante la mira inmune de la prensa convencional y de gran números de los ciudadanos. Esta complicidad es, sencillamente, escalofriante.

viernes, 25 de abril de 2014

Formemos pensadores y no borregos

El respeto ciego a la autoridad no es recomendable, porque crea personas sumisas, y tolerante del statu quo, y limita la posibilidad de un cambio. Hoy EE.UU. es una nación de ovejitas: si lo dice el gobierno, y lo repite la prensa, es cierto.

La propaganda de estado y los medios de comunicación, entre otras cosas, contribuyen a la pasividad de los ciudadanos. Pero, no es menos cierto que este tipo de conducta se aprende en el hogar y se refuerza en las escuelas: estamos formando una nación de borregos y no de pensadores.

No tengo hijos, pero a mis estudiantes intento inculcarles el respeto y no la obediencia ciega. No es lo mismo el respeto que la obedeciencia. No quiero que me teman, ni queme obedezcan, sino que me respeten y que se sientan libres de opinar, y cuestionar.

Si en la casa y el colegio nos enseñan a no cuestionar, a obedecer, a siempre aceptar la versión de la autoridad, podemos pasarnos la vida simplemente aceptando, porque nunca se nos ocurrió lo contrario. Los niños que se crían sumisos están condicionados a aceptar lo que se les dice sin chistar.

Debe ser en el hogar y el colegio donde se les enseñe a razonar, a buscar respuestas satisfactorias a sus interrogantes, y no aceptar lo que se dice simplemente porque lo dice una figura de autoridad.

Los ciudadanos que necesitamos deben formarse desde la infancia. Empecemos a instar el sentido crítico en los niños, que serán los ciudadanos de mañana, para proporcionarles las herramientas necesarias para discernir la verdad de la propaganda. El ideal debe ser una nación de seres pensantes, y no un rebaño fácilmente controlable. 

martes, 22 de abril de 2014

Gabo y Borges, dos caras de un mismo dilema

La muerte de Gabriel García Márquez ha resonado a nivel mundial. Y, no podía ser de otra manera, pues Gabo logró lo que la gran mayoría de escritores sólo anhela: el elogio de los estudiosos y la devoción de los lectores, no sólo en español sino en docenas de idiomas. 

La muerte de Gabo también ha sido ocasión para que muchas plumas destilen su veneno, disfrazado de crítica literaria. Al decir esto no estoy sugiriendo que a todos les debe gustar la obra de Gabo. De hecho, nadie está obligado a gustarle la obra de ningún escritor, y mucho menos a guardarle pleitesía. Pero, ¿es justo negar el mérito literario de un escritor por su postura política? Me parece que no. 

Si existe una auténtica aversión en contra de la obra de Márquez, me parece perfecto su crítica, pero de varios de estos artículos se desprende que la razón es más política que literaria. Habría sido más honesto, y totalmente legítimo, expresar disgusto, desilusión, o hasta odio por la alianza de Gabo con Fidel Castro que hacer critica politica disfrazada de "literaria"

No estoy de acuerdo con no reconocer la obra de un escritor por sus alianzas políticas. Esa siempre ha sido una mis más férreas críticas en contra de la Academia Sueca. La obra de un escritor habla por sí sola, y si es buena, poco importa lo que piense su creador. Un clarísimo ejemplo de la torpeza de la Academia fue no haberle dado el nobel a Borges. Se lo merecía, pero por sus pronunciamientos  y amistades se lo negaron. 

Voy un poco más lejos. Se puede criticar, hasta odiar al escritor, y aún valor su obra. A mí me cae de la patada Borges, no sólo por su conservadurismo extremo, sino porque se me hace un tipo insoportable, inaccesible, aburrido. Esto no ha impedido que yo reconozca su gran talento, y el valor de su obra. He leído y estudiado la obra de Borges, y amo su universo literario, aun cuando el hombre no es de mi agrado. 

Sé que es difícil separar el escritor de su creación, pero no imposible. No hacerlo es injusto y hasta vil. Dejar de leer a Borges por ser de derecha, como por año proponía la izquierda latinoamericana, o negar el mérito literario de Gabo por su amistad con Fidel Castro son dos actos igualmente mezquinos.

sábado, 22 de marzo de 2014

El lente satírico de Suzanne Heintz y sus maniquíes

La historia de Suzanne Heintz se esparce como pólvora: La mujer que formó una familia con dos maniquíes. Incialmente, cuando leí el titular la idea me pareció una tontería. Me pregunté ¿a quién se le ocurre hacer una familia con maniquíes? Imaginé a una loca más a las que el Internet le ofrece una plataforma. Pero, ¡qué equivocada estaba!

Hice clic en el vínculo, y al observar las fotos me di cuenta de que lo que hacía Heintz era pura sátira. Los Heintz proyectan la imagen de una familia típica, feliz, que pasa tiempo junta en casa, y que una vez al año va de vacaciones. Suzanne aparece en su rol de madre y esposa: lava los platos, mantiene el jardín, sirve la cena, acuesta a la hija, y el esposo simplemente está. Está sentado a la mesa esperando la cena o leyendo el periódico. Una familia mainstream como quisiera perpetuar nuestra sociedad.

La foto más impactante para mí es la que nos ofrece una escena matinal en la que el Sr. y la Sra. Heintz están sentados a la mesa. Podemos percibir la rabia, que bordea la tristeza, o viceversa, de la señora Heintz. La señora simplemente está ahí con los labios cotraídos, la mirada perdida, mientras intenta comerse una toronja.

El espectador siente el  infierno que vive la señora de la casa. La escena nos obliga a contemplar la vida ficticia y la real de Suzanne. ¿Es ésta la felicidad que la sociedad quiere para ella? ¿Qué tal si ella está verdaderamente contenta con su forma de vivir? ¿Por qué exigirle que sea quien no es, y entre a un matrimonio para callar la sociedad? ¿A eso se llama ser feliz?

La respuesta de Suzanne Heintz es brillante. Si lo que se precisa es una familia a cualquier precio, ella provee una, aunque sea de plástico. La osadía de Heintz le acerca un espejo a la sociedad, en el que se proyecta lo rídiculo de su obsesión con el matrimonio y la familia como únicos caminos para las mujeres. Una idea que fue siempre rídicula, pero que el siglo XXI acentúa particularmente.

No hay felicidad ni exito sin hijos ni esposo para la mujer. Se puede haber logrado miles de metas, pero el no complementarlo con un matrimonio los hace irrelevantes. No importa que tan plena sea su vida, ésta será vista como una "pobre mujer." Todos sienten lástima por las mujeres exitosas y solteras; a pesar de que ellas están viviendo su vida, tal cual la pensaron, y no siguiendo un esquema.

A la gran mayoría se le escapa que el no casarse ni tener hijos es sólo una opción. Muchas mujeres son felices así, y el vivir en el siglo XXI se lo permite, aun cuando el resto de la sociedad se resista a asimilarlo, y las siga hostigando con preguntas, que más que respuestas buscan explicaciones. Sería genial si en vez de cuestionar la forma cómo una mujer ha elegido vivir su vida, se la aceptara tal cual, y si es obligatorio interrogar, que sea sobre su estilo de vida, y no sobre el que obiviamente rechazó. 

domingo, 16 de marzo de 2014

Reincidente en los amores sin futuro

Tenía este post como borrador desde hace algún tiempo. Lo publico hoy porque a esta situción ya se le puso un muy necesario epitafio.

Una de las menos apreciadas ventajas de ser soltero es poder meter la pata repetidas veces, sin causar daños a terceros. Estoy a punto de reincidir en esta práctica: abro la puerta, de nuevo, a un romance que se abortó antes de ser, y cuyo futuro sigue siendo incierto.

Nuestra no-historia se limitó a horas de conversaciones por Internet, varias discusiones teléfonicas, una accidentada cita, un beso y un abrazo. Nada más. Y a pesar de todo, lo que sea que nos atrae se resiste a desaparecer. ¿Será terquedad a la seguda potencia? Podría ser.

Hace unos días recibí un correo en que me decía que venía a verme. El mundo giró sobre sí estrepitosamente, y perdí el balance. Para mí, aquel aborto de romance era asunto superado, puesto desde hace un año en la columna de los intentos amorosos no realizados, fallidos y no consumados.

La reacción inicial fue un gran vértigo, y un mutismo absoluto. Me quedé pensando, ¿qué suponía para mí la llegada de este hombre a mi territorio? Inicialmente, pensé no asistir a la cita, pero una espinita dentro de mí insistía en lo contrario.

La idea de aceptar la invitación se fue solidificando cuando llegaron los correos subsiguientes con sus planes de alojamiento, totalmete ajenos a mí. Esto me hizo bajar la guardia. Así era mucho más fácil. No tenía que salir de la ciudad, ni preocuparme por su estadía. Él vendría a mí, y con su mundo resuelto.

Eso me libero de toda aprehensión. Me agradó, no sé bien por qué, tal vez, le hizo una leve caricia a mi ego. O, tal vez, porque me liberaba de responsabilidades que no estaba dispuesta a asumir.

Este hombre ejerce una fascinación sobre mí que no logro explicar. No obstante odiar nuestros constantes choques, hay algo en él que me cautiva.

¿Por qué chocamos constantemente? Mil veces me lo he preguntado. ¿Será su propensión a hablar  y sobreanalizar demasiado? No lo sé. Lo que he podido sacar en claro, al fin, es la virtud que encierra el mutismo natural de los hombres. ¡Al fin lo he entendido! Nunca más me quejaré del silencio de un hombre.

Lo cierto es que cenaremos juntos, conversaremos, o tal vez, simplemete nos quedemos callados. Lo que no me queda claro es qué es lo pretendemos en vernos cuando hay fronteras físicas y emocionales que nos separan.

domingo, 9 de marzo de 2014

Pequeños placeres

Esta mañana que me ronda la melancolía, he decidido alejarla pensando en esas pequeñas cosas que me hacen feliz.

1. Acostarme en la cama con las sábanas acabadas de cambiar

2. Amanecer en Cabarete 

3. Aprender cosas nuevas 

4. Asistir a eventos culturales: charlas, museos, exhibiciones, recitales 

5. Ayudar a quien me necesita 

6. Caminar descalza en un piso perfectamente limpio 

7. Consentir a mis sobrinos 

8. Conversar con extraños 

9. Deambular por las calles de La Ciudad de Nueva York 

10. Descubrir lugares nuevos 

11. Deshacerme de las cosas que ya no uso 

12. Desvelarme para terminar una novela que no puedo soltar 

13. Dominar mis miedos 

14. Dormir toda la noche y levantarme descansada 

15. El aire fresco de las montañas 

16. El arrullo del sonido del mar 

17. El café negro con nuez moscada 

18. El calor del sol en las mejillas 

19. El choque de las olas en los arrecifes 

20. El color de las hojas en otoño 

21. El jugo de los mangos chorreando entre mis dedos 

22. El jugo de vegetables 

23. El olor a café recién colado 

24. El olor salobre del mar 

25. El Parque Central 

26. El pisco sour 

27. El sol poniéndose sobre Manhattan, visto de Astoria Park 

28. El té de jengibre 

29. Encontrar una notita escrita hace años entre mis cosas 

30. Escribir en mi blog y en mi libretita personal 

31. Estar en la playa 

32. Hablar con mi vecino de 8 años 

33. Hacer el amor después de un día de playa 

34. Hacer el amor por la mañana 

35. Hacer las maletas para un viaje 

36. Hojear libros en las librerías 

37. Imaginarme el futuro que quiero 

38. Ir de gira en familia o con amigos 

39. La brisa del amanecer 

40. La caricia de la lluvia en mi ventana 

41. El roce de mi pelo alborotado por la brisa 

42. La chispa en los ojos de un niño que ha entendido un concepto 

43. La comedia de George Carlin 

44. La comida del mar, especialmente el ceviche 

45. La llamada de un amigo sólo para saber cómo estoy 

46. La lluvia en días tibios 

47. La luna llena 

48. La música clásica 

49. La poesía que sugiere, y no cuenta 

50. La sala de mi casa, una vela y un vino tinto 

51. La sensación de bienestar después de hacer ejercicio 

52. La soledad y el silencio que me permiten crear, pensar y sosegar mi mundo interior 

53. La sonrisa de los niños 

54. La sonrisa de mi madre 

55. La sopa de fideo y pollo 

56. Las cartas o correo electrónicos de gente que hace rato no veo 

57. Las noches estrelladas en campo abierto 

58. Las películas extranjeras 

59. Las primeras flores de la primavera 

60. Las rosas amarillas 

61. Las tarjetas o correos de mis antiguos estudiantes 

62. Los abrazos espontáneos 

63. Los animales 

64. Los cuadros de mis pintores favoritos 

65. Los días de verano 

66. Los huevos hervidos, blanditos como me los hacía mi abuela de niña 

67. Los mimos de mi madre 

68. Los viajes por carretera 

69. Los videos divertidos en YouTube 

70. Mecerme en una hamaca 

71. Meterme al sauna después de hacer ejercicio 

72. Mi casa limpia y ordenada 

73. Mi trabajo 

74. Mis amigos de hace más de 20 años 

75. Mis perfumes favoritos 

76. Observar a la gente ajena a mi mirada 

77. Oler libros nuevos y viejos 

78. Pasar horas desconstruyendo un libro 

79. Pasar rato charlando con mis amigos en un café de la ciudad 

80. Pasear en velero al atardecer 

81. Perderme entre los árboles 

82. Planear. Soñar. Imaginar posibilidades 

83. Presentar mi trabajo en conferencias 

84. Recordar mi niñez, feliz, libre 

85. Reflexionar sobre todos los obstáculos que he vencido 

86. Rodearme de libros 

87. Simplificar mi vida 

88. Tener la atención total de mis estudiantes cuando les hablo 

89. Terminar las cosas que empiezo 

90. Tomar fotos 

91. Un día libre por la nieve 

92. Un masaje de cuerpo entero. Preferiblemente Shiatsu 

93. Un mensaje de un amigo que está lejos 

94. Un partido de fútbol o de Béisbol 

95. Un susurro al oído 

96. Una ducha caliente 

97. Una historia bien contada 

98. Una metáfora bien lograda. 

99. Vagar por Astoria Park 

100. Vivir en la Ciudad de Nueva York

martes, 4 de marzo de 2014

El principito y sus raíces neoyorquinas


El principito es uno de esos libros que nos embrujan. Sus palabras nos envuelven en una encantada red de terciopelo, encandilándonos los ojos, y contrayéndonos el corazón. Lo he leído varias veces, en tres idiomas distintos, y la magia se repite siempre.

Leer El principito  es una entrega dulce, de la que siempre salgo fortalecida y feliz. Nada que ver con el efecto nefasto de aquel libro venenoso que fascinaba a Dorian Gray, y de cuyas páginas emanaba su destrucción.

¡No! La fascinación por El principito nos edifica, nos libera. Nuestro amigo nos toma de la mano, y desde una atalaya nos muestra verdades que habíamos obviado. No nos enseñana nada que ya no supiéramos, y por eso, asentimos, fulminados por la fuerza de sus enunciados. 

The Morgan Library & Museum nos ofrece, en su temporada invierno-primavera, la oportunidad de echar un vistazo al proceso creador de El principito. The Little Prince: A New York Story es una íntima retrospectiva de su gestación, durante la estancia de Saint-Exupéry en Nueva York.

La exhibición  recuenta algunos eventos de aquellos días. Incluye manuscritos, ediciones antiguas, pasajes y dibujos eliminados de la versión final, cartas, entradas de diario de aficionados, la dedicatoria del autor a su primer lector infantil, el contrato original de la publicación del ibro, entre otras cosas.

La última parte de la exhibición tiene que ver con la vuelta de Saint-Exupéry a Europa. Hay fotos, un brazalete, y algunos hechos sobre Saínt Exupery y la Segunda Guerra Mundial. Lo último que leemos antes de salir de la sala es sobre su desaparición en 1944 mientras hacía, lo que sería, su último vuelo de reconocimiento.

Uno de los datos más interesantes, para mí, fue el que Orson Welles intentara hacer de El principito su tercera película. Y, ahí, tras el cristal, está el guión, con anotaciones y todo, que atestigua el hecho. ¡Fascinante!

Welles intentó buscar la colaboración de Walt Disney para la realización de la película. El proyecto no prosperó, porque éstos no lograrían ponerse de acuerdo. Según Welles, Disney salió disparado de la reunión que sostenían, argumentando que allí "No había espacio para dos genios."

Interesante también, me pareció el que Saint-Exupéry llevara toda una vida haciendo ilustraciones al margen de sus darios, que llegarían a ser parte de lo que sería El principito aunque con modificaciones. Es como si el personaje se le hubiera ido revelando poco a poco, sin que él lo supiera.

The Little Prince: A New York Story es una exhibición sencilla, y quien no se adhiera al culto que yo le profeso a El principito corre el riesgo de salir desilusionado. Yo, por el contrario, quedé complacida. Debo decir que, mientras estuve presente, constaté la diversidad del público. Había  niños, adultos y ancianos. Un excelente testamento del encanto y vigencia de este gigante en miniaturas. 

sábado, 1 de febrero de 2014

Dylan Farrow rompe el silencio sobre Woody Allen

Dylan Farrow publica hoy una carta abierta sobre el alegado abuso sexual del que fue víctima cuando tenía siete años. La carta abre con la pregunta ¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen? Y nos advierte esperar un poco antes de contestar. Lo que prosigue es su versión de cómo fue abusada sexualmente por su padre adoptivo, Woody Allen.

Según Dylan, Woody Allen la molestó sexualmente desde que ella tuvo memoria, pero el episodio más grave ocurrió en el ático de la casa cuando ella tenía siete años. Farrow cuenta que Woody Allen le dijo que se acostara bocabajo, y jugara con el tren eléctrico de su hermano. Dice que mientras él la abusaba, le decía que era una buena chica, que éste sería su secreto, le prometía viajes a Paris, y salir en sus películas.

Una vez Dylan le confesó a su madre lo ocurrido, empezaron las entrevistas con doctores que intentaban descubrir si ella mentía, y si la acusación era producto del pleito por la custodia legal que se lleva a cabo entre Woody Allen y Mia Farrow. El hecho de que el alegado abusador era el afamado Woody Allen hacía más fácil que muchos estuvieran dispuestos a atacar la credibilidad de la niña.

Dylan Farrow nos cuenta sobre cómo el abuso sexual la marcó. Se sentía responsable de que Woody Allen pudiera estar cerca de otras niñas, ya que no fue condenado. El toque de los hombres le producía miedo, desarrolló trastornos alimenticios y se cortaba la piel. Hoy dice haberlo superado, estar felizmente casada y contar con el apoyo de su madre y sus hermanos.

Dylan Farrow lanza una crítica mordaz a Hollywood, a los críticos de cine, a los actores que lo alaban al recibir premios, a las revistas que los ponen en sus tapas, obviando las acusaciones de abuso sexual. También critica a los que escudan su apoyo a Woody Allen en que nadie sabe lo que ocurrió verdaderamente.

Al final de la carta, nos pide imaginarnos dos cosas: a una hija nuestra, de 7 años, siendo llevada a un ático por Woody Allen, que subsecuentemente siente náusea cada vez que escucha su nombre, y la realidad de que nuestro mundo idolatra al cineasta que la ha abusado. La carta cierra con esa imagen, y con la pregunta inicial: ¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen?

La confesión de Dylan Farrow me pareció escalofriante. Y me ha hecho pensar en el viacrucis que viven las víctimas de abuso sexual en nuestra sociedad. Casi siempre se parte de la premisa de que la víctima miente, especialmente, cuando el acusado es famoso o poderoso.

No debe sorprendernos que muchas víctimas opten por el silencio. Hablar equivale a revivir el dolor del abuso, y muchas veces, la confesión no lleva a nada. Cada quien decide a quien creerle. Yo le creo a Dylan Farrow, ¿por qué habría de mentir ella? ¿Qué ganaría con eso?

Por otra parte, acepto la parte que me corresponde de su crítica. Siempre he sido amante de las películas de Woody Allen, a pesar de que como ser humano me parece despreciable. Lamento mucho que mi amor por el cine de Woody Allen sea visto por Dylan Farrow como aprobación de sus actos. No lo es en absoluto. Para mí, el brillante cineaste, podría muy bien ser ese abusador que ella describe. 

sábado, 18 de enero de 2014

Exonerados los asesinos de Kelly Thomas, un guión que se repite

Muchos piensan que la policía los protege. Sin embargo, su función no es otra que defender a los poderosos y mantener el control social para evitar una posible rebelión de las masas. Los abusos de los perros bravos del statu quo son cada vez más salvajes y frequentes. .

Mi clase introductoria a la brutalidad policial me la ofreció la golpiza a Roney King. La graducación la obtuve con el asesinato de Anthony Báez y Amadou Diallo. Los asesinatos a manos de la policía no han cesado. Las víctimas son cada vez más: Sean Bell, Kimani Gray, Oscar Grant, Kelly Thomas, y un interminable etcétera.

Uno de los más horrendos asesinatos de la policía, en tiempo reciente, ha sido el de Kelly Thomas, un desamparado que padecía de esquizofrenia. A pesar de que la policía incautó los teléfonos y cámaras de los testigos presenciales, hemos visto el ataque del que fue víctima en la grabación de una cámara de seguridad.

La rabia no se contiene al presencia el asesinato de este pobre hombre. Nos damos cuenta de que no hubo ningún tipo de justificación para tal crimen. Uno no puede evitar preguntarse, pero, ¿por qué lo están matando? La única respuesta posible es porque les dio la gana, o porque podían hacerlo sin temer a las consecuencias.

Kelly Thomas estaba desarmado. Era un hombre pequeño, en comparación con sus verdugos, pesaba, tal vez, unas 150 libras. El video muestra que fue fácilmente dominado ¿Por qué entonces los incesantes golpes y las descargas eléctricas?

Aún peor es ver la llegada de cuatro policía más, que de inmediato se unen a la golpiza de un hombre indefenso. Sin duda tal salvajismo habla de la estupidez, la falta de ética y empatía de la fuerza policial. Los recién llegados no piensan, actúan por instinto, como los animales que son, a pesar de que Thomas no era un peligro para ellos.

El  vídeo del asesinato se me ha quedado en la conciencia, y me ha atormentado por días. Es imposible no escuchar  los gritos de Kelly thomas pidiendo auxilio, diciendo que no podía respirar, disculpándose, llamado al padre, y luego el silencio delatador de que ha quedado inconsciente. La saña de los policías sólo cede ante tal indicio.

Kelly entró en profundo coma, producido por los golpes, y la falta de oxígeno. El forense ha determinado que se ahogó en su propia sangre mientras era golpeado por las bestias uniformadas. Kelly ya no despertaría jamás del coma. Unos días más tarde, sus padres decidieron desconectarlo del respirardor artificial, y poner fin a su tragedia.

Kelly Thomas se ha convertido en una estadística más de la brutalidad policial. Los oficiales no tienen el menor respeto por la vida de los ciudadanos porque saben, de antemano, que la justicia que representan, los exonará de toda culpa. Los policías son siempre inocentes en el injusto sistema judicial de Estados Unidos.

Esta semana los responsables de la muerte de Kelly Thomas fueron declarados inocentes. Este guión lo conocemos bien. La lista de víctimas sigue creciendo ante nuestra mirada impotente. Y, la pregunta necesaria se me hace ¿hasta cuándo toleraremos el abuso de poder?

sábado, 11 de enero de 2014

El feminismo y la lucha social

Quiero compartir esta cita que he encontrado en el libro, que actualmente leo, Severino Di Giovanni: La pasión por la anarquía. Di Giovanni, como buen anarquista, entendía la opresión de la mujer como parte integral de la lucha social.
"Así como los obreros sufren la tiranía económica de la clase capitalista, así las mujeres -en la costumbre y en la ley- son víctimas de la tiranía del sexo masculino... 
Las mujeres deben tener la misión y el interés de preocuparse con todo amor por la cuestión social, porque el feminismo fuera de ella será sólo una vana academia de pocas comadres ambiciosas." Severino Di Giovanni (En Culmine, 1927)
Estoy de acuerdo en que la problemática de la mujer debe ser parte intrínseca de la lucha social en general. El feminismo debe estar en el centro, y no al margen, de la lucha por una sociedad más justa e igualitaria.