miércoles, 28 de diciembre de 2011

Sobre ruedas, al fin

Sólo la idea de estar en un carro después del accidente me aterra; y por ello creía que al manejar de nuevo me pondría nerviosa. Me equivoqué. Anoche decidí que llevaría el carro al concesionario al levantarme. Lo dije en Twitter como una forma de afirmación. Me acosté segura de que iba a conducir.

Hoy me levanté. Preparé el desayuno. Me alisté y salí a la calle. Hacía una semana que no salía. Me dirigí al garaje, entré y llegué al carro. Abrí la puerta, dispuse el bastón y la cartera en el asiento del pasajero, y en el trasero coloqué unos libros que tengo que devolver a la biblioteca.

Me senté. Arreglé los espejos, ajusté el asiento. Arranque el motor, saque unas gafas de la guantera y respiré tranquila. Encendí el radio, y de súbito, la voz de Manú Chao llenó el espacio a través de las bocinas. Recordé que había sido ése, precisamente, el último álbum que había escuchado antes de accidentarme.

Me miré en el espejo. Puse el carro en marcha, y lo saqué del garaje. Doble a la izquierda tres veces y una a la derecha. Seguí derecho sobre la Northern Boulevard hasta la calle 114, entonces hice otra derecha; sólo me faltaba pasar un semáforo, y estaría en el Grand Central Parkway. Tras cruzar el semáforo entraría a la autopista. Sería la primera vez en casi seis meses, pero estaba muy bien. Me sentía como siempre me siento al volante: tranquila, segura, libre.

Quince millas más tarde, había llegado a mi destino. Hice el papeleo correspondiente. Me senté al escritorio, conecté mi laptop y aquí estoy escribiendo ésta tan necesaria catarsis, que me deja un poco más cerca del retorno a mi vida normal.

viernes, 2 de diciembre de 2011

La omnipresencia orweliana del Estado

Ayer Wikileaks publicó la evidencia que demuestra que los gobiernos hoy cuentan con la capacidad para espiar de forma masiva a los ciudadanos. Desde los celulares hasta las computadoras pueden ser interceptados sin que nos demos cuenta. El portal tiene un mapa mundi interactivo que nos permite ver que tipo de tecnología puede ser usada por cada país y el nombre de la compañía que la provee. La lista es larga, entre los países de América Latina los únicos que hoy tienen la capacidad tecnológica para espiar a sus ciudadanos son Colombia y Brasil.

La historia nos ha dado ejemplo de lo peligroso que es vivir bajo vigilancia contante del Estado. Uno de los ejemplos más notorios es el caso de la Stasi en Alemania. Es escalofriante pensar qué habrían hecho los dictadores del Cono Sur, ayudados por EE.UU., con esta tecnología durante la Operación Cóndor en la que encarcelación, torturaron y desaparición a miles. Hosni Mubarak dejó incomunicado a Egipto en su afán de coartar las protestas que lo sacaron del poder. San Francisco también interrumpió el servicio de teléfonos móviles durante protestas. Inglaterra consideró desactivar el servicio de celulares, Facebook y Twitter en futuros disturbios.

Tras los atentados del 11 de septiembre los Estados Unidos y el mundo entero han entrado en una de sus épocas más oscuras en cuanto al abuso de las libertades civiles. Me preocupa sobre manera la disposición de los ciudadanos a sacrificar las libertades civiles en nombre de la 'seguridad'. Obama acaba de asesinar a Anwar Al-Wlaki un ciudadano estadounidense acusándolo de "enemigo del Estado" sin necesidad de llevarlo ante la corte.

Uno pensaría que el asesinato de un estadounidense habría causado un revuelo en la población por violar la constitución y sentar un peligroso precedente. Pero no. Lo justificaron con que Al-Wlaki era un peligroso "terrorista." Lo que no entienden es que mañana cualquiera de nosotros puede ser sufrir la misma suerte si el Estado lo decide. Del mismo modo, en Inglaterra un setenta por cierto de la población estaría de acuerdo con que se interrumpan los servicios de teléfono, Facebook y Twitter durante futuros disturbios. En ambos casos la amenaza para el ciudadano promedio es grave. 

El Estado no debe posicionarse por encima de los derechos garantizados a los ciudadanos por la constitución, bajo ninguna circunstancia. Entre la vigilancia constante y masiva, y otros abusos de poder, el Estado omnipresente descrito por Orwell en la novela 1984, es ya una escalofriante realidad.